La mayor parte de los cubanos estamos consumiendo el tema de Venezuela por la tele y las redes sociales, como quien ve los toros desde la barrera. Nos pasa como al resto del mundo que no está implicado: es una horrible crisis, pero de otro.
Llegamos a normalizar inconsciente, y hasta conscientemente la tragedia, como hacemos todos los días con tantas tragedias en el mundo.
Quizás nos haga un pico el electroencefalograma, si de pronto se incendia Caracas, o Maduro mata a 50 personas en una sola noche. Entonces experimentamos un brote temporal de adrenalina colectivo, posteamos cuatro malas palabras y ya nos sentimos parte de la ola solidaria mundial.
Pero después volvemos al día a día, que ya es bastante duro en cualquier parte del planeta en que vivamos, porque el mundo sigue su curso y hay que comer y pagar facturas. Somos culpables de una ya demasiado larga pasividad histórica.
En más de medio siglo, no hemos sido capaces jamás de aprovechar una coyuntura de La Historia para recuperar lo que perdimos.
En más de medio siglo, no hemos sido capaces jamás de aprovechar una coyuntura de La Historia para recuperar lo que perdimos
Siempre hemos mirado al Norte, esperanzados en que, de allí, más temprano que tarde vendría el Maná. Mientras tanto, pasaban diez presidentes norteamericanos como la conga de un carnaval, por delante de un solo hombre en Cuba que se fumaba un puro... No, paisanos, no somos capaces de reconocer un momento histórico, ni las señales que nos dicen que ha llegado, ni a un burro con una cofia. Somos culpables de una ceguera histórica brutal.
Ni siquiera porque estemos viendo con nuestros propios ojos cómo es que se hace, se nos enciende el chip de seguir el ejemplo. Los venezolanos nos están dando un tutorial gratis de cómo sacar a un dictador de su silla, y nosotros seguimos mirándolos a ellos como una vaca a un tren. También somos culpables de cierta imbecilidad histórica.
Los venezolanos nos están dando un tutorial gratis de cómo sacar a un dictador de su silla, y nosotros seguimos mirándolos a ellos como una vaca a un tren
Actuamos como si nada de lo que está pasando en Caracas tuviera que ver con La Habana, ni con Miami, cuando en realidad todos los cubanos, de dentro y de fuera, somos o fuimos víctimas, causa o parte de ese caos, como no lo es ningún ciudadano de otro país del mundo.
En buena lid, Venezuela pagó el pato de no aprender en su día del (mal) ejemplo cubano, y votar en las urnas a un gobierno totalitario que como el nuestro, fue el principio de sus desgracias.
La Cuba de Fidel metió en esto a la Venezuela de Chávez, y la Cuba de Raúl ha estado mamando petróleo bolivariano de la Venezuela de Maduro desde entonces, mientras le militarizaba el país. La Cuba de Díaz-Canel llega tarde y mal a la fiesta, porque se acabó lo gratis; los venezolanos decidieron que no quieren más “sociolismo” a la cubana, y han salido a la calle a gritarlo a pulmón.
Pero a los cubanos que tampoco lo quieren, todo esto les sigue sonando a música celestial. Somos también culpables de sordera histórica.
No es hora de seguir viendo el show desde el sofá, eso está claro. Pero, ¿qué hacer, si la disidencia cubana interna aún tiene una “cumbre” pendiente, solo para saber si realmente se quieren, o se odian, y después, ya iremos viendo?
¿Tras quién debemos ir? ¿A quién hay que apoyar? ¿Quién es nuestro interlocutor con el resto del mundo, incluidos los Estados Unidos? La silla sigue vacía.
Ningún país serio se presta a ayudar a otro, si no hay un portavoz único con el que dialogar y elaborar un plan de acción conjunto. Guaidó está dando hace un mes una clase magistral sobre cómo hacerlo, pero los cubanos no estamos atendiendo.
¿Qué podemos hacer los cubanos de a pie, de aquí y de allá, si cada día vemos entrar y salir del Congreso de los Estados Unidos, a nuestros representantes étnicos, solo para pronunciar discursos encendidos, sin que pase nada más? Llevamos años así.
¿Cómo entender tanta inacción, mientras las empresas que comercian con la Isla, siguen vacilando el comunismo desde Kendall, decidiendo quién trabaja o no en las plataformas digitales que auspician, y censurando a quienes están en contra de la dictadura? Son ellas las que tripulan sibilinamente el submarino que mantiene a flote la endeble barcaza de la revolución cubana.
¿Qué hacer, si en la disidencia de fuera de Cuba, tampoco hay nadie que coja el toro por los cuernos, y haga algo que no sean directas en las redes, llenas de soflamas y denuncias, pero vacías de todo lo demás?
Ahora mismo el cubano de Cuba, que también está cansado de esperar, está perdido entre umpaquistas y ferreristas, y ya no sabe si somos más o somos menos, si es obligatorio vestirse de blanco, o debe hacer una huelga de hambre hasta la muerte.
Un pueblo sin un líder que lo aglutine, está condenado al fracaso como nación.
Un pueblo sin un líder que lo aglutine, está condenado al fracaso como nación
Venezuela lo ha comprendido después de dos décadas de desunión de su disidencia interna. Nosotros, ni viéndolo lo entendemos. Ellos tardaron 20 años en comprender lo que les pasó, y actuar en consecuencia. A nosotros ya nos cuesta 60, y subiendo. Somos culpables de ser lentos de aprendizaje, y más lentos aún, de reflejos.
Deberíamos estar ahora mismo formando lío como ellos, que sería doble bulla. Nunca antes ninguna de las dos dictaduras estuvo tan débil y tan sola. No hay momento mejor para mover el suelo bajo los pies del régimen castrista.
Pero es que acabamos de salir de otras dos bullas seguidas; el tornado y el referéndum. Y estamos cansados.
Somos también culpables de pereza histórica.
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