Las más recientes cifras de la agricultura y la industria alimentaria cubanas describen un panorama que no por conocido deja de ser deprimente. En la isla podemos encontrar arroz (la mitad de las veces importado) y frijoles, pero casi nunca alimentos tan básicos como el huevo, la carne de cerdo y el pan.
A pesar de que el gobierno dice estar enfocado en “producir comida para el pueblo, suministrar a la industria y el turismo, sustituir importaciones y generar fondos exportables”, no poca responsabilidad le toca por la insuficiente producción alimentaria, ya que posee el 80% de las 11 millones de hectáreas de tierras de las que dispone el país.
Si se cuentan dentro de ese total 3,5 millones de hectáreas dedicadas al desarrollo forestal y semejante cantidad destinada a la ganadería, solo unas cuatro millones quedarían para la obtención de cultivos varios.
Según explica el vendedor ambulante de productos agropecuarios Ismael, “no es posible el desarrollo sin inversión. ¿De qué sirve que el 70% de las tierras estatales sea gestionado por cooperativas y campesinos si la mayoría de ellos trabajan montados en bueyes y con mil preocupaciones en la cabeza? La inversión debe ir al campesino para que duplique o triplique la producción usando maquinarias, para que se le pague en tiempo, para que sea feliz.
“El problema fundamental está en la escasez de divisas que hay para invertir, a veces por falta de voluntad política o demasiada burocracia. Solo los campesinos más productivos viven en buenas condiciones, mas hay muchos que parecen muertos de hambre. El Estado está encaprichado en dominarlo todo y eso no resulta en nada bueno.
“¿De verdad no se habrá entendido que el caos lo provoca el sistema económico ineficiente? Hasta el pollo que nos comemos tenemos que importarlo de Estados Unidos, España o Brasil. En vez de avanzar, involucionamos agitadamente. Creo que recursos sí hay, como hay comida que se pudre en los campos. Lo que no existe es organización y buen aprovechamiento de ellos, mientras el estómago de la población se desespera”, asegura en una esquina de La Habana Vieja el cuentapropista de 47 años.
A tenor con lo que plantea un usuario del sitio oficial Cubadebate: “Si el Estado no es capaz de importar tractores debe crear las condiciones para que el guajiro pueda importarlos por sus propios medios. Pero ahora mismo las leyes cubanas no permiten al ciudadano importar nada. Ahora mismo con internet cualquier guajiro se mete en un sitio chino y compra un tractor o lo que sea, pero no existe la forma de importarlo y legalizarlo”.
Otro forista se pregunta de qué producción de alimentos se puede hablar en Cuba si hace más de seis meses que no se ve en el agro una yuca que se ablande, un tomate con más de diez centímetros de diámetro o una guayaba que no esté madurada con químicos. “¿De qué producción se habla si en las casas del cubano promedio no existen las verduras necesarias para una alimentación sana? Si quieren comprobar caminen por esta Cuba libre y soberana”, afirma.
Desde la visión de Luis Enrique, propietario de un punto de venta de alimentos en el municipio de La Lisa, “venimos escuchando excusas hace más de veinte años. Cuando no es la situación climatológica, es la falta de financiamiento. Lo que impide que la agricultura se desarrolle no es solo la naturaleza o la falta de dinero. Lo que más daño nos hace es la indisciplina; los pagos atrasados, que no estimulan al campesino; las cosechas que se pierden porque no hay quien las recoja o la dependencia de una industria con una capacidad de producción casi nula.
“Durante años no se invirtió un peso en la industria alimentaria y su deterioro fue total. Pasará mucho tiempo para que pueda recuperarse. Independientemente del atraso tecnológico, lo poco que se produce no tiene calidad. Nadie entiende cómo los productos cárnicos, fundamentalmente los picadillos, se consumen en los comedores escolares o vienen a la bodega con pésima calidad. Parece a veces que no están destinados al consumo humano”, agrega.
No obstante, de acuerdo con datos oficiales, el 92% de las producciones de la industria alimentaria va a áreas que impactan directamente en la población.
En palabras de la profesora de Matemática Ivonne, “la población cubana crece y también sus necesidades. ¿Por qué no se baja el precio de algunos productos enlatados en las tiendas recaudadoras de divisas, los mismos que prácticamente nadie compra porque son excesivamente caros? Si tenemos que vivir comiendo enlatados cárnicos, como en la época de la carne rusa, por lo menos debieran abaratarlos. En Cuba nos hemos olvidado de que el precio debe variar en dependencia de la calidad o el lento movimiento del producto.
“Por otro lado, seguimos con resultados alentadores en el cultivo y la exportación del camarón, pero la población sigue sin poder acceder a los productos del mar. En los centros turísticos y las tiendas minoristas no faltan variedades, pero no recuerdo cuándo fue la última vez que alguna de esas variedades se incluyó en la canasta básica.
“En Cuba solo come pescado el que tiene dinero. ¿De quién es la culpa de que Cuba sea una isla y por más que esté rodeada de mar lo más difícil del mundo sea comerse un pescado? ¿Del bloqueo norteamericano? Si se atendieran mejor los centros productivos, el pueblo tuviera acceso a los productos del mar en los lugares habilitados para ello y con buena calidad”, resalta la licenciada de 59 años.
Según plantea la dueña de una cafetería en el Cerro, “otro problema medular es el pan de cada día. Nadie se explica que el pan venga todos los días con un peso y una calidad diferentes. Además, se sigue perdiendo la harina, se rompen las panaderías, y cada vez hay menos panes y dulces por la libre. Incluso las producciones de leche y pastas alimenticias están súper deprimidas. ¿Quién mantiene un negocio así?
“Está claro que, si se simplificaran los mecanismos de distribución y los productores pudieran vender directamente sus productos a los consumidores, instituciones obsoletas como Acopio dejarían de ser una traba para que lleguen directamente los alimentos del campo a la mesa.
“En cualquier país uno encuentra mercados súper abastecidos, ya sea con productos importados o no, pero los nuestros están cada vez peor abastecidos y las tierras más inundadas de marabú”, concluye la trabajadora no estatal, de 38 años.
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