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Cuarenta y dos años después el ex deportista cubano Alberto Juantorena y el norteamericano Frederick Newhouse volvieron a encontrarse. El bar-restaurante el Floridita de La Habana y esas locaciones que tienen vida desde 1817 fueron sede del abrazo eterno entre esos grandes del atletismo mundial.
Más de cuatro décadas han pasado desde aquella memorable carrera de los 400 metros planos de los Juegos Olímpicos de Montreal 1976. Un cubano, Alberto Juantorena, conocido como el “Elegante de las pistas”, dominó esa vuelta al óvalo para darle al atletismo de la Isla su segundo título dentro de las citas bajo las sombras de los cinco aros.
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En la instalación ubicada en la avenida Pierre de Coubertin Nº 4549, en la provincia de Quebec, paró los relojes en 44.26 segundos después de utilizar sus enormes zancadas para devorar los metros de la pista sintética.
Aquella vez, “El Caballo” superó al estadounidense Frederick Newhouse, quien legó a la historia un excelente 44.40 para cruzar la línea de meta en el segundo lugar, mientras que su compatriota Herman Frazier (44.95) ancló tercero.
Seguramente Juantorena y Newhouse hablaron de Frazier, quien aún vive y tal vez no supo del viaje. Seguro hablaron de la final que los colocó en el olimpo. Seguro hablaron del ayer, del hoy y por qué no, del mañana. Y seguramente hablaron de la extraordinaria labor del cubano ese 29 de julio, apenas 72 horas luego de entrar “con el corazón” en los 800 metros. Sus 1.43.50 minutos lo dejaron como el recordista universal absoluto de la prueba.
Esa, efectivamente, fue la primera corona del atletismo cubano. Solo tres días bastaron para cambiar la historia y protagonizar un hecho aún inédito en el panorama olímpico. Estoy seguro de que Juantorena y Newhouse no obviaron este tema. Demasiada grandeza encierra ese doblón dorado.
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