Declaración de los jóvenes realizadores cubanos contra la censura en Cuba

Esta denuncia se realiza a raíz del debate que generó la censura de "Quiero hacer una película", del joven Yimmit Ramírez, en la pasada 17 Muestra Joven del ICAIC. 

Jóvenes cineastas cubanos © La Jiribilla
Jóvenes cineastas cubanos Foto © La Jiribilla

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Este artículo es de hace 6 años

Un grupo de jóvenes realizadores cubanos hizo pública una declaración contra la censura en el país, en la que se reconocen como "continuadores de un cine inconforme y revelador".

Esta denuncia se realiza a raíz del debate que generó la censura de "Quiero hacer una película", del joven Yimmit Ramírez, en la pasada 17 Muestra Joven del ICAIC.


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El pasado mes, el ICAIC argumentó que uno de los personajes del filme "se expresa de forma inaceptable" sobre el héroe nacional José Martí, a quien llama "mojón" y "maricón", y por tanto, el Instituto decidió sacarla del cartel de la Muestra.

Este suceso provocó un debate en torno a la producción audiovisual en Cuba, que ha terminado en esta declaración, publicada en la página Cardumen, un sitio donde confluye el debate entre artistas y creadores del audiovisual en la Isla.

Bajo la etiqueta #FirmoSoyCardumen, cualquier interesado en el cine cubano puede firmar la declaración, o enviar un correo a el.cardumen.cuba@gmail.com.

A continuación, reproducimos íntegramente la declaración de los jóvenes realizadores cubanos:

Somos los cineastas del cardumen. Nuestro cine se opone al de la falsa esperanza, a ese cine complaciente que no busca generar diálogos productivos con el espectador y pretende adormecerlo para que reproduzca miméticamente conductas, valores e idearios desgastados, desconectados del complejo contexto en que nos ha tocado vivir.

Somos continuadores de un cine inconforme y revelador, ese que el ICAIC acogió y defendió, de amplia tradición dentro del Nuevo Cine Latinoamericano. Por ello, no aceptamos zonas de silencio en nuestra historia ni obstáculos para el conocimiento y la representación artística de esta, aun de aquellos sucesos más cuestionables. El dolor acallado solo genera represión, odio e hipocresía social.

Somos parte de esta sociedad y estamos comprometidos con ella de forma creativa y crítica. En medio de la apatía, el individualismo y el automatismo predominantes, hacer cine es el gesto positivo mediante el cual participamos. Coartarnos es limitar esta participación y, con ella, nuestro aporte. Cualquier acusación que se cierna sobre nuestras películas debe atender primero los problemas de esa realidad que les sirve de referente, que las condiciona tonal y temáticamente.

Apostamos por un cine que nos permita reimaginarnos como nación de manera constante, en toda nuestra riqueza y diversidad. Un cine que se busque a sí mismo sin complejos: inclusivo, múltiple, arriesgado. Un cine que desactive los lenguajes viciados, que elabore su propia sintaxis. Que dude, porque fe que no duda es fe muerta. Que no tenga miedo de hablar del fracaso, de la decepción. Que tome consciencia de su poder transformador.

Padecemos la inexistencia de plataformas consolidadas y eficientes que nos permitan producir y distribuir legalmente nuestro trabajo como artistas. Nuestras obras nacen por las más diversas vías: utilizando recursos propios, aportes solidarios de colegas, fondos de cooperación internacional, crowdfundings y la gestión de productoras independientes ―estas tres últimas, sometidas a una burda campaña de descrédito―. A ellas se suman apoyos esporádicos y parciales que proveen instituciones y empresas estatalesde la cultura u otros sectores. Todas estas vías juntas, sin embargo, no son suficientes para responder a nuestro potencial creador ni se integran de manera eficaz.

Urge que el Estado dé respuesta a demandas del gremio que son impostergables: el Registro del Creador Audiovisual, el Fondo de Fomento, la Comisión Fílmica, la legalización de las productoras independientes, y, por último, la promulgación de una Ley de Cine ante la obsolescencia de la Ley 169 de Creación del ICAIC.

