Memoria del Exilio: Facebook o no tener nada que decir, no es motivo para callarse

Matemos al tiempo muerto en Facebook, hablando, o escribiendo mierda. 

Documentos de un exiliado cubano en Miami © Juan Carlos Cremata Malberti
Documentos de un exiliado cubano en Miami Foto © Juan Carlos Cremata Malberti

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Este artículo es de hace 6 años

Marzo amanece, también, con luna llena.

Parece que eso será una constante, durante todo el resto del año.


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Y recrudece - aunque se evite y/o no se le busque- la misma angustia, perjura, muda, aguantona, indolente, impotente, perenne, e inconstante, por la singá residencia.

Pretenden aconsejarme, algunos. De buena manera y porque me quieren.

Pero cada exilio - como cada persona – es absolutamente distinto y diferente.

No hay una norma.

A no ser la actriz Norma Reina. Norma Desmond la de Sunset Boulevard, interpretada magistralmente por Gloria Swanson. La ópera de Bellini y un par de muy buenas amigas.

Ni creo que exista alguna regla.

Excepto esa que bordea blanquecina en la bahía habanera.

O una pila de morenas, o enfermeras del Caribe, que arrastran todas con el mismo nombre.

Tiene que serlo.

Es ley de vida.

Además, en estos tiempos de Trump, los trámites migratorios parecen tardarse mucho más de lo acostumbrado.

Lo que, es decir: lo de la impaciencia del inmigrante se anuncia como mucho-con-demasiado.

Parece un típico y habitual arqueo de caja en la más recóndita de las cafeterías del INIT.

E imagino así, mi caso, entre muchos otros papeles, aguardando, ahogado en un mar aburrido.

Bajo una montaña de files amontonados.

Asuntos pendientes.

Unos sobre otros.

Otros sobre uno.

No sé por qué piensas tú…

En un universo pletórico de otras muchas, muchas más carpetas.

A la espera del funcionario de turno que, al navegar una buena jornada, repare en ellos, los rescate del naufragio insobornable y nebuloso que es el olvido, los apruebe sentencioso, y, ¡al fin!, me done, piadoso, de una vez y por todas, el inenarrable e intrínseco gozo de bogar a vela extendida.

Mientras tanto…

Sin esa patente de corso, lo que toca es esperar.

O rehacer todo el papeleo, imagino.

¡Aló, aló!

¡ET llamando a casa!

Agota, importuna y consume la usanza de no sentirse con los pies firmes sobre tierra alguna.

Coexistir en el limbo injusto, resbaloso y amargo de digerir a diario.

No pertenecer, ya jamás, a ningún sitio, para echar raíces en el viento.

Cambio perpetuo. Desvelo frecuente.

Es entonces, que oigo a una cubana parlotear por su móvil, en voz muy alta, dentro de un ascensor, mientras voy camino al trabajo:

- ¡Pá atrás, ni pá coger impulso! – asegura marianamente “enyumecida” - ¡Yo para allá no vuelvo, ni amarrá! ¡A mi no me ven más, ni en pintura!

De seguro no comentaba lo que veníamos pensando, pero la ocasión, a veces, nos responde sola. Y hay que ingeniarse señales.

Me monto en el metro y escucho asimismo chacharear a su celular, en perfecto inglés, aunque también con el volumen alto, para su enorme vozarrón, a un muchacho, que se me para enfrente. Es de muy buen ver. Con un físico, moldeado, en extensas horas de gimnasio.

- You know, man, I think I really need one of those massages with happy ending – platica, mientras se toca cada uno de los cuadritos logrados en su esculpido vientre. Enmudece por un rato. Continua con su selfie-toqueteo-guasabeo en silencio. Se saborea con saña y alevosía. Parece que deja fluir, por un rato, la conversación del otro lado. Sin emitir sonidos se ve más bonito. Me gustas cuando callas porque estás como ausente. De pronto, un ¡le ronca a la pinga! – se le escapa de la boca. ¡Oh my God! ¿Qué es esto? ¡Hasta la reina Isabel baila el danzón! Y sigue con el resto de su soliloquio en idioma anglosajón. Pero ahora se agarra, con fiereza, el paquete. No el del pueblo. Ni el de la programación más variada. Sino el control remoto con el que piensan los hombres. La respuesta más popular y creativa a todo tipo de bloqueo. La única palanca, efectiva, afectiva y eficaz, contra las penurias de un periodo especial en tiempos de paz. El mandao siempre presto para la guerra. El machete de Maceo. La tranca.

¡No hay derecho! - me digo - ¿Ahora explicame, cuál es el guiño? ¿Que la cosa está de pin...?

Aunque lo suyo se vislumbra, mejor visto, como una mocha corta.

Como Rick Hudson cuando le apodaban "dinamita". Mucho cuerpo y poca mecha, ja, ja.

Pero eso, aquí y en la China, es contar dinero, con ganas, delante de los pobres.

Que uno no es de plástico, está a dieta, ni tiene la boca cuadrada.

Hay que aprender de Pilar.

Que dio su manta, su anillo, el bolsillo, un clavel y hasta un beso.

Amén de sus zapaticos porque tenía más en su casa.

.¡Qué va! ¡Yo me quito de eso! ¡Me apeo!

Un incendio siempre puede evitarse.

Vuelvo la vista.

Parece ser un trabajador de sexo a domicilio haciendo publicidad personal u horas extras.

Y aquí hay maricón, sí. Pero lo que no hay es presupuesto.

