Memoria del Exilio: Quiero volver a casa

Jamás pensé vivir en un mundo con tanto culpable absuelto, mientras muchos más inocentes, andan presos.

Juan Carlos Cremata Malberti © Cortesía del autor
Juan Carlos Cremata Malberti Foto © Cortesía del autor

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Este artículo es de hace 6 años

Y no me refiero a Cuba.

Ni a mi familia.


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O a mi madre y mi hija, a quienes ardo por abrazar.

Ni al útero, o el bosquejo de un viaje a la semilla, ya plantada.

Tampoco hablo de arrepentimiento alguno.

Pues, desde hace mucho, aprendí que, ningún remordimiento ayuda, nunca, ni mucho, a avanzar.

Me refiero a retornar, simple y llanamente, al pipi de mi papá.

Cederle paso al gameto que venía detrás.

Si la cosa se va a poner, así de pin… al final de la trama, que se le dispare, el que sigue detrás de mí, en la cola.

Vamos a ver. Éramos un equipo. Entrenado durante años. Funcionábamos como uno sólo. Hermanos, yuntas, brothers, aseres, colegas, socios,ecobios, moninas, nóminas de organismo, pioneritos de la uretra*. Como los célebres mosqueteros “todos para uno y uno para todos”.

*Rehúso usar el término compañero, por el abuso indiscriminado, que se le ha dado en Cuba, sustituyendo al normal, simple, lógico, mucho más correcto, antiguo y menos usado, de: ciudadano.

Pero cuando abrieron las compuertas, enseguida, se formó la desbandá, la empujadera, el despelote, la molotera y el quítate tú pá ponerme yo.

Me explico.

Ahí fue donde salí el espermatozoide más destacado de toda mi generación.

¡Primer expediente, con título de oro!

En el Curso Introductorio.

Mas, ahora, que ya, ni peino, más de sin cuenta años, quiero volver atrás, a ese momento prístino, e inicial, en que me zambullía en la felicidad futura, con una energía, tan vigorosa, que era capaz de insuflarle, e inundar de vida, al resto del universo.

Bastó que empezaran a sonar, Los Panchos (ese trío sublime, al que suelo homenajear, hoy día, en noches de trasnoche, fruición y/o ardiente-batiente-albedrío) interpretando ese hit parade, de los años cincuenta, que flotó en el aire, y en el ansia tórrida, de los enamorados de entonces; para que mi progenitor se descocara, encandilado, con la sola visión de una jovencita, de mirada mega-tierna - aun en su expresión más adusta - que luego se convirtió, maravillosa y afortunadamente, en mi madre.

(trino de guitarra)

Reloj, no marques la hora,
porque voy a enloquecer,
ella se irá para siempre,
cuando amanezca otra vez.

No más nos queda esta noche,
para vivir nuestro amor.
Y tu tic tac me recuerda,
mi irremediable dolor.

Reloj, detén tu camino.
Porque mi vida se apaga.
Ella es la estrella que alumbra mi ser.
Yo sin su amor no soy nada

Detén el tiempo en tus manos.
Has esta noche perpetua.
Para que nunca se vaya de mí.
Para que nunca amanezca.

Así, se conocieron mi mamá y mi papá.

Esa fue la canción de moda que los empató, marcó, tatuó, acompañó, embelesó, calentó, aún más que las molleras, y por la cual vine, al mundo, un tiempo después.

Para alegría de aquellos con quienes compartimos visiones y sentido del humor.

O para rabia de los que segregan pus, por todos sus costados. Exhibiendo sus malas vibras, sus sucias auras, sus envidias mezquinas, sus afanes miserables, o sus ideas mal nacidas - por podridas – subyacentes e hiper decadentes.

No nací en el seno de ninguna masa. Ni soy modelo de ningún hombre nuevo.

Y luego de saber lo que hizo, una manada, cuál feroz jauría, de los que marcan en mi misma casilla de género: masculino – aún más terrible después de conocer, la injusta la decisión de los “jueces” - decido, con, y por vergüenza ajena, declararme, únicamente, ser humano y en contra de cualquier tipo de abuso.

Hijo soy, además, de un tiempo, en que la escasez gana cada vez más terreno. En todo sentido.

