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Entre los fotógrafos se dice que la hora azul es uno de los mejores momentos para tomar instantáneas urbanas. Las luces de la ciudad se compensan con la natural, y todo adquiere tonalidades azules mientras que los colores quedan saturados. Diariamente se da en dos momentos: antes del amanecer y después del atardecer.
En Cuba, la noche –esa que media entre ambas horas azules–, trae consigo un espectáculo que también puede ser digno de fotografiar: la pasión desenfrenada, y hasta irracional, por la iluminación LED, muy de moda a nivel internacional en los últimos tiempos y también en la mayor nación del Caribe, donde se ha hecho notar su uso tanto en el sector privado como en el estatal, en este último, especial énfasis al cambio de luminarias de interiores.
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Muy poco se habla, sin embargo, de la iluminación monumental en Cuba o de las edificaciones, un campo que ahora, en medio de la furia por los LED, se ha reverdecido de manera significativa, en parte por el relativo poco gasto que representa esta tecnología.
Se dice que la iluminación monumental es una manera de personalizar las ciudades, una forma de reverdecer viejas edificaciones, darles nuevos atractivos y convertir construcciones altas en puntos de referencia durante la noche. También permite ofrecer experiencias visuales emocionantes, estimula la actividad comercial y turística, constituye motivo de orgullo para las personas y crea nuevos íconos urbanos que pasan desapercibidos durante la luz del día.
Claro, eso sucede en el mundo, porque en Cuba las verdades universales se interpretan y se transforman, y finalmente se adaptan, muchas veces para bien, y en no pocas ocasiones salen hijos deformes, con buenas intenciones, pero con serios indicios de que algo no está del todo bien.
Cuando cae la noche, salen a las calles de Santiago de Cuba una serie de personajes habituales a estas horas: los noctámbulos, los luchadores de esquina que marcan músculos y aquellas cuyos perfumes y amor por el color negro delatan su oficio, también quienes tienen «filias» que son más compatibles con la intimidad de la oscuridad, los religiosos que van y vienen de los sitios de culto siempre en pantalones, vestidos y siempre con libro, presuntamente la Biblia bajo el brazo, personas que se apresuran por llegar a casa y también quienes el color blanco exagerado de su piel denota que prefieren la ausencia del sol.
Juntos con todos ellos aparecen también los LED.
Santiago de Cuba de día es uno y de noche es algo diferente. En algunos pocos ambientes privilegiados, la oscuridad cede espacio y adquiere diferentes tonalidades: fachadas se iluminan de verde, amarillo, morado, azul…, lámparas con forma de flores también se llenan de brillo, tiras llenas de esos pequeños diodos se encienden por doquier, algunos centellean, otros cambian de tonalidades poco a poco, otras permanecen invariables…
Para algunos es un espectáculo bello, atractivo, divertido, alegre, unos adornos que hacen más placentero caminar por la urbe en la oscuridad y también una manera de hacer más llamativo su negocio privado.
Para otros, no pasa a ser algo más que un lamentable intento por adornar a la ciudad, vulgar, bastante desorganizado, caótico y sin resultado de estudios hechos por especialistas en urbanismo o iluminación de fachadas, y algo que fue impuesto en su edificio o fachada sin previa consulta, o un molesto artilugio que irrumpe irrespetuosamente en la tranquilidad hogareña. Depende de a quien pregunte, así será su enfoque del asunto.
De la idea de iluminar la ciudad, algunas de sus áreas o simplemente edificaciones históricas, emblemáticas o de interés especial, es que hoy el hotel Imperial ganó en elegancia, el 18 plantas de Martí se convirtió en punto de referencia alto de la urbe, y también uno de los 18 plantas de Garzón es, para muchos, un «afestinado» y «caótico» arbolito de navidad urbano.
Los LED han delimitado, en la noche, cuáles son aquellos lugares de la urbe donde hoy el gobierno les da cierto realce e importancia desde el punto de vista urbanístico y turístico, traducido en una imagen más agradable y agraciada, también han marcado mayor diferencia entre una zona privilegiada y otras donde a duras penas hay un casi extinto bombillo incandescente: mientras Enramadas irradia color otras arterias cercanas apenas tiene uno o dos puntos de color amarillo… pero los vecinos de la propia calle mencionada agradecen el realce que le han dado pues ello se revierte en mayor notoriedad y por tanto más cantidad de clientes en sus negocios privados.
Lo que sí es irrefutable es que, con la iluminación LED, Santiago de Cuba se ha vuelto tan carnavalesca y pintoresca de noche como de día: amasijo de colores, a veces sin sentido, desorganizado, pero que de todas formas la hacen ser más bella y dan una sensación aliciente de que es más importante y más desarrollada.
En último caso, está mucho mejor así pues en su locura de colores está más iluminada, y una urbe sin luz es a veces sinónimo de ciudad triste, miserable…
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