Un abogado y periodista independiente cubano ha escrito una carta abierta al Papa Francisco para denunciar lo que catalogó de “farsa”: la aprobación de una nueva Constitución en Cuba “que no garantizará los derechos de todos los cubanos, sino sólo los de quienes pertenecen al redil del castrismo”.
Roberto de Jesús Quiñones Haces, reportero de Cubanet y ex coordinador de la Pastoral Penitenciaria de la Diócesis Guantánamo-Baracoa, escribió al Sumo Pontífice que la promulgación de la nueva Carta Magna no garantiza la democracia ni el respeto a los derechos humanos en el país.
El activista sostiene que, según ha anunciado Raúl Castro, el papel del Partido Comunista en la Isla se mantendrá incólume “sin preguntar el parecer del pueblo” y sin la presencia en la reforma constitucional de observadores internacionales.
Según reseña Cubanet, Quiñones Haces realizó acciones de acompañamiento a los familiares de personas presas, independientemente de que fueran creyentes o no, y como parte de esa labor entregó biblias, alimentos, medicinas y ropas a los reclusos y a sus familiares.
También asesoró jurídicamente y de forma gratuita a los familiares de los reclusos, por lo cual el Ministerio de Justicia inició un expediente para anular su inscripción en el Registro de Juristas en 2014.
Junto a su esposa, la Lic. en Psicología Ana Rosa Castro Bertrán, Quiñones ha estado vinculado a la Pastoral Familiar, impartiendo talleres y conferencias a matrimonios de la comunidad católica de Guantánamo.
CARTA ABIERTA AL SANTO PADRE
Guantánamo, 15 de julio del 2018
A Su Santidad el papa Francisco:
Santidad, le escribe un laico de la diócesis Guantánamo-Baracoa, comprometido con la Iglesia que Ud. encabeza. Aunque escribo a título personal, lo que narro en esta carta es también la experiencia cotidiana de muchos otros cubanos que defienden el derecho a que sus ideas y proyecto de país sean tenidos en cuenta.
No soy el mejor de los cristianos, sino alguien que también cae y sufre por eso; alguien que después de cada caída —y a pesar de sus imperfecciones— siempre ha tratado de levantarse para vivir con dignidad ante los ojos de Cristo.
Vivo convencido de que si Dios nos creó a su imagen y semejanza para gozar la vida en plenitud y con entera libertad —una libertad que pasa por la nobilísima circunstancia de que ÉL no nos impone absolutamente nada— entonces ningún hombre, ningún partido, ningún gobierno, tienen derecho para coartarla como ocurre hoy en Cuba.
Le escribo para rogarle que como máximo representante de nuestra Iglesia pida a quienes dirigen este país que dejen de detener arbitraria e ilegalmente a los cubanos que disienten pacíficamente de la dictadura que nos han impuesto, que respeten nuestro derecho a expresarnos, que dejen de hostigarnos, de violar nuestra privacidad, de allanar nuestras viviendas y despojarnos ilegalmente de nuestros bienes , que nos permitan incorporarnos a la sociedad e interactuar con ella con las mismas posibilidades que han ofrecido a quienes los apoyan.
Santo Padre, la política del descarte —de la que tanto Ud. habla— no existe únicamente en los países capitalistas, sino también en aquellos que, autoproclamados “socialistas”, han derivado en feroces dictaduras que someten a sus pueblos a fuerza de una sostenida y cruel represión. Cuba es un notorio ejemplo de ello.
Es cierto que Cuba ha obtenido éxitos en la educación, la salud pública, el deporte y la seguridad ciudadana. Es cierto que esos éxitos se han logrado a pesar de lo que esta dictadura llama “bloqueo económico norteamericano”, pero nuestro pueblo no sólo sufre ese “bloqueo”, sino también otro más atroz y doloroso porque ha sido impuesto por esos cubanos que ostentan el poder y atenta contra nuestra libertad.
Ese grupo que hoy bloquea el ejercicio de numerosos y elementales derechos humanos se estableció en el poder luego de haber prometido el restablecimiento de la democracia y de la Constitución de 1940, una promesa que traicionaron a pesar de que fue consignada en el Programa del Moncada, el Pacto de México y el Pacto de la Sierra. Quienes se levantaron en armas contra ellos por incumplir sus promesas, recibieron como respuesta el paredón de fusilamiento, la cárcel prolongada, el exilio y el ostracismo.
El artículo 19 de la Declaración Universal de Derechos Humanos establece: “Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión”. Esa Declaración afirma también en su artículo 20 que todo individuo tiene derecho a la libertad de reunión y asociación pacífica, y que toda persona tiene derecho a participar en el gobierno de su país, directamente o por medio de representantes libremente escogidos y, en condiciones de igualdad, acceder a las funciones públicas de su país.
Y en su artículo 21 dispone que la voluntad del pueblo es la base de la autoridad del poder público y que esa voluntad debe expresarse mediante elecciones auténticas, periódicas, por sufragio universal e igual y por voto secreto u otro procedimiento equivalente que garantice la libertad del voto. Pero quienes luchamos pacíficamente para hacer realidad estos derechos universalmente reconocidos, que la dictadura cubana ha refrendado pero incumple cotidianamente, somos reprimidos.