Quiero agregar: SIN sentido.

Se escatima la razón.

Y aunque soy resultado de un masacoteo en extremo, entrañable, acaramelado y consensuado, ya no es lo que era antes.

Jamás pensé vivir en un mundo con tanto culpable absuelto, mientras muchos más inocentes, andan presos. Tanto tirano enraizado y disperso por todo el orbe. Tanta injusticia reproducida o reciclada, como la verdolaga. Tanto musgo. Tanto fango. Tanto litigio. Tanta tragedia. Tanta inhumanidad. Tanta crueldad. Tanta desgracia. Tanta ignominia. Tanta dictadura de la arbitrariedad.

Quizás era lo mismo antes, pero, a lo mejor, nos enterábamos menos.

Pero, así ha sido, a lo largo de la historia.

Me inclino a retornar, por eso, al comienzo de mi todo.

Mi madre me solía hacer el cuento, gracioso, de una salida, ocurrente, de mi padre - siempre desatando, con chistes, la alegría a cada uno de sus segundos, y de los demás, a su paso. Acostados sobre la cama, reflexionaba la “pura” en voz alta, mirando al techo; luego de dejar, bien dormidos, seguros y alimentados, a sus tres pequeñas criaturas, tras una larga jornada lidiando con domarlos.

- ¡Y pensar que éramos dos! Tú y yo solos. Y ahora somos cinco. – alegaba la “vieja”.

- ¿Dos? – rebatió papi, al vuelo – ¡Yo era sólo! Hacía lo que me daba la gana. Y ahora tengo que cargar con cuatro, al retortero.

Claro, que inmediatamente, se cagaba de la risa y tal y como ahora hago. Y se reafirmaba - jodiendo - su persistencia-resolución, de existir, de la manera, más grata y divertida posible.

No hay vuelta al ayer. Sólo, en el evanescente recuerdo. No hay regreso posible. O, pá atrás, ni pá coger impulso.

Solo espero que “la pelona” me agarre viviendo, a todo dar. Sonriendo de oreja a oreja.

Aprendiendo y disfrutando, del solo y extraordinario hecho de respirar.

Gústele a quién me siga.

Y al que le pese, que se opere.

Se acostumbre a lidiar con su propia amargura.

O se apertreche a lanzar improperios - que hacen pública su ignorancia y su mala educación - tras cobardes, e hipócritas pseudónimos.

Vuelvo gustoso a mi SEMEN*

Y así me muestro en la foto, que acompaña a estos textos.

Sin el sombrero, ni los lentes oscuros, que caracterizan al personaje que he hecho “público”y tras el cual, escondo mi profundo e incurable“miedo escénico”.

Con los brazos cruzados y sin la típica carcajada, con que revisto cada instantánea.

Tranquilo. Serio. Aunque no callado.

En la cocina del lugar que habito. Dando la cara. Bueno, con espejuelos de leer, porque si no, no veo ni cojo…

Feliz como una lombriz, bello como un camello y sabroso como un oso.

*Edito en casa, la última película que pude filmar en Cuba, sin permiso alguno y escasos recursos, basada en la obra original de mi buen amigo Yunior García y en las experiencias vividas durante los días duros de mi censura en Cuba. Es un proceso lento. Cuadro a cuadro. Escena por escena. Que llevará mucho tiempo, antes de poderla estrenar. Cuando se realiza un proyecto cinematográfico, filmar es sólo el 20 por ciento de todo el enorme trabajo que viene detrás. La post-producción cuesta más y tarda mucho más tiempo.

¿Qué mayor felicidad que poder hacer lo que uno le gusta?

¡Aunque no se gane un centavo!

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Artículo de opinión: Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de CiberCuba.

Juan Carlos Cremata Malberti

Director de cine y guionista cubano. Se graduó en 1986 de Teatrología y Dramaturgia, en el Instituto Superior de Arte (ISA) de La Habana, posteriormente cursó estudios en la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños graduándose en 1990.


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Juan Carlos Cremata Malberti

Director de cine y guionista cubano. Se graduó en 1986 de Teatrología y Dramaturgia, en el Instituto Superior de Arte (ISA) de La Habana, posteriormente cursó estudios en la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños graduándose en 1990.