Celia Cruz murió hace 15 años en Estados Unidos quizá sin saber de una paradoja de la vida, de la que sólo pudo salvarle, irónicamente, la intolerancia castrista.
Ahora que tanto se discute sobre el “intercambio cultural” entre Cuba y Estados Unidos, sería oportuno ir aflorando intentos anteriores que no fructificaron por la dinámica diferente que animaba a ambas orillas y el uso de la música y el resto de las artes, como moneda política.
El fenómeno de la Fania All Star y el interés creciente -programa Para Bailar mediante- de los jóvenes cubanos de 1980 hacia la ''música de antes'', puso de muy mal humor a los funcionarios cubanos, porque veían al futuro de la revolución corromperse con la cultura republicana, la única que ha resistido en la isla frente al realismo socialista.
¿Qué es sino Buena Vista Social Club? La mejor muestra de que los valores culturales de la República son los únicos que han trascendido incluso a la ''colosal batalla de ideas'' que siguen librando una parte de los cubanos contra sí mismos, como demuestra el recién concluido congreso de la UPEC.
Muchos cubanos de las generaciones nacidas después de 1959 tuvieron conocimiento tardío y parcial de figuras como Rolando Laserie, Ernesto Duarte, Bebo Valdés, La Sonora Matancera o la Lupe, cuyo declive físico y emocional provocó el liderazgo de Celia Cruz que era una artista disciplinada y cumplidora de sus compromisos, para tranquilidad de Tito Puente y otros empresarios que han amasado importantes fortunas con la música popular cubana.
Pero vayamos a la paradoja de Celia Cruz. Como siempre suele ocurrir en la isla, una vez que se abre una rendija, comienza un forcejeo solapado entre el Buró Político y la gente de a pie. Unos quieren cerrar la vía de agua y los otros quieren seguir mojándose. Y así ocurrió en aquellos años musicales en que algunos músicos cubanos se atrevieron a reivindicar su derecho elemental a hacer música cubana.
Supimos entonces que en la Escuela Nacional de Arte (la ENA) estaba prohibida la enseñanza de los ritmos populares cubanos (Adalberto Álvarez dixit) y que los alumnos pasaban largas horas aprendiendo música clásica. Es decir, que Debussy era preferible a Compay Segundo, aunque ahora repose en el Panteón de las Fuerzas Armadas Revolucionarias del cementerio de Santa Ifigenia, en Santiago de Cuba.
Pero en eso llegó Elio Revé, compositor, percusionista, creador del Changüí, militante del PCC y combatiente internacionalista, que le escribió una carta a Armando Hart (entonces ministro de Cultura) para proponerle formar un trabuco con músicos cubanos para competir y derrotar, no cabía otro planteamiento, a la Fania All Star.
Hart demoró la respuesta porque la carta del ''compañero Revé'' creaba una situación nueva, e inició un proceso de consultas, que en el lenguaje meta revolucionario significa pasarle la papa caliente a Fidel Castro para que el ''liderazgo histórico de la Revolución'' oriente cómo hacer el trabuco musical o cómo decirle al militante Revé que esa bulla no es conveniente para el proceso.
Como Revé no supo si Hart quería o no hacer el trabuco, y educado en la máxima de que ''el que calla, otorga'', el guantanamero se puso a contactar con algunos músicos cubanos y a desempolvar viejas piezas del repertorio popular para hacerle arreglos que contemporizaran su sonoridad.
Siempre según la versión de Revé, él habría pensado para integrar el trabuco en Enrique Benítez, Tata Güines, Orlando ''Maracaibo'', El Tosco, Tito Gómez, Guajiro Mirabal, Chucho Valdés y Elena Burke. "Ya sé que Elena no pega del todo para esto; pero es que me falta Celia y si yo propongo ahora a Celia, esta gente ya tiene fácil decirme que no; así que yo primero voy a formar el trabuco y cuando salgamos de gira, yo invito a Celia a cantar un número''.
De aquel proyecto de trabuco sólo quedó el arreglo de ''La Ruñidera'', un son de los años 20 del siglo pasado, que el Charangón de Revé lo incluyó después en su repertorio. Una carta firmada por un viceministro comunicaba a Revé que los músicos revolucionarios no debían entrar en un mecanismo comercial y monetario y debían seguir creando y alegrando al pueblo trabajador.
Pero una noche, durante una Convención de Turismo en Varadero, en la arena pegada al motel ''Los Delfines'' coincidieron Elena Burke y Elio Revé, junto a otros muchos que pujaban por los saladitos de Gilberto Smith, un afamado cocinero cubano, y los tragos de ron. A las tres de la mañana, la mayoría se había ido a otra fiesta o a dormir y sólo quedaron Revé y Elena, junto a otras dos personas.
Revé comenzó a tararear boleros de la Burke y la Señora Sentimiento a bailar a capela. Revé apuró un poco el tono para que Elena bailara más cómoda y cuando ella le miró, dijo: "Mulata, no te engañes. Esto es lo que están haciendo algunos por allá afuera. Escucha a Oscar De León o a la Fania. Y esto es nuestro, esto es cubano, lo que pasa es que yo no tengo a Celia. Si yo tuviera a Celia...''
Y Elena dejó de bailar. Besó en la mejilla a Revé y se arrancó con "quiero emborrachar mi corazón para olvidar un loco amor, que más que amor es un sufrir y aquí vengo para eso…”
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