Carilda Oliver, la poetisa "desordenada" de las letras cubanas

Fue descrita por la Premio Nobel Gabriela Mistral como "la mejor sonetista de América". Conoció a Hemingway y fue amiga de Nicolás Guillén, José Lezama Lima y Dulce María Loynaz.

Carilda Oliver Labra, en una foto de archivo. © Cubaahora.
Carilda Oliver Labra, en una foto de archivo. Foto © Cubaahora.

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La Habana, 29 ago (EFE).- La poetisa Carilda Oliver Labra, una leyenda de la lírica de Cuba, ajena a los prejuicios y con una obra privilegiada por la popularidad que arrastró su fascinante personalidad, será recordada en la Isla por las rimas intimistas de su mítico y más repetido soneto, Me desordeno, amor, me desordeno.

Amante declarada de lo bello, excitante y profundo, Carilda Oliver, quien falleció hoy a los 96 años y escribía poesía desde los 12 "como si fuera un delito", trascendió con su pluma las fronteras de la Isla desde su querida ciudad de Matanzas, donde nació el 6 de julio de 1922 y vivió hasta el último día.


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Allí, en la casona familiar y centenaria de la Calzada de Tirry 81, como tituló uno de sus poemas más conocidos, Carilda escribió su primer poemario, Preludio lírico (1943) y sus más encendidas estrofas de amor, empeñada en no apartarse de "lo cotidiano y lo real" para dotar de autenticidad la obra poética que le caracterizó sobre todo por cantar al amor.

Solía decir que Matanzas era su "gran metáfora" y también un verso "libre, claro y preciso", el lugar donde tenía su casa, amigos, su "razón de ser", a la que consideraba deberle "las esperanzas, la vida" y quería además, "deberle la muerte".

Confesa admiradora de ilustres voces de las letras latinoamericanas como Alfonsina Storni, Pablo Neruda y César Vallejo, Carilda fue catalogada por la chilena Gabriela Mistral como "la mejor sonetista de América".

La autora de Discurso de Eva y Desaparece el polvo, presidió desde 1987 la tertulia literaria con sede en el antiguo Palacio de Junco matancero y en Madrid, en el bar Chicote, se celebró durante años una peña y se creó además un cóctel con su nombre.

Carilda conoció a importantes escritores como el estadounidense Ernest Hemingway, a quien entregó las llaves de Matanzas; al español Rafael Alberti y fue amiga de los cubanos Nicolás Guillén, José Lezama Lima, Dulce María Loynaz, Fina García Marruz y Roberto Fernández Retamar.

Vivió rodeada de sus libros, gatos, helechos, relojes, mamparas, espejos, fotos y óleos que devuelven la imagen de la muchacha rubia, de mirada candorosa y sensual, que muy joven escandalizó a la provinciana sociedad de su época con sus poemas, que algunos insistían en clasificar como eróticos.

Pero Carilda, que cobró fama apenas con 26 años cuando ganó el Premio Nacional de Poesía en 1950 por su poemario Al sur de mi garganta, se defendía contra quienes la querían encasillar y aseguraba que su poesía "no es puramente erótica", aunque reconocía en ella "cierto desenfado formal" en las imágenes y en el tratamiento del amor.

"No me importa que me critiquen. Solo soy una persona que llevo la vida con franqueza y espontaneidad. He tratado de ser autocrítica, pero nunca otra mujer. A veces, en vez de leer mis libros, la gente me busca para ver qué encuentra del mito, de las exageraciones que se cuentan sobre mí", dijo en una entrevista en los años noventa.

Sin embargo también publicó poesía patriótica como Canto a Martí, Declaración de amor -escrito durante la llamada "Crisis de los misiles"- y sus Canto a la bandera y Canto a Fidel, este último dedicado a Fidel Castro en 1957, dos años antes del triunfo de la revolución que encabezó.

Graduada en Derecho en 1945, ejerció hasta 1959 como abogada especializada en temas de divorcio, fue también profesora de idiomas, de artes plásticas y bibliotecaria.

Entre sus obras predilectas destacaban Desaparece el polvo, por su "audacia y transgresión de determinados conceptos y normas sociales"; Al sur de mi garganta, con varias ediciones, que le "dio resonancia" y Se me ha perdido un hombre (1992), para ella "dramático" porque lo escribió tras la muerte de uno de sus maridos, con el que estuvo casada 17 años.

Pero fue un poema de su libro Memoria de la fiebre el que la marcó de tal manera que incluso relató que en la calle, raro era el día que no oía a alguien decirle: "Me desordeno amor, me desordeno", el soneto que definió como "un tatuaje" de su obra y del que aseguró que no se pudo desprender jamás.

Carilda recién contó que ese poema se lo inspiró una pareja de jóvenes que bailaban tiernamente a media luz al compás de un saxo romántico, pero la madre estaba iracunda y pese a que la poetisa intercedió para que no reprimiera "una necesidad del alma" y les dejara disfrutar su sentir, la mujer gritó "ella está muy desordenada".

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