¡Cambio y fuera!

No se deben gastar municiones en batallas de antemano perdidas.

Y además, ese tipo puede hasta ser un hacker, un clon de Eric Bana, o un trailer de Hércules contra el Armagedón.

Amén de que mi frenesí en la lucha libre es la embestida por la retaguardia. Yo trabajo más la popa que la proa.

Y el arroyo de la sierra, me complace más que el mar.

Más allá, en otro rincón del vagón, me sorprende descubrir a una ciega que, también - como casi todos los pasajeros – viaja todo el trayecto, con la vista pendiente a su móvil. Lleva bastón plegable y gafas oscuras. Y espejuelos el aya de la francesa Florinda. Creo que usa una aplicación en Braile para celulares. Averiguo, en Google, que fue creada para que los invidentes puedan mandar mensajes de texto. ¡Qué bueno! ¡Como ha avanzado el mundo! Pero, si no teclea ¿por qué mira fijo hacia la pantalla? – me pregunto - Da lo mismo que vea hacia cualquier lado, ¿no?

¡Fellinesco desconcierto! Desbarajustes modernos. Trastornos de lo corriente, en tiempos que se precipitan.

Al llegar a la escuela debo bregar con una estudiante, que desde que la vi, por primera vez, pensé – de manera banal, superficial y equivocada- que sólo servía para empleada de limpieza, en cualquier desatendida y remota Oficoda de Managua, Raspadura o Bauta. Una señora, al estilo tía del pantry, que lleva, casi, 28 años en Estados Unidos, pero aún no ha salido de Cuba. De Alto Cedro para Macané. Llegó a Cueto y sigue ENtodavía, para Mayarí. El idioma que habla es una joya. Parece de Tarzán en lenguaje tartamudo. Un diamante en bruto. Naif. Y más que super buena gente. A lo que se le llama:un pan de gloria recién horneado y caliente. Un alma luchadora que sobrevive, a duras penas, repartiendo su subsistencia entre dos trabajos, que le consumen la mayoría de todas las horas. D todos los días. El primero como enfermera en un home, o retiro de ancianos. ¡Ya tú sabes! Limpiar mierda y acicalar los pellejos en los que, todos, nos vamos convirtiendo.

Si somos la misma cosa

Tú.

Yo.

En este país la paz, durante la vejez, es muy dura. Cuesta más y es mucho más cara.

Es songoro cosongo, sin negra que baile bien, ni mamey.

No estoy comparando. Llegar a viejo es la última carta de la baraja. Pero es preferibe a quedarse en la travesía.

Su segunda ocupación es como security del almacén de un estudio de televisión, de un pequeño canal semi-desconocido en Miami.

Pero ella quiere saberlo todo – de la enferma la señora - durante los escasos momentos, en los que puede escaparse de su carga pesada, durante la semana, para venir a instruirse. Y llega bien fresca. Risueña. Dispuesta. Atenta. Con aro, balde y paleta. Su meta es crear un video musical, usando una canción interpretada por unos cantantes, más bien cheos. De esos con acento, talento y gusto neutro. Recortada en un fondo verde, bailando, como una niña, junto a los dos intérpretes picúos de moda. Quiere que todo concluya con una foto. De ella misma, abrazada junto a su esposo. Su ingenuidad es tan natural, que conmueve, remueve, palpita y quasi abraza. Emana de lo sencillo e, increíblemente, hace como la espuma de la cerveza. Crece y se manifiesta. Agarra, muy diligente, el intercambio de experiencias que resultan de toda enseñanza. Pero sobre todo del entendimiento entre nosotros mismos. Como simples seres humanos que intentan conocer un poco más de lo que les rodea. Mientras más ella trata de explicarse, menos se le entiende. Pero comprende, al tiro, todo lo que se le explica. Y se capacita rápido. Muy rápido. Me sorprende tremendamente. Más que enseñarle, aprendo.

Luego me entero, por otro estudiante, que su marido padece de una enfermedad terminal. Que está en las últimas y tiene los días contados. Y que toda su ilusión, voluntad o hambre por saber, provienen del radiante y perecedero proyecto de regalarle a su ser más querido, unos postreros momentos, rellenos de ventura y apego a la vida. Antes de “irse del parque”, Volar como Matías Pérez, o desaparecer. Como haremos todos. Nos toca. Para, de alguna manera, quedarse a vivir con ella, por siempre, en la memoria.

Honda historia de una mujer campechana, sentida y hasta alegre, que se crece como una fiera, ante la malaventura, el dolor y los amargos tropiezos.

Un amigo me aborda angustiado, por otro lado, buscando, con desespero, una renta.

Otro, rastreando trabajo.

¿Y uno de qué se queja?

¡Toca esperar!

La suerte es loca y a cualquiera le toca.

Entonces, matemos al tiempo muerto en Facebook, hablando, o escribiendo mierda.

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Artículo de opinión: Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de CiberCuba.

Juan Carlos Cremata Malberti

Director de cine y guionista cubano. Se graduó en 1986 de Teatrología y Dramaturgia, en el Instituto Superior de Arte (ISA) de La Habana, posteriormente cursó estudios en la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños graduándose en 1990.


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Juan Carlos Cremata Malberti

Director de cine y guionista cubano. Se graduó en 1986 de Teatrología y Dramaturgia, en el Instituto Superior de Arte (ISA) de La Habana, posteriormente cursó estudios en la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños graduándose en 1990.