En el sótano del fracaso de Raúl Torres siempre hay una planta más. Es un sótano in perpetuum descensus donde tortura instrumentos, planea conciertos, atrae ciclones para luego cantar a sus muertos, y desde hace muy poco, ofende a mujeres y se hace el fauno con trenzas. ¡Qué bárbaro!
Uno le pone fe, uno piensa: “Este compañero ya se cansó, ya se le acabó la cuerda”. Pero las pilas siempre le dan para más. Es una desgracia de Usain Bolt de los despropósitos: cuando crees que ya fijó el listón más bajo de su carrera, que sopló de una vez por todas la llama de su candil de mierda, Raúl Torres nos da una lección de tesón y entereza en esto de ser cada día más mezquino. Cada día más él.
Que nadie lo olvide: él es El Novio de la Revolución Cubana. Así. Y se queda tan ancho, te lo juro. Desde aquella tragedia hecha entrevista que publicara Cubadebate en 2016, donde una excompañera mía de Universidad -Dianet Doimeadiós- cometiera la originalidad histórica de insinuarle el epíteto, Raúl Torres va por el mundo como El Novio de la Revolución Cubana. Tomen nota, madres y padres de este mundo: a eso se llega cuando falta un educativo bofetón a tiempo.
Y ya puesto, novio de semejante cosa, Raúl Torres ha decidido ejercer su título recordándole a medio planeta que una de las señas imborrables de su decrépita prometida es la humillación, el maltrato a la mujer. La misoginia convertida en política de Estado.
“Amigos y amigas”, comenzó el candilejo su ejercicio de novio oficial a través de su muro de Facebook: “Solo para confesarles mi adicción al caldo de avestruz. Riquísimo, pero tanto colágeno me ha provocado un priapismo que estoy en observación en el Clínico. Y afuera del local hay una larga cola de las madres de los que se han burlado en estos días de nuestro querido, glorioso y cojonúo comandante, locas por entrar a aliviarme mi padecimiento. ¡Qué contentas se van de la consulta! ¡He dicho!”
Al otro extremo de la isla, en el oriente, en un poblado arruinado por obra y talento de la novia de Raúl Torres, en un caserío donde el hambre hace ver milagros y los perros pelean con furia por tal de lamer los vómitos de mendigos alcoholizados, la comadrona que trajo al mundo a este parásito con guitarra en una caseta de guano, cincuenta y tres años atrás, enmudecía de vergüenza y dejaba de contar este parto como una hazaña más.
Raúl Torres, el nuevo héroe de todos los varones abusadores y violadores y déspotas del machismo cubano nacional, nació en Julia, un poblado con nombre de mujer.
No seré yo quien diga que este es el novio más blandengue que pueda tener Revolución alguna. No me insistan, no lo diré. Ni caeré en cuenta de que el falsete del que abusa le habría reservado una galera en las UMAP. No voy a ser yo el que hurgue en la llaga de que para exhibirse como macho man latino, primero hay que parecer uno, coño. Eso no lo diré. Pero sí diré que al menos mi madre, una de las que el asambleísta popular ha incluido en su cola en las afueras del Clínico, estoy seguro de que si acude al llamado de un hombre, aspira, al menos, a encontrarse con uno. No con Raúl Torres.
Se tenía que decir y se dijo.
¿Pero de qué presume este espantajo con trenzas, de qué virilidad proverbial habla esta burla con guitarra cuyo endiosamiento nacional se debe a su servilismo a toda costa, y no a talentos ni aciertos? Pongamos esto en perspectiva: si una exhibición semejante del machismo más retrógrado y peligroso no fuera suficientemente vergonzosa en un mundo que intