Cuba y su Constitución bruta, ciega y sordomuda

La Constitución es una mala palabra. Por eso hay que intentar ponerle frenos, o vendajes en los ojos, o bozales, o amputarle las manos. Que no se crea superior: nadie por encima del Partido cuyo comunismo ha sufrido la goma de borrar en esa misma Constitución, pero que en las sombras está.

La Asamblea Nacional de Cuba y su voto unánime © Periódico Trabajadores
La Asamblea Nacional de Cuba y su voto unánime Foto © Periódico Trabajadores

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Este artículo es de hace 6 años

El compañero encargado de chotear a la Constitución frente a los legisladores del parlamento cubano, hombre de ciberfama actual ganada a pulso de idiotez probada, es el presidente de los asuntos constitucionales y jurídicos de ese mismo parlamento nacional.

Se llama José Luis Toledo, fue hasta no hace mucho el decano de la Facultad de Derecho de La Habana, y gracias a internet es ahora el último integrante del panteón cubano de semidioses paranormales, locos o psicóticos, en el que ya llevan carrera de ventaja Yusuam Palacios y la Psicóloga de Panamá, que no necesita nombre propio.


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Toledo dijo que el Partido era el mandamás y la Constitución la mandamenos. Eso, en resumen. En una intervención inmortalizable, el hombre elegido por la Asamblea Nacional para velar por los asuntos concernientes a la Constitución del país dijo, a la cara y sin filtro, que esta Ley de leyes no podrá trazarle directrices al Partido porque este, entendámoslo de una vez por todas, es la fuerza dirigente suprema.

Poco después ha salido la UPEC, ese feudo de escribanos obreros, a desfacer en lo posible el alcance del entuerto: que la condición de fuerza dirigente superior del Partido no le da derecho a actuar al margen de la Constitución, dice una boca autorizada de la UPEC. No mencionan al encumbrado Toledo, el constitucionalista inconstitucional, pero casi. Poco faltó para que le dijeran cómo te atreves y cosas así.

Porque si algo hay que seguir guardando son las formas.

Internet es un cuchillo: ¡qué tiempos aquellos en que una intervención quedaba en casa! Lo han aprendido a golpe de incidente. Preguntar si no a Alarcón, el de los aviones congestionados.

Pero en este nuevo episodio alucinante en que el encargado de velar por la Constitución la hace menos, y en el que luego debe salir una asociación de periodistas a explicar lo que otro mal dijo y peor defendió, lo más escandaloso de todo es comprobar que la ligereza, la improvisación inherente a toda producción o proceso en la isla se aplica con igual rigor a la Ley superior del país. Y eso sí da espanto.

El tirijala creado en torno a la Constitución, y la interpretación de bozal y collar al cuello para que no pueda más que el Partido, son pruebas demoledoras de que construir un país sensato, equilibrado, con visión de prosperidad y seriedad de análisis tomará demasiadas generaciones futuras.

El absurdo no lo es tal: José Luis Toledo sabía lo que estaba haciendo con su truculenta intervención. Si un vendedor de empanadillas en el malecón sabe que la Constitución de un país es la palabra última de la ley, por encima de partidos o líderes o proclamas, no lo va a saber el ex Decano de la Facultad de Derecho de la UH. Desde luego que sí.

Su abominable discurso muestra dos cosas: 1. Que su elección para velar por los asuntos jurídicos y constitucionales en el parlamento responde a un interés de lealtad por encima de legalidad 2. Que la verdadera intención del Partido Comunista de Cuba es la que salió por la boca frenética de Toledo: tener a la Constitución por papel impreso por si alguna vez, por algún apuro, hiciera falta papel higiénico.

No hay que olvidar que Constitución en un país “peculiar” como el cubano puede tener significados mosqueantes. Pregunten a demasiados disidentes por todo el país cuántos registros han sufrido y cuántas Constituciones les han sido confiscadas en esos registros. Un cubano repartiendo Constituciones en un parque provincial es un chimpancé con ametralladora al que la policía será enviada a doblegar, por las buenas o por las malas.

La razón se cae de la mata: ninguna dictadura acepta reglas o normas. Ni siquiera las impuestas o aceptadas por ella misma. Cuando Oswaldo Payá intentó cocinarlos en su salsa y recogió más de 11 mil firmas -como establecía la Constitución precisamente- para entablar un diálogo nacional, el aparato de Fidel Castro respondió burlando el pedido a que estaba constitucionalmente obligado y sacando a millones de cubanos a las calles, a firmar el carácter irrevocable del socialismo.

Así obran los totalitarismos: a golpe de me da la gana.

Por eso la Constitución es una mala palabra. Por eso hay que intentar ponerle frenos, o vendajes en los ojos, o bozales, o amputarle las manos. Que no se crea superior: nadie por encima del Partido cuyo comunismo ha sufrido la goma de borrar en esa misma Constitución, pero que en las sombras está. Vaya si lo sabemos.

Durante los dos meses que vienen los cubanos serán sutilmente obligados a despojar de inteligencias, visiones y léxicos a su Carta Magna. Podarán el texto hasta quedarse con una Constitución bruta, ciega y sordomuda que probablemente tampoco puedan repartir libremente después.

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Ernesto Morales

Periodista de CiberCuba


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