La selección cubana asistió a la cita olímpica de Australia con la ambición de mantener su hegemonía beisbolera y convertirse en tricampeona de los juegos estivales. Sin embargo, la historia cambió su curso entonces...
Para empezar, el equipo vio rota su cadena de triunfos bajo los cuatro aros al perder (4x2) en su cuarta salida de las preliminares ante Holanda. Así, la racha antillana quedaba trunca en 21 victorias, luego de nueve en Barcelona’92, otras nueve en Atlanta’96, y las tres iniciales en Sidney (16x0 vs Sudáfrica, 13x5 vs Italia y 6x5 vs Sudcorea).
Después del resbalón ante los tulipanes, los cubanos celebraron éxitos a costa del representativo anfitrión (1x0), los Estados Unidos (6x1) y Japón (6x2), todos ellos en la clasificatoria, y garantizaron su pase a la discusión del oro al repetir la dosis sobre los nipones, esta vez 3x0.
Entonces llegó el peor de los tragos: en el duelo crucial, los norteamericanos humillaron a la tropa dirigida por Servio Borges con una contundente lechada de tres hits (score de 4x0) mediante un sensacional trabajo completo de Ben Sheets. La dinastía llegaba a su fin.
El roster de la escuadra insular incluyó a cinco figuras que ya se habían proclamado titulares en las dos ediciones olímpicas previas: Antonio Pacheco, Omar Linares, Orestes Kindelán, Luis Ulacia y Omar Ajete.
Los restantes miembros de la nómina fueron los receptores Ariel Pestano, Juan Manrique y Rolando Meriño; los jugadores de cuadro Antonio Scull, Oscar Macías, Danel Castro, Miguel Caldés, Gabriel Pierre y Germán Mesa; los jardineros Javier Méndez, Yasser Gómez y Yobal Dueñas; y los pitchers José Ariel Contreras, Pedro Luis Lazo, José Ibar, Lázaro Valle, Yovani Aragón, Máels Rodríguez y Norge Luis Vera.
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