La alternativa es simple: intercambio o genocidio cultural.
Durante décadas, los cubanos que no pudimos escapar de Cuba (es decir, los cubanos que fuimos dejados atrás en la estampida de quienes sí pudieron escapar de Cuba) vivimos en la burbuja embrutecedora del arte revolucionario, del deporte revolucionario, de la ciencia revolucionaria, de la salud revolucionaria, etc. Y fue allí dentro donde tuvimos que sobrevivir, a solas bajo el Estado totalitario, sin tener para donde virarnos, ni al interior ni al exterior de la Isla.
Literalmente, aislados. Condenados a una existencia a imagen y semejanza de una dictadura criminal, disfrazada como Dios manda con el traje utópico de una Revolución popular. Castigados de por vida, como si Cuba fuera un convento castrista. Y, en muchos sentidos, lo era. Y, en todos los sentidos, todavía lo es hoy.
¿Qué esperaban entonces los cubanos libres del exilio? ¿Aspiraban a la generación espontánea de una raza superior en Cuba? ¿Asumían un despertar del espíritu cívico en aquella Isla abandonada por ellos a su suerte, sometida a las mafias militares del socialismo mundial y al impacto psicológico de una ideología que se impuso con la misma saña y patraña de cualquier religión?
Imposible, compatriotas. Tengo malas noticias para ustedes: Cuba cambió. Pueden dejar de esperar. O esperar sentados (mejor, acostados, acaso en el camposanto). Es más, queridos compatriotas, discúlpenme. Me equivoqué. En realidad, tengo muy malas noticias para ustedes: Cuba se cansó. Y ese cansancio la desapareció para el carajo. Literalmente, no somos nada.
Pueden protestar o aplaudir el llamado “intercambio cultural cubano”, que a la postre es una pobre agenda del régimen comunista para hacer un proselitismo que ni ellos mismos se creen. Pueden hacer campañas en internet, o en las calles y las ONGs internacionales. Igual nada de eso afecta la esencia secreta de nuestra realidad nacional: la materia prima del pueblo cubano, su mentalidad y etnografía, sus costumbres y vocabulario, su infantilización y apatía, su diferencia radical con la Cuba de 1959 en la Isla y también con la Cuba de 2018 en el resto del mundo, hoy hace de nuestra población un ghetto de desconocidos apátridas, un bunker violento de la barbarie, y, también, por supuesto, un parque temático para disfrute de turistas de izquierda y académicos intelectuales (o ambos): el último museo a cielo abierto de la Guerra Fría, en este caso en clave de carnaval y festín de carnes de la Era Pre-digital.
La culpa del “intercambio cultural cubano” con los Estados Unidos no la tiene el ex-presidente norteamericano Barack Obama. Paradójicamente, Obama fue una especie de Ronald Reagan respecto a Cuba: fue el tipo con suficiente coraje como para retar al déspota comunista del Caribe para que se atreviera a tumbar el muro de Berlín que corta en dos al Estrecho de la Florida.
Es cierto que vienen y van músicos malabaristas, artistas arteros, escritores sin ética, pero ¿qué aspirábamos ver salir de la Isla a estas alturas del siglo XXI? El exilio cubano, si es que el exilio cubano aún existe (porque hace mucho que ya no se manifiesta como tal, ni hace nada para liberar a Cuba de verdad), debería sentirse orgulloso de ver salir a toda esa fauna hipócrita y mediocre de exitosos creadores cubanos. Déjenlos que lleguen ahora al mundo real, con medio siglo de retraso. Déjenlos elucubrar sus tétricas teorías para ocultar la verdad de la verdad de sus biografías: que se les ha ido la vida comiendo mierda y más mierda en la Cuba de Castro.
Nadie se beneficia con el “intercambio cultural cubano”. En la era del George W. Bush, por ejemplo, Cuba era el supuesto enemigo y por eso Estados Unidos casi dejó de emitir visas. Sin embargo (¡y con embargo!), tampoco nada cambió para nuestro país. Como es lógico. Porque los cambios emanan únicamente de los seres humanos. Y eso es precisamente lo que la tiranía ha erradicado de nuestra historia contemporánea: ciudadanos responsables y participativos con una conciencia social. Por cada una de las firmas del Proyecto Varela, el castrismo ha creado diez mil zombis zoocialistas. En este sentido, Cuba es hoy por hoy una insultante aula o jaula de nivel Pre-Escolar.
En todo caso, el “intercambio cultural cubano” sirve para exponer el desastre antropológico, la miseria material, la insolidaridad de espíritu, la codicia de dólares, la analfabeticidad cultural y desmemoria histórica, así como el abuso transgeneracional que ha cometido en contra del pueblo cubano la Revolución de los hermanos Castro.
El ADN de los cubanos se contaminó de caca. Y los cuatro quilos comerciales o morales, que dicha Revolución recoge con el referido “intercambio cultural”, no compensan la vergüenza vil de un pueblo entero ignorante, vulnerable, ridículo, y reaccionario. Pasto para el fascismo corporativo-militar que han instituido los descendientes de Castro.
Para despertar de semejante modorra marxista, Cuba necesitaría, de hecho, una neocolonización pro-democrática desde los Estados Unidos: un ejército de 10 millones de marines en ropita civil, meándose borrachitos de risa sobre la estatua de José Martí en el Parque Central de La Habana, o vomitando sobre sus i-Phones online en un casino que funcione de paso como un burdel.
Basta de puritanismos pacatos. Basta de bobería beata. Los cubanos solos no pudimos: no nos dejaron poder. Fuimos exterminados en tanto ciudadanía. Somos la única nación desaparecida de Latinoamérica. Negar el síntoma de esta enfermedad terminal, cerrar la puerta a esta ósmosis del horror, es, como decimos vulgarmente, votar el sofá donde nos pegaron los tarros.
La alternativa es simple: el ex-exilio cubano, asustado o azuzado por el Ministerio del Interior del castrismo, otra vez amenaza con cerrarle las puertas al “intercambio cultural”, para así nunca tener que abrir los ojos al genocidio cultural al que ellos mismos contribuyeron con su escapada de Cuba. Sienten culpa, pero no sienten siquiera la necesidad de reconocerse cómplices. Y es que los mata un complejo de superioridad que es tan castrista como las palmas.
Pobre país. Fútilmente fajados en contra del “intercambio cultural”, mientras mandan su millonada de dólares cada año para generarlo y regenerarlo. No se llamen a engaño: los subproductos humanos que llegan hoy a Miami con su comemierdad mediática, fueron todos alimentados con compotas compradas en un mall de La Florida. Esta es la verdadera venganza de la invasión de Playa Girón. No fue en 1961, no: es ahora que La Habana por fin está liberando de vuelta al exilio a los auténticos mercenarios.
Los cubanos libres debiéramos de tener sino la decencia, al menos sí la diplomacia, de decirles en póstuma paz: Bienvenidos a casa.
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