Conforme se acerca el 24 de febrero, fecha en que se votará en referéndum la nueva Constitución cubana, el Gobierno de la Isla disimula cada vez menos su creciente presión sobre la ciudadanía en su campaña por el SÍ.
Es tan notable la tensión que agita a las altas esferas gubernamentales, que incluso el transporte público, una de la áreas más sensibles de la realidad cotidiana en la Isla, luce a diestra y siniestra la flamante consigna de turno: “Yo voto SÍ”.
Se trata de un gesto que convida a la ilusión de una democracia real, donde más de un partido se mide en igualdad de condiciones y donde todo transcurre bajo el respeto a la diferencia.
Sin embargo, hablamos de Cuba, un país donde no solo es que haya un solo partido (que se ha situado a sí mismo por encima de la propia Constitución), sino donde además la disensión es vetada y castigada desde hace décadas.
"El Partido Comunista de Cuba tiene una politiquería tan sucia y desleal que parece que hay campaña electoral entre varios partidos”, ha escrito un usuario en Facebook acompañado de una foto donde un ómnibus urbano luce la consigna.
Desconcierto, rabia, disgusto, es lo que genera la apariencia de normalidad entre quienes saben que si se pasean por una calle habanera con un simple cartel que diga "Yo voto NO", serán arrestados.
¿Dónde están los ómnibus portadores de la pegatina del “NO”? ¿En dónde se sienten representados política y socialmente quienes no comparten los preceptos de la nueva Constitución?
A pie de calle no pocos se quejan de una campaña atosigante que no cree ni en la novela brasileña o en un juego de pelota.
Ni el mismísimo paso de un tornado que devastó varios municipios habaneros frenó la marcha de las Antorchas, un acto político donde también se defendió el SÍ a la Constitución.
Mientras tanto, el debate real de la futura Carta Magna se sigue sucediendo en las redes sociales y en medios independientes y alternativos. Es en las redes sociales donde han nacido y tomado forma las campañas por el NO, y donde se suman las razones para no seguir participando de un juego con reglas absurdas.
"Ninguna sociedad democrática y plural puede serlo si existe una única formación política reconocida, que bloquea la posibilidad de defender posturas ideológicas opuestas", destacaba nuestro EDITORIAL de ayer, y esa es, y seguirá siendo, una realidad refrendada por el simple sentido común.
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