Si algún mérito parece incuestionable en las iniciativas Cuba Decide y los Premios Oswaldo Payá, ambas impulsadas por la joven Rosa María Payá, es su eficacia quirúrgica para atraer la mirada de nombres propios de la política internacional hacia ese micromundo peculiar y hostil que suele ser la isla caribeña.
No es mucho, convengamos. Cuba lleva décadas bajo los focos de una comunidad internacional que asiste apacible a la malcriadez política de un régimen despótico, y poco o nada ha cambiado esta táctica del “que se sepa”, exhibir su colmillo dictatorial ante el planeta civilizado.
Pero en los tiempos que corren, donde la Unión Europea canta y silba la Guantanamera, el embajador español en La Habana se fotografía honrando el pedrusco mortuorio de Fidel Castro, y la política estadounidense se tambalea en un indescifrable punto a mitad de camino entre el deshielo de Barack Obama y el hielo no muy frío de Donald Trump, que la hija de Oswaldo Payá fuerce al régimen cubano a exponer toda su arbitrariedad con diplomáticos, ex presidentes y activistas internacionales, tiene su peso específico políticamente hablando.
Los últimos en llevar lo suyo han sido los ex presidentes Andrés Pastrana, de Colombia, y Jorge Quiroga, de Bolivia. Fueron invitados a recoger el Premio Payá, otorgado por la “Red Latinoamericana de Jóvenes por la Democracia” que dirige Rosa María junto a su Cuba Decide. Ni más ni menos que como a dos balseritos que vuelven a casa y los retienen en “el cuartico” (esa metáfora material del poder absoluto) antes de declararlos inadmisibles y mandarlos de vuelta al destierro: así trató ayer el régimen de Raúl Castro a dos ex mandatarios extranjeros invitados al país por una organización independiente.
Pero el listado de proscritos gracias a Rosa María alcanza al titular de la OEA, Luis Almagro, al ex presidente mexicano Felipe Calderón y la ex ministra chilena Mariana Aylwin. Con esos truenos no hay quien duerma: el escándalo se ha hecho notar.
Un escándalo que, quieran admitir o no los detractores de la iniciativa de Rosa María Payá, sirve para mucho más que algunas marchas públicas en Cuba a las que el régimen cubano les ganó hace demasiado tiempo la batalla mediática: dejaron de ser noticia. Y en un mundo superfluo y tonto mediático como este, dejar de ser noticia es un acta de defunción política.
El Premio Oswaldo Payá, que cuenta solo con dos ediciones, es entregado -hasta el momento- a diplomáticos o figuras de la política internacional que aboguen por caminos hacia la democratización de Cuba. Pero es Cuba Decide la verdadera manzana de la discordia. Se trata de un movimiento que busca efectuar un plebiscito popular y vinculante para que los cubanos decidan el sistema político que quieren.
De entrada, es obvio que tiene lagunas conceptuales. Si lo que intenta es ganarle el pulso a la gerontocracia cubana en unos comicios electorales que ni son comicios ni son electorales, cabe preguntarse dónde está el chiste. Yo no se lo veo. Es un despropósito total, mirado desde ese prisma. (No pretendo argumentar por qué, vaya si no tendré mejor cosa que hacer que explicar por qué ganarle a un sistema como el cubano mediante las urnas es digno de risa o de lágrima).
Pero si el propósito verdadero, el objetivo último e inconfesable, es atraer la atención internacional hacia un país cuyo gobierno ejerce su patente de corso para hacer lo que le venga en ganas sin que nadie lo perturbe, ahí Rosa María Payá tiene lo suyo de gloria y mérito.
Es una esgrima donde esta iniciativa valiente y frontal lleva la delantera: el raulato no consiguió relegarla al ostracismo que sufren cientos de ideas similares en Cuba.
Los críticos de Cuba Decide suelen incurrir en una ambigüedad argumental que desconcierta: por un lado insisten, con razón, en que la condena internacional al gobierno cubano es uno de los métodos imprescindibles para ejercer alguna presión sobre Raúl Castro y sus lugartenientes. Pero estos críticos rara vez logran atraer tanta atención internacional como la que logran estos proyectos de la hija de Oswaldo Payá, propiciando que sean Luis Almagro, Andrés Pastrana, Felipe Calderón, los que alcen la voz luego de sufrir en pellejo propio las consecuencias del militarato cubano.
Cuba Decide tiene otro agridulce mérito: exponer la inmadurez del pensamiento opositor hacia la dictadura cubana. Y por pensamiento opositor no me refiero a Elizardo Sánchez o José Daniel Ferrer. No hablo de símbolos o líderes. Hablo de todo cubano que se considere públicamente opuesto al gobierno dictatorial cubano.
La iniciativa de la Payá ha logrado pronunciamientos de adhesión o disidencia. Quizás los casos más notables entre estos últimos, por públicos, sean los de Antonio Rodiles y Ailer González Mena, desmarcados explícitamente de cualquier apoyo a esta idea ciudadana independiente.
La inmadurez política se exhibe en el momento en que se les pide no solo a Rodiles y su esposa, sino a todos los no partidarios de Cuba Decide, que prioricen la lucha contra el enemigo común y silencien sus desacuerdos políticos en aras de ese macro objetivo.
Es infantil.
Ninguna oposición seria debe ser unánime ni coherente con un mismo principio. El ejercicio político pasa, ante todo, por una determinación individual de exponer y defender un credo, una ruta para un distrito o una comisión condal o un país, y si es genuina debe ser confrontacional por definición.
Pedirles a quienes han preferido jugarse la paz y el pan y la salud por no callar sus desacuerdos con un sistema abusador, que se callen entonces el desacuerdo con una iniciativa que no comparten, es un sinsentido. Va contra la esencia misma de lo que es ser opositor de pedigrí.
Otra cosa muy distinta es el chanchullo malintencionado y el jugueteo de egos, el atacar por celos o por ansias de protagonismo, que de todo eso hay, -¡vaya que sí!- en la oposición cubana. Pero una vez más: lo hay como en todo grupo amplio y heterogéneo de humanos. Supongo que encontrar entre la oposición actitudes dignas o bajas pasiones, encontrar mártires (como Oswaldo Payá) o mentirosos de huelgas infladas y proyectos inexistentes, es tan normal como encontrarlo en un sindicato de pescadores o un equipo de fútbol. Es la naturaleza humana.
Pero disentir de un proyecto opositor es tan legítimo como disentir del gobierno al que ese mismo proyecto se le opone.
Por lo pronto, el mismo grupo opositor que impulsa Cuba Decide premia hoy con el lauro Oswaldo Payá a dos ex presidentes ausentes, ninguneados y maltratados por un gobierno cubano sobrado en el arte de irrespetar diplomacias y actuar con seña matonesca. Cuando nos preguntemos qué decide en realidad el proyecto Cuba Decide, dónde está su marca, su huella, su poder de transformar y decidir, creo que la respuesta está ahí, al alcance de un análisis básico y elemental: ha decidido hacer hablar a Pastrana, a Almagro, al diputado chileno Jaime Bellolio, a los que de otro modo ya estarían a lo suyo, en sus países, en sus otros frentes políticos.
Rosa María Payá, los premios en honor a su padre y Cuba Decide, decidieron reclutarlos a ellos como soldados heridos por el castrismo. Supongo que de algo servirá.
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