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El tambor retumba en la casa de Roberto y los pies no se quedan quietos. Su morada, en la calle San Félix, en el Centro de la Ciudad de Santiago de Cuba, a duras penas puede contener sus ganas de salir. Ese amor por arrollar en las calles lo aprendió de sus abuelos y padres, y lo compartió con los socios del barrio. Él sabe que es una forma de ser un hijo genuino de la «tierra caliente», casi un sello de autenticidad.
La corneta china, con su particular sonido gangoso, invita a sus hijos a arrollar, y él es uno de ellos, de los que con camiseta en el hombro y despojado de toda pertenencia menos el short, las chancletas y la protección de la mano de orula, se lanza a una pasión que tiene en esta antigua villa colonial miles de adeptos. Mientras eso pasa afuera, al fondo de su vivienda el televisor anuncia un gol de Colombia frente a la selección de Polonia.
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Es 24 de junio en Santiago de Cuba, aunque esta historia podría escribirse el 29, pues las salidas de las congas por las calles de la urbe son el único rival que encuentra por estos días el Mundial del Fútbol, una pasión que hoy se vive en el país con más intensidad que la propia pelota, deporte nacional. Pero el deseo de bailar con el sonido de los tambores y de la corneta china es incluso más fuerte que el propio amor por el deporte de las grandes multitudes.
Se dice que la conga anuncia las festividades de julio en Santiago de Cuba, detrás de ella viene el Festival del Caribe, los carnavales acuático, infantil y de adultos, y el día 25 de julio, fecha en la que urbe cumple un nuevo aniversario, en este 2018 serían 503 años de fundada, pero la verdad es que nadie tiene que decirle a un santiaguero qué día salen estas enormes serpientes humanas porque se espera todos los años, y quien la olvida, no se resiste a los encantos de su música. Ella no es rencorosa, no le importa que quede en el olvido momentáneo esa fecha, se conforma con tener a sus hijos arrollando.
Por donde pasa aumenta la temperatura varios grados. No es broma ni es metáfora. Si usted se coloca en un segundo piso, y hasta en un tercero, el calor y el vaho característicos le llegarán enseguida como un golpe por el cambio repentino de temperatura. Esa mezcla única, desagradable para algunos y exquisita para no pocos, de sudor, ron, hierbas y quién sabe qué más, es casi alucinógena.
En esa enorme y sinuosa serpiente humana uno ve de todo. Dice una famosa santera de Santiago de Cuba que las mejores limpiezas espirituales se hacen en medio de la conga y, por supuesto, no falta quien se dé, a sí mismo y a otros, unos buenos «gajazos». También está quien monta a su negra africana, a su congo o cualquiera que sea su santo, le entran los temblores al lado de uno, sin saber si es brujería, epilepsia o amor desbordado por el tambor. De todo uno ve en medio de la gente.
“A la conga se entra pelado”, te aconsejan cuando uno por primera vez va a arrollar. Esto se traduce en que no debes llevar billeteras, anillos, cadenas, pulsos, reloj… nada de valor pues si no entras «pelado», sin dudas sales de esa manera, sin nada. Aunque hay guapos, «reparteros» como se les llama ahora, que en franco desafío a quien se le caiga el traje, sacan en medio de la muchedumbre su Samsung Galaxy S7. Eso es cultura popular.
Para algunos, la conga es de los pocos remanentes de la verdadera cultura popular, de esas aristas del acerbo inmaterial que permanecen prístinas y que no han sido alteradas, aún, por nadie. Otros no comparten la opinión y advierten la pérdida de los valores más puros. En todo caso, sí hay ejemplos que hablan, a las claras, de espontaneidad.
Uno de ellos son los coritos que acompañan a los tambores y la corneta china. Distinguen y le da un carácter popular, hasta gracioso y curioso, y también hablan, a las claras, de un sentir entre las personas, esa es su importancia. “Cógele el fotingo al guardia” ha sido históricamente uno de los más populares y también de los que más recuerdan las personas.
El detalle está en que por años, para evitar trifulcas en medio de la conga, algunos policías y demás cuerpo de seguridad hace una especie de anillo a los músicos, otras ocasiones van detrás, y ese estribillo tenía como objetivo burlarse de ellos y hasta provocar a la muchedumbre. No sé si alguna vez alguien le hizo caso.
Pero tradicionalmente han sido las novelas de moda muchas veces las mayores inspiraciones, otras, esos problemas que muchas veces son preocupaciones y que no encuentran salida en otros espacios de la sociedad, “la conga es algo así como la válvula de escape de una olla de presión”, comenta un miembro de la legendaria y muy famosa Conga de Los Hoyos. A esa espontaneidad hay quien le teme: demasiada y entre mucha gente.
“«Pío pío rebullones» era uno muy popular, aludía a una novela del momento que cuando se decía la frase se formaba tremendo revolico en la novela, también recuerdo «Fátima, Fátima, tu no quieres a tu mamá, tu no quieres a tu papá, tú lo que eres una cabrona, tú lo que eres es una salá», que también hacía referencia a otra novela, también así recordando me viene a la memoria «yo como no soy guapo, arrollo por la orillita», «hasta Santiago a pie», «pa' lo monte na má», “vamos a gozar con el tamarindo de San Agustín», «Se acabó el bayú, si vienen los americanos, no vamos ni a comer fufú», «los cubanos comemo' arroz, un día sí, un día no», cuando estaban de moda los «bajichupa», esa prenda de vestir sin tirantes, había uno que decía «dile a tu marido que te compre un bajichupa»… aunque te digo, son muchos”, asegura Jorge que de tantas mudanzas que ha tenido por la urbe, ha arrollado con muchos de estos grupos portadores.
María, Isabel, Nilda, Roberto, Raúl…. ponga el nombre que quiere pues esta historia es la de miles: no son pocos los santiagueros que antes de dar sus primeros pasos ya arrollaban en los hombros de papá y desde esa altura veía las expresiones más hermosas de espontaneidad, y sin miedo, al contrario, con mucha alegría, porque no lo dude, codo con codo, lo mismo desfila un médico que un estibador, el económico de una empresa, el profesor universitario, el que chapea las áreas verdes en la mañana, el custodio, cualquiera está ahí, arrollando.
En Santiago de Cuba está el único museo que existe en el país dedicado a los carnavales. En él se cuenta que los orígenes de las congas están en espontaneidad y con el propio desarrollo de esa fiesta popular, primero patronales y que estaban dedicadas a Santiago Apóstol, luego paganas cuando al término del siglo XVII las autoridades decidieron incorporar a los negros africanos.
Primero los cabildos de negros africanos y luego la tumba francesa, a partir de la emigración franco haitiana, dieron a ese jolgorio la connotación que tiene hoy, pues cada uno incorporaron instrumentos musicales, música, bailes y una cultura general.
Dicen que la corneta china es la primera que se siente a lo lejos, hasta un kilómetro de distancia, que ella anuncia que pasará la conga y es la invitación a disfrutar. Ella le da un toque distintivo. Pero son las campanas, antiguas llantas abandonadas de automóviles, con su sonido agudo, las que hacen mover los pies, las que sacan a los hombres y mujeres de su cotidianidad. Pero el corazón son los tambores, ellos son la bomba.
Pero falta algo más. La conga de Santiago de Cuba es, ante todo, de santiagueros, más que tambores, campanas o corneta china. Los Hoyos, San Agustín, Paso Franco… no son instrumentos musicales, toques o «gallos tapa'os», son miles de fieles seguidores que resguardan sus tradiciones y las viven como suyas propias.
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