Nos preocupa el tenso ecosistema nacional en que se desarrolla actualmente la creación, y de manera particular el audiovisual. La arbitrariedad con que se aplica la política editorial en instituciones como el ICAIC, el ICRT y, en fecha reciente, la FAMCA, así como sus correspondientes episodios de censura, minan más aún la confianza en nuestras instituciones. Resulta alarmante, por demás, la inconsistencia intelectual de los argumentos que funcionarios y asesores suelen esgrimir para vetar o regular la visibilidad de proyectos u obras. Tales prácticas, sumadas a la difamación, en medios de prensa oficiales, de críticos y realizadores, generan un clima inapropiado para la libre creación y circulación de las ideas.

Nos preocupa que esta censura se ejerza impunemente. Creemos que no hay cautelas ni principios éticos que sostengan su uso continuado, ni razones de bien que equilibren su costo en términos políticos y culturales. No puede ser injusta en otros contextos y justificable aquí. Siempre es penosa, repudiable. Y es más lesiva cuando se ejerce, directa o indirectamente, contra todo un gremio.

Nuestras películas deben ser programadas en los cines del país y en la televisión nacional ―más allá de muestras y festivales― tomándose como criterio su calidad artística y no haciendo que prime la suspicacia y la intolerancia ideológica. Esos espacios también nos pertenecen, y pertenecen a los públicos que tienen derecho a apreciar nuestras propuestas y con ellas dialogar como sujetos activos; nuestra creciente producción, cuya valía reconocen festivales y concursos de prestigio dentro y fuera del país, es capaz de nutrirlos. Tenemos derecho a participar con nuestra visión en la toma de decisiones respecto a lo que en ellos se exhibe. En el rediseño de dichos espacios, así como en el mantenimiento del espíritu plural y reflexivo de eventos como la Muestra Joven ICAIC, no puede prescindirse de nosotros. El cine cubano, todo, merece ser protegido. Esta es también una forma de enfrentar la creciente avalancha de productos audiovisuales con claras intenciones alienantes.

El sistema nacional de enseñanza artística audiovisual debe actualizar sus planes de estudio y fortalecer su claustro de profesores. No se puede desestimar el deseo de talentosos profesionales jóvenes de sumarse a él, incluso mediante una política de relevo con alumnos-ayudantes. Resultan imprescindibles carreras con perfiles de Guion y Animación cinematográfica, reclamo casi unánime de realizadores y especialistas que aún sigue sin respuesta.

Se impone construir un diálogo con las instituciones y sus representantes, así como al más alto nivel del Ministerio de Cultura y de organizaciones que deben representar a los artistas, como la UNEAC. Pero ha de ser un diálogo en condiciones de equidad a partir de una lógica no autoritaria, patriarcal, paranoide; sino horizontal, respetuosa y desprejuiciada; y sobre todo efectivo, que conduzca a resultados concretos más allá de la retórica. En un país como el nuestro, la política cultural no debe ser un sobrentendido ni puede imponerse como dogma.

De la salud de la cultura depende gran parte del bienestar de la sociedad. Pero no se trata de un bienestar ingenuo y pasivo, sino de un estado de ánimo crítico que nos permita estar alertas ante arbitrariedades, abusos de poder y voluntades colonialistas tanto de fuera como de dentro del país. Ser críticos significa ser dueños de nuestros destinos y hacer uso de la imaginación, único modo de refundar la utopía.

No somos el mañana, ni el mero presente, y mucho menos el pasado del cine cubano. Somos una combinación activa de tres tiempos, una maquinaria de múltiples voces e intenciones diversas unidas por el deseo de soñar. Soñamos con un país capaz de verse frente al espejo negro que es el cine, y que ante él logre reconocerse, amarse y odiarse, criticarse y alabarse, resistir y transformarse, todo al mismo tiempo.

Seguiremos haciendo nuestra obra, potenciando iniciativas de creación y reflexión alternativas que reinventen las nociones de participación y compromiso, ejerciendo la mirada y el oído, ocupando el espacio que nos hemos ganado con cada plano, cada corte, cada disolvencia. Nuestras películas, gestadas en la Isla y más allá, seguirán hablando y resonando aunque intenten ponernos mordazas. Hablarán por ellas mismas y serán nuestras voces, las voces de muchos. Encontraremos palabras nuevas, frases nuevas, lenguajes nuevos para contarnos. Pero nunca guardaremos silencio.

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