“Esta mujer cubana, tan bella, tan heroica, tan abnegada, flor para amar, estrella para mirar, coraza para resistir”, escribió José Martí, y más de un siglo después, belleza y resistencia en los avatares del día a día siguen sobrando a la mujer cubana, capaz de esos pequeños milagros cotidianos que no recogerá nunca ningún libro de Historia.
Nadie duda que los cubanos de adentro, de afuera (los de todas partes) podrían contribuir con valiosos relatos a la amorosa enciclopedia de los sacrificios realizados por la mujer cubana.
Sin embargo, para millones de féminas en la Isla, tal resistencia no forma parte del pasado ni de la dramática década del 90, sino que el sacrificio sigue siendo un concepto que guía sus vidas.
Ahí están las madres que hacen milagros para llegar a fin de mes, para vestir y calzar a sus hijos, para darles de comer, para comprarles juguetes, para conseguirles una medicina en falta o alcanzar una de las escasas plazas en un círculo infantil.
Todo ello mientras tal vez los crían en pedacitos de casas o en viviendas amenazadas de derrumbe.
Falta mucho en Cuba por hacer todavía en favor de la mujer. No todo se resuelve en la loa pública y militante de mujeres consagradas, que hacen “trabajos de hombres” o que son beneficiadas por una igualdad salarial, que de poco sirve en este caso cuando el salario no alcanza para vivir ni a los hombres ni a las mujeres en la Isla.
Las cubanas tienen derecho al aborto y un año de baja maternal, cierto, pero falta en la Isla el reconocimiento de muchos otros derechos y el asentamiento de reivindicaciones que a nivel mundial van ganando, cada vez más, un merecido espacio.
El más importante de ellos, sin dudas, la necesidad de una mayor severidad contra la violencia de género. En este sentido, Cuba debe aparcar de una vez el temor a publicar cifras, principalmente cuando visibilizarlas daría soporte y base a una lucha social.
Los cubanos necesitan saber ya, urgentemente, cifras de mujeres asesinadas, violadas, abusadas, acosadas, y necesitan saberlo porque solo así toda una sociedad toma conciencia de sus males y busca cómo enfrentarlos; empezando por promover un respeto a la mujer que nace en las escuelas y en los hogares.
Otro apunte necesario es que el Gobierno cubano debe acabar de asumir, también, que mujeres son todas, tanto las militantes del Partido Comunista como las opositoras Damas de Blanco, las mujeres de UNPACU, Rosa María Payá o Yoani Sánchez.
Mujer es también la profesora Omara Ruiz Urquiola, quien ha venido batallando desde hace meses contra un trato discriminatorio como enferma de cáncer, solo por ser desafecta al Gobierno de la Isla y por criticar su sistema de salud.
Y como mujeres cubanas son todas -sea cual sea su filiación política- el espectáculo de mujeres mancilladas y arrastradas por una calle, violentadas verbalmente, o impedidas de acceder a un tratamiento médico, se acaba convirtiendo en otra forma de violencia de género, practicada, en ese caso, desde el Estado.
La facilidad para tragar en seco y empezar otra vez, el ingenio para arreglar lo roto, para estirar lo que no da más, para reciclar, para cuidar de los suyos contra viento y marea, para “inventar”, son cualidades que de algún modo Martí, sabio como era, predijo en aquella frase única: “Coraza para resistir”.
Una coraza que permanece viva y que se nutre de esa facultad única para ponerle al mal tiempo buena cara y “echar pa'lante” al precio que sea.
Y ahora, que alguien venga y repita aquello de que “Detrás de un gran hombre hay una gran mujer”. ¿Detrás? ¿En serio?
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