Aunque tiene poco tiempo en este oficio, solo 5 años, afilar cuchillos y tijeras en días nublados, con frío o lluviosos, le ha traído malas pasadas a Wilfredo Luque Lahera, uno de los pocos amoladores que aún existe en la ciudad Santiago de Cuba. A golpe de tener que indemnizar a sus clientes, este señor aprendió una vieja lección de la física y de ese antiguo trabajo.
“El metal se calienta en la piedra, y al sacarlo, si está lloviznando o hace frío, incluso si está nublado, ese cambio brusco de temperatura parte la tijera, fundamentalmente pasa con estas, no tanto con cuchillos. A esa hora he tenido que ponerme de acuerdo con las personas, o buscarle una o pagarles. Una vez tuve que dar 100 pesos por una”, detalla y añade “cuando yo veo que se nubla o va a llover me recojo, y si son días de frío, ni salgo a la calle”.
Natural de Guantánamo, donde aprendió el arte de sacar filo, no dudó en seguir el oficio cuando fue a vivir a la ciudad de Santiago de Cuba porque “es una forma de ayudar a mi chequera, a mis hijos y mis nietos… además, tengo fuerzas y no me gusta estar encerrado en la casa sin nada que hacer”, asegura.
De martes a sábados se le puede ver arrastrando su pesada amoladora por las calles de la ciudad. A sus casi 70 años es una escena que sin dudas enternece a cualquiera, aunque Wilfredo asegura hacerlo más por placer que por necesidad.
Llega a ganar 120 pesos como promedio en unas cuatro horas de trabajo
No obstante, llega a ganar 120 pesos como promedio en unas cuatro horas de trabajo, un número que para nada está mal en la realidad cubana actual, que el salario promedio al mes no supera los 500 pesos.
Lleva menos de un año viviendo en Santiago de Cuba. Sin embargo, se ha aplatanado tan bien que encontró el mecanismo para sacar jugosos dividendos a sus recorridos: “salgo de mi casa a las ocho y 30 o nueve de la mañana. Voy a donde me lleve el viento ese día, a Zamorana, Portuondo, Vista Alegre, Santa Bárbara, Sueño, 30 de Noviembre… y aunque tengo bien localizadas las paladares, casas de alquiler y manicuras en cada una de esas rutas, espero entre una visita y otra unas dos semanas”.
Claro, Wilfredo también tiene a su favor que es –según él– el único amolador de tijeras y cuchillos que realiza en Santiago de Cuba ese oficio a la manera tradicional, con una vieja herramienta de metal, también llamada amolador, y no en una pequeña bicicleta que por el mecanismo que tiene obliga a afilar con una sola mano, y no con dos que es la única forma que garantiza un resultado óptimo, “esos de las bicicletas usan un reductor con un disco para cortar metales, el resultado final es que hace su función, pero el cuchillo o tijeras quedas muy mal afilados”.
Y mientras camina por las calles, un sonido agudo peculiar anuncia su presencia: no es un pregón, tampoco una compleja combinación de notas musicales, más bien es una melodía que asciende y desciende pero que todos reconocen como el canto del amolador de cuchillos.
“La flauta que actualmente tengo se la cambié a un niño por una filarmónica que me mandaron de Venezuela, un familiar mío que le pedí una flauta de amolador, o caramillo, y no la encontró. Ese niño tenía la que necesitaba y bueno, hablé con los padres y aceptaron, y el niño quedó muy contento con el trueque”, explica.
El peculiar sonido de esa flauta, que también tiene disímiles nombres en Cuba y otros países, y también por la pesada herramienta, han convertido a Wilfredo en un personaje peculiar por un oficio que tuvo décadas atrás muchos otros practicantes. Él es, sin dudas, una especie en extinción en el país.
“Me encontré un día dos gallegos que dijeron que ese trabajo era de su país y que querían comprarme el equipo para llevárselo para su país, para un museo. Yo les respondí que no tenía intención de venderlo, pero que si me daban 200 euros podían llevárselos. Eso fue hace poco más de un mes, estoy esperando respuesta”, comenta y añade “en la calle me toman muchas fotos los turistas, fundamentalmente los italianos, me buscan cuchillos y de todo para verme trabajar”.
Cinco pesos cobra este señor por amolar una tijera, igual precio tiene también afilar los alicates y 10 los cuchillos, aunque puede variar en dependencia del tamaño. Y no pasa por su piedra los machetes, “son demasiado largos, no queda parejo y le hace daño a la piedra, pero a veces me topo personas, ancianas generalmente, que no pueden pagar ni cinco pesos, y yo se los hago, pues eso no me hace ni más rico ni pobre”.
De sus cuatros nietos ninguno ha mostrado hasta la fecha un real interés por aprender el oficio, en parte porque dos de ellos tienen tan solo 10 años. Wilfredo tiene la esperanza de transmitir a alguno sus conocimientos: primero porque es un trabajo que se ha convertido en tradicional, aunque llegó con los españoles; y segundo, porque es una manera digna y honrada de ganarse un sustento, que comparado con el salario promedio en cuba que no llega a los 500 pesos, puede ser mucho más que decoroso.
Wilfredo es una antigualla y es, además, una persona necesaria en los hogares de Santiago de Cuba. Llega y se va de la misma forma: con el agradable sonido de su pequeña flauta que hace ladrar a los perros, llama la atención de los pequeños y pone correr a las amas de casa, quienes buscan en gavetas y cuanto recoveco existe en el hogar, para encontrar viejos cuchillos y tijeras sin filo.
No son pregoneros modernos que a la usanza de los antiguos pasean por las calles de Santiago de Cuba con hermosas melodías, tampoco los músicos callejeros cuyos versos sin dudas son una delicia… pero el amolador de cuchillos, lamentablemente casi extintos, sí es parte del folclor, del rico mapa sonoro citadino y de la tradición.
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