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Un desfile para el comandante Trump

Va dirigido a su votante predilecto:"un hombre honesto y poco ilustrado", que se quedará de piedra en su sillón de Wyoming.

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump. © White House / Youtube.
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump. Foto © White House / Youtube.

Este artículo es de hace 6 años

El comandante Trump quiere su desfile militar. Lo supo desde aquel 14 de julio aciago, de gris parisino, en que Emmanuel Macron tuvo la infausta idea de mostrarle la tradición francesa de marchar por la Toma de la Bastilla.

El comandante Trump no sabía qué era la Bastilla, ni por qué habría sido tomada. Pero el desfile, oh santo poder marcial, aquel desfile le hizo babear como paciente acorralado en sillón de odontólogo.

"Tendremos que superarlo", cuentan que le dijo el comandante Trump al joven Emmanuel allí mismo, en su feudo parisino, antes de rendirse a los periodistas en una oda deslumbrada y honesta: "Es uno de los mayores desfiles que jamás he visto, dos horas impresionantes".

De aquellos truenos, estas tempestades. Porque ahora el comandante Trump, el Commander in Chief, quiere su desfile aunque en su feudo americano no hayan Bastillas tomadas, ni tradiciones de desfiles mastodónticos, ni sus militares vean con buenos ojos ese vulgar ejercicio de exhibición pública que, para colmo de colmos, costará ingentes cantidades de dinero público.

Al comandante Trump no le importa, digamos, que el último desfile militar de la nación más militarizada del planeta tuviera lugar en 1991, bajo la administración de George H. Bush, y concretamente para celebrar la victoria en la Guerra del Golfo. Antes de ese, solo Kennedy, treinta años antes, mostró músculo militar y porque se estaba en plena guerra fría. Los gringos no bravuconean. No lo necesitan.

Al comandante Trump no le importa, digamos, que el último desfile militar de la nación más militarizada del planeta tuviera lugar en 1991, bajo la administración de George H. Bush, y concretamente para celebrar la victoria en la Guerra del Golfo.

Pero el comandante Trump está hecho de otra madera. Él lo sabe. Sus votantes lo saben. Y si algo tiene el comandante es coherencia. Es un “very-stable genius” que, además, es muy coherente con los preceptos que le hicieron llegar a la Casa Blanca. Y eso nadie lo podrá poner en duda.

Unos preceptos de grandeza bravucona donde un desfile apoteósico será la ofrenda total. ¿Qué puede importar que sea esa la misma ofrenda que se han hecho a sí mismos Iósif Stalin, Adolf Hitler, Benito Mussolini, Fidel Castro, Kim Il Sung, casi como marca registrada del poder total? ¿Qué importa que fuera de Francia, solo en satrapías mal ocultadas como China o Nicaragua o Cuba los desfiles militares rindan honores al poder empuñando las armas y gritando consignas ensayadas?

Un desfile militar colosal, agresivo. Una prueba visual, irrefutable, material, del poderío armamentístico que tiene hoy el comandante Trump bajo su mano civil. Eso es lo único que importa. Los drones no hacen ruido, los drones son sutiles e intelectuales. Si pudiera, el comandante Trump los sustituiría a todos por tanques panzers.

El comandante Trump adora todo lo que tenga que ver con la vida militar. No pasa un día en que no envíe un saludo a sus generales, a sus soldados, siempre y cuando todos sean heterosexuales y nunca le hayan dedicado un comentario fuera de lugar, claro está.

Su jefe de gabinete es un militar (John Kelly); su consejero de Seguridad Nacional es otro militar (Herbert McMaster); su secretario de defensa es también militar (Jim Mattis). Es un junkie del verde camuflaje, de las estrellas, del gesto marcial. Aunque sea en otros, eso sí. Porque cuando le llegó el turno de vestirse de verde él mismo, el comandante Trump se escabulló de la guerra de Vietnam aduciendo un serio problema óseo que ahora se ha escurrido de cuanto informe médico se publica sobre su olímpica salud.

El comandante Trump se escabulló de la guerra de Vietnam aduciendo un serio problema óseo que ahora se ha escurrido de cuanto informe médico se publica sobre su olímpica salud.

Pero el comandante Trump sabe lo que hace.

Sabe para quién, para quiénes va ese desfile militar. Su votante predilecto, el que él mismo -¡no yo!- ha descrito como un hombre honesto y poco ilustrado, quedará de piedra en su sillón de Wyoming cuando el próximo 11 de noviembre, Día de los Veteranos y centenario del fin de la I Guerra Mundial, un parade como nunca antes vio el mundo sacuda las calles de granito de un Washington imperial.

El comandante Trump ha ordenado su desfile militar. En el Pentágono todas las manos se llevan a las cabezas, pero entre sus fieles, todas las manos (que votan y que importan al comandante) ya se alistan para aplaudir.

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Ernesto Morales

Periodista de CiberCuba


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