No le he escrito sobre mi experiencia personal porque lo que he sufrido junto con mi familia debido a esa represión es del conocimiento de mi anterior Obispo, del actual y del Nuncio Apostólico de la Santa Sede en Cuba. No lo he hecho tampoco para pedir por mí porque mi realidad es la misma de las heroicas mujeres cubanas agrupadas en el Movimiento de las Damas de Blanco y la de miles de periodistas independientes y opositores pacíficos. Le escribo para pedirle que interceda por todos los opositores pacíficos y periodistas independientes cubanos.
La represión que la Seguridad del Estado practica ocurre en un ambiente de total impunidad. A pesar de que la Constitución de la República de Cuba establece en su artículo 58 que la libertad e inviolabilidad de la persona están garantizadas a todos los que residen en el territorio nacional, y que nadie puede ser detenido sino en los casos, en la forma y con las garantías que prescriben las leyes, nosotros somos detenidos sin orden de detención y, sin haber cometido ningún delito, trasladados a celdas inmundas por horas y días, hasta que somos liberados sin que ese acto ilegal tenga consecuencia alguna.
Esa misma Constitución establece en su artículo 60 que la confiscación de bienes se aplica sólo como sanción por las autoridades —léase los tribunales cubanos— en los casos y procedimientos que determina la ley; sin embargo, cada vez que nuestras viviendas son asaltadas por la Seguridad del Estado somos despojados de “objetos peligrosos para el orden interno del país”, tales como libros, agendas de notas, documentos personales, computadoras, cámaras fotográficas y de video, dinero fruto de nuestro trabajo, nuestra música y fotos familiares. Esta sostenida represión que se ejerce diariamente y con total impunidad contra quienes nos atrevemos a expresar nuestras ideas y defenderlas, ocurre ante el silencio de la Iglesia, numerosas instituciones internacionales y gobiernos.
Quienes reclamamos a la Fiscalía General de la República —órgano del Estado cubano que según la Constitución es el responsable de velar por el cumplimiento de la legalidad y debe responder las quejas de los ciudadanos— recibimos la callada por respuesta. ¡Y luego sus representantes acuden a Ginebra a decir que Cuba es un Estado de derecho!
Desde 1959 hasta hoy jamás ha habido en Cuba elecciones libres y democráticas. Varios de los ciudadanos que quisieron presentarse en las pasadas asambleas de vecinos como candidatos a delegados del Poder Popular fueron detenidos previamente por la Seguridad del Estado o sitiados en sus domicilios para impedírselo. El pueblo cubano no elige a los diputados, ni a los delegados a las Asambleas Provinciales del Poder Popular, solo puede votar por algunos de los seleccionados por las comisiones de candidatura bajo el control del partido comunista y por los Delegados de su circunscripción, que en la práctica se han convertido en recaderos del pueblo ante los poderosos.
El pueblo cubano no elige al Presidente del Consejo de Estado, quien ha llegado a ocupar ese cargo contando únicamente con el respaldo de los diputados a la Asamblea Nacional del Poder Popular, que representan el 0.007 % de los cubanos con derecho al voto.
Ahora la dictadura cubana prepara el escenario de otra farsa: la promulgación de una nueva Constitución. Se trata de crear una nueva Constitución sin Asamblea Constituyente, una Constitución donde el General de Ejército Raúl Castro ha dicho que el papel del partido comunista se mantendrá incólume, sin preguntar el parecer del pueblo. Una Constitución que luego será votada en un referendo cuyos resultados reales serán solo del conocimiento de unos pocos, porque no habrá ningún organismo internacional confiable como observador. Una Constitución que luego no garantizará los derechos de todos los cubanos, sino sólo los de quienes pertenecen al redil del castrismo.
Como cristiano no quiero ver a mi país envuelto en otro baño de sangre como el provocado por Fulgencio Batista y luego amplificado por la nueva dictadura que sufrimos desde el 1 de enero de 1959, pero no hay que ser profeta para avizorar que la soberbia de este régimen, que ha llevado al país a una penuria y una degradación moral insoportable, puede causar esa desgracia.
Santidad, como Ud. siempre pide, yo también rezo por Ud. Ud. ha dicho que reza por Cuba y yo le he escrito porque quienes vivimos en estas circunstancias necesitamos, además de las oraciones clamando para que nuestro país cambie radicalmente, una solidaridad palpable y comprometida, un verdadero espíritu misionero de acompañamiento donde la denuncia de las injusticias y la defensa de los derechos de todos los cubanos, estén primero y sean más importantes que los beneficios que la Iglesia pueda obtener del castrismo a cambio de su silencio.
Sé que me dirijo un Jefe de Estado muy importante y sumamente ocupado, pero tengo la esperanza de que esta carta no va a recibir el mismo silencio que las que he presentado ante la Fiscalía y los tribunales de aquí, porque los cubanos discriminados, perseguidos y encarcelados por sus ideas políticas, necesitamos de la Iglesia y de Ud., y porque Ud. es un hombre bueno.
Le ruego que me disculpe si esta carta lo ha molestado. Pero desde hace mucho tiempo estoy convencido, como nos enseñó Jesús, que la verdad nos hará libres.
Lo abraza en Cristo Jesús Nuestro Señor,
Roberto de Jesús Quiñones Haces
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