Industriales: sin primogénito y sin su mejor jugador, una vez más

La maldición de perder a sus mejores jugadores sigue siendo la pesadilla de la historia Azul.

Víctor Mesa © Juventud Rebelde
Víctor Mesa Foto © Juventud Rebelde

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Este artículo es de hace 6 años

Las pérdidas espectaculares de peloteros han sido el relato paralelo de la historia oficial de los Industriales, su maldición.

La injusta suspensión vitalicia de Anglada, las rupturas pioneras de Arocha y El Duque, el accidente ocular de Padilla, el castigo primero y luego el retiro obligado de Germán, las lesiones periódicas de Javier, el abandono temporal de Valle, las salidas del novato cubano más talentoso de las últimas décadas (Kendry) y del pelotero cubano más completo del mismo período (Yulieski) se equiparan en impacto dentro de la historia de los Azules con sus 12 coronas nacionales y con su condición de equipo más longevo y ganador de las Series Nacionales de Béisbol.


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En ese grupo de peloteros, al que pueden añadirse otros, se incluye simplemente lo mejor que ha habido en Industriales en las últimas 4 décadas.

Si no fuera porque Medina, Marquetti, Vargas, De la Torre, Malleta y dos o tres más de su calidad se mantuvieron siempre con el equipo, casi pudiera decirse que Industriales es un conjunto condenado a perder inevitablemente a sus mejores jugadores, por una razón u otra.

Industriales es un conjunto condenado a perder inevitablemente a sus mejores jugadores, por una razón u otra

Está mística de la pérdida ineludible tiene en estos días un nuevo reglón amargo, con la salida del país de Víctor Víctor Mesa, quien estaba llamado a convertirse, si las lesiones lo dejaban, y junto con Tartabull, en el corazón ofensivo de la nave azul para los próximos años.

La salida de Víctor Víctor no resulta especialmente sorprendente ni dolorosa, pues es solo una hendidura más en el agrietado edificio azul, que muestra sus arrugas y cicatrices con el orgullo de un mitológico animal moribundo.

Lo singular de este caso es que más que con la historia de Industriales, el éxodo de Víctor Víctor tiene que ver con el relato maldito de su padre, Víctor Mesa, el chico malo del béisbol cubano.

La trayectoria de Víctor Mesa es quizás la más accidentada y novelesca de la historia de nuestra pelota. Lo mismo como jugador que como mánager, Víctor Mesa ha sido el tipo más singular y espectacular de nuestro pasatiempo nacional, y también, probablemente, el más odiado y querido, lo mismo que Industriales, por amigos o enemigos.

Tan espectacular ha sido Víctor que lo fue más que Vargas, el más irreverente jugador Azul, al menos en pantalla, y a quien le tocaba por derecho de nacimiento ese título simbólico dentro de las fronteras habaneras.

Pero su mayor logro en la capital fue que, en tiempo récord, Víctor Mesa puso en contra suya a la mayoría de los seguidores de Industriales, algo que nunca había conseguido ningún director habanero.

La llegada de Víctor a Industriales se debió a un solo motivo: debilidad de las autoridades deportivas de La Habana, una debilidad sin honra provocada precisamente por las derrotas del equipo en los últimos años, a su vez debidas... a la pérdida en la historia reciente, por una razón u otra, de sus mejores jugadores.

Víctor es un director ganador, tóxico y destructivo, pero ganador. Y cuando las derrotas son muchas la moral se viene abajo, junto con los principios, la historia y el decoro. Es entonces cuando se le vende el alma al diablo. Da igual quien llegue, con tal de que gane. Más vale malo conocido que bueno por conocer, habrá pensado el INDER acomodado en su residencia provincial habanera.

Sin embargo, la investidura de Víctor trajo una noticia buena para los aficionados: traía con él de respaldo a uno los mejores prospectos cubanos de los últimos años, su hijo. Víctor haría sus desastres en el dogout, pero su primogénito los recompondría en el terreno brillando como tercer bate del equipo.

Pero la jugada de los seguidores de Industriales salió mal, pues Víctor Víctor se pasó casi toda la temporada lesionado, y ahora se suma, sin haber aportado nada, al ilustre linaje de rupturas y abandonos prematuros acontecidos a lo largo de los años en la nave Azul.

Sin la promesa de un heredero y sin el respaldo del mejor jugador Azul del futuro, Víctor Mesa acaba de reiniciar su cuenta regresiva como mánager en el béisbol cubano, que se detuvo durante un tiempo en Villa Clara y que volvió a congelarse durante unos años en Matanzas. Víctor no se fue de Villa Clara y Matanzas por no ganar medallas de oro, sino porque perdió la estima de sus aficionados. Víctor se quedará solo otra vez en su banco, abandonado por los seguidores capitalinos, incapaz de haber cumplido con el objetivo por el que lo trajeron, e incapaz de haber roto en su propio hijo la maldición repetida de los Industriales.

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