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Alexis Leiva es una extravaganza nacional. Ascenso, descenso. Del MoMa al Combinado del Este. Alexis, a quien le gusta que le llamen Kcho, logró engañar al sistema artístico contemporáneo y consiguió sacarse un pasaporte de transgresor instalacionista.
Kcho se vendió como un revolucionario del arte que hizo de los botes y remos, y los ladrillos y el cabello mojado, un concepto estético, un producto para ser exhibido en alguna salita colindante con Andy Warhol y Basquiat, en el templo de Nueva York.
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Todavía me duele el diafragma de reírme. Buena que se las jugó el tartamudo Alexis. Venderlo a él, nada menos que a él, como el gran artista cubano de la Isla existiendo y respirando Pedro Pablo Oliva.
En un mundo donde se exhibe alguna vez la obra de Chris Olifi, alumno de la británica Royal College of Arts, exponiendo sus obras montadas sobre bases de mierda de elefante solidificada, y se le llama genio rutilante, no es de extrañar que aquellas montañas de ladrillo romo y rojizo sobre las que Kcho erigía sus remos de balseros lograra hacerse un hueco en catálogos, salones, reflectores, subastas, luz.
El cubismo cedió morbo alguna vez al cubanismo. Y ninguna obra más cubanísticamente vendible que la de Kcho, con sus gigantes de palos secos y sus botes abiertos de par en par como vaginas flotantes.
Hasta ahí estuvo el teatro bufo, la pantomima nacional que se jugó en el mundo con Alexis Leiva: un portavoz personal de la voluntad del tirano Fidel, a pesar de que cueste encontrar alguien con menos aptitudes para portar alguna voz que Kcho.
Alguna vez Fidel Castro le eligió. Lo sabemos. Lo recordamos. Empezamos a ver a un Alexis cada día más sobradito en televisión, más viajado, más combatiente, y supimos que les ganó el pulso oficial a otros dizque artistas o intelectuales de fidelidad fidélica como Roberto Chile, Miguel Barnet o Raúl Torres.
Y vaya si tenía ventajas ser el elegido. Que le pregunten a Google dónde les dieron la orden de montar la coreografía de taller de internet libre, como no fuera en el habitáculo del can Kcho. Un sitio seguro, de fiar.
El problema es que pasó como suele pasar: Fidel era humano, aunque él lo quisiera dudar. Y los humanos tiene la costumbre (agradecible en el caso que nos ocupa) de morirse. Y el tartamudo Alexis se dio de repente de bruces con un mundo donde quedaban él y sus vicios, él y sus desplantes, él y su coca y sus putas y su desmadre de estudio Romerillo, sin el paraguas protector del Comandante en Jefe.
Cuentan que Kcho deambula hoy como preso del sistema, y no se sabe bien qué hacer con él. Nadie sabe si es mejor vendérselo al Combinado del Este, a una clínica de rehabilitación, a una catacumba de escuela de arte provincial, o a todo eso junto, paso por paso. Kcho está en venta, pero no saben quién o dónde lo quieran colgar. Se rumora que la orden debe venir de Raúl Castro. Vaya curador.
Perdida su inmunidad parlamentaria, ahora que no es siquiera candidato a la Asamblea Nacional, de repente han aflorado sus delitos. A saber, según ha publicado recientemente la web Martí Noticias: morosidad, insolvencia punible, incumplimiento de pago, abuso de autoridad y tráfico de influencias. Todos, relacionados con su taller de internet. Además, es casi seguro que causas de corrupción de menores, proxenetismo y ultraje sexual puedan condimentar todavía más cualquier posible escarmiento nacional.
“Si tuviera a mi Comandante”, pensará Alexis en los momentos en que la sobriedad le tenga alguna pausa en la agonía de la desintoxicación. Pero el Comandante ya no está.
Kcho será olvidado pronto. La broma de exhibirlo como carne de triunfo, como arte cubano genuino, transgresor, relevante, no dejará siquiera rubor en curadores que arquearon las cejas y le bendijeron su obra. Ni para literatura servirá: demasiados personajes usados y vejados luego por el poder. Sería un lugar común.
Si algún nostálgico pide una prueba de que el tartamudo Alexis pasó por este mundo y todos supimos -sin Buesa-que pasó, que le entreguen un póster del entusiasta armador de botes con la bandera del 26 de Julio frente a la Casa Blanca.
Sospecho que ese será su legado. Nada más.
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