El gobernante no tiene quien le escriba. En Twitter. De veras, ni le escriben a él ni, peor aún, escriben por él.
Miguel Díaz-Canel se sienta en algún sillón -debidamente aprobado por los señores mayores que gobiernan el país que él preside-, y comienza a teclear en Twitter. Él mismo. Solo. Sin asesores tecnológicos ni de imagen pública. En la escuela de cuadros del Partido no enseñaban cosas de estas. Ni Fidel ni Raúl debieron aprender a trompicones cómo manejar sus poderes en un ciberespacio que (pensará el solitario gobernante Miguel) tiene algo despiadado: los súbditos tienen derecho a ripostar. Un horror.
Así pasa que Miguel Díaz-Canel se deja llevar por su instinto de hombre gris, mediocre, limitado en contenidos y formas, y se olvida de que debe guardar las apariencias. Aunque él mismo no se lo crea, es oficialmente el presidente de la República de Cuba.
Ese presidente lleva semanas portándose en Twitter como un chiquillo malcriado con perretas indisimuladas, lanzando el biberón a la pared y esperando que la familia haga mutis por el foro. Aunque sea un foro altamente público e inmisericorde.
“60 y más de Revolución Cubana, aunque te duela y moleste”, le respondió el sombrío gobernante Miguel a un usuario que desde este 28 de diciembre puede tener su tweet enmarcado en la sala de casa: logró sacar de sus casillas al dictador cubano. Y con tan poco. Con Fidel Castro al menos habría costado un pelín más.
Cristian Crespo, un activista cubano, había etiquetado a Díaz-Canel en un video de miserias familiares que suceden en el país que, en teoría, le eligió para velar por sus intereses. La respuesta a la evidencia es una chusmería épica que retrata a Miguel Díaz-Canel como lo que es: un aprendiz de dictador sin poder ni inteligencia real, al que un simple tweet de un cubano descontento puede moverle el piso bajo sus pies.
Pero ojalá hubiera sido un episodio aislado y anecdótico. Lo mejor estaba por llegar.
A las 9.34 del amanecer de este domingo 30, vísperas de la fecha más esperada por todas las familias cubanas en todos los confines del mundo, el dizque presidente de Cuba publicó un tweet que en lo adelante podrá tener un sitio meritorio en la Historia Universal de la Infamia, con permiso de Borges.
“No olvidemos jamás que así como abundan los héroes, no faltan los mal nacidos por error en Cuba, que pueden ser peores que el enemigo que la ataca.” Así reza la columna vertebral de su oprobio. Había tomado por pretexto una película sobre el asesinato de los estudiantes de medicina en 1871 para descargar un veneno incurable sobre los cubanos que jamás comulgaron con el desastre histórico que él hoy preside.
Mal nacidos por error. Hay frases que marcan para siempre la carrera de un político, un escritor, un personaje público. Mal nacidos por error. La frase no solo es maloliente y divisiva: es de una sintaxis espantosa. Un profesor de español que explique al gobernante algunos secretos sobre las redundancias. Un profesor de ética que le explique sobre clase y diplomacia y presidencialismo. Un ser humano que le explique sobre humanismo. Alguien, por favor. Alguien que le tatúe “Mal nacidos por error” a este espantajo en su frente, como la cruz de ceniza que llevaban los Buendía en la sien o la letra escarlata que arrastraban en la carne las impuras del pasado. Escorias y gusanos, dos palabras que llevan la firma de odio de Fidel Castro. Mal nacidos por error: ese barbarismo perseguirá al bueno para nada Díaz-Canel hasta después de su muerte. Marquen mis palabras.
Pero no es cosa privativa del mandamás nacional. El aparato masivo recién ha descubierto las bondades propagandísticas de Twitter y Facebook, y andan como pollos sin cabeza apretando botones a diestra y siniestra.
Un día asoma la Asamblea Nacional y se toma la facultad unánime (su palabra predilecta) de anunciar en Facebook que el artículo 68 del proyecto de Constitución había sido “pasado por agua”, y ahora deslizaban un 82 donde, resumiendo el camaleonismo, volvían a ser los heterosexuales los únicos que podrían casarse. Y de repente brinca la infanta Mariela Castro a desautorizar a la asamblea de la que es diputada: les llama erróneos, matiza la declaración vertida en forma de post (¡cómo cambian los tiempos!) y llama a sus huestes a votar sí o sí por la Constitución, aunque no les cumpla la promesa matrimonial. A saber quién violó qué directriz oficial, compañeros. Por si acaso, la infanta Castro habla a nombre del pueblo cubano y luego de tragar su inclusiva y revolucionaria langosta, twittea que Gloria Estefan no gusta por allá, que no tiene sandunga.
Es de coger palco. Andan sin jockey.
Van a volver loco a Yusuam Palacios. El folclórico personaje, poseedor de la virtud de la defensa a ultranza de causas ya perdidas, exponente de un raro don que le permite copiar gestos y énfasis de Fidel Castro pero a escala reducida -como una maqueta, como un bonsai- lo mismo sale a respaldar a Díaz Canel un día que a calzar el tweet de Iroel Sánchez al otro, que a rebuznar contra exiliados y a pedir que los CDR, ay, tengan vida también en internet. Una suerte de comodín enloquecido que ya no sabe por dónde está la trinchera, qué baluarte hay que defender. En tiempos de Fidel era más fácil, piensa pero no dice. Ahora todo es muy confuso. Maldito Twitter diversionista ideológico.
Y entonces está Abel Prieto, el hombre que pasó de moderno con pelo largo a retrógrado con crin obsoleta y deslucida, a quien nadie parece sugerirle no twittear sin antes medicarse. Vomita bilis en 140 caracteres.
"Sirvientes d 5ta o 6ta categoría, menores, muy menores, liliputienses, que exhiben una rabia sorda, reconcentrada, frustración, vacío espiritual y moral de gente sin patria pero con amo". El desafuero amoroso nos lo ha dedicado el funcionario Prieto a nosotros, los críticos del desastre que cumple sesenta años. Su tweet nos registra como “voceros anticubanos”, y fue publicado el 29 de diciembre. Una vez más: obsequios del poder cubano a los desafectos.
No somos cubanos, mal nacimos por error, somos sirvientes de 5ta o 6ta, somos menores, mucho, somos liliputienses y tenemos rabia sorda o algo parecido en nuestros vacíos espirituales. ¡Diablos! Han pasado un cursillo emergente de ofensas de última hora. Al lado de estos Fidel Castro nos trataba con cierto amor.
Lo que no han aprendido y no aprenderán es a evitar el ridículo. El ciberpapelazo. No se sienten cómodos, no están en su salsa. Se salen de sus casillas muy rápido, son princesas que todo el tiempo le escupen a Meñique el “Esto es demasiado”. Pierden los papeles. No saben competir en un mundo con reglas que no amañaron ellos: el mundo donde todos tenemos voz y donde cualquier ciudadano, desde un teléfono barato y en una parada de autobús, puede ridiculizar lo mismo al Donald Trump más poderoso del planeta, que a un burócrata disfrazado de mal-escritor-por error como Abel Prieto.
Cuando Díaz Canel se quita la banda presidencial y responde a un twittero con una consignita de 5ta o 6ta categoría, nos recuerda que solo en el Palacio de las Convenciones pueden ellos imponerse sin resistencia. Esa es su salsa. Cuando el breve ejército de alabarderos, oficiosos lamebotas, agentes disfrazados de blogueros, marionetas disfrazadas de presidentes, represores disfrazados de escritores, esquizoides disfrazadas de psicólogas, explotan de odio en las redes sociales en realidad están demostrando dos cosas, muy útiles ambas para conmemorar estos 60 años de absurdo ideológico nacional:
Primero, que no tienen ni idea de qué cosa es esta novedosa disciplina de quedar con altura en internet, quedar con rango, con status, con pedigrí de primermundismo. Y segundo: que la idea de una Cuba moderna, con presidente no-Castro que baila rumba y se pasea con su esposa de la mano, la idea de una Cuba conectada a datos móviles y con peloteros bateando en las mayores, no es más que una nueva mutación de la astuta dictadura que pretende sobrevivir otra vez. Amebas inteligentes: adaptarse para no morir.
La próxima vez que alguien les hable de buenas intenciones por parte del bailador Díaz-Canel, recuérdenle que un 30 de diciembre, siendo presidente del mismo país donde nacieron José Martí, Guillermo Cabrera Infante y Celia Cruz, nos quiso arruinar el festejo con un puñado de palabras imperdonables. Los mal nacidos por error brindamos por no olvidarnos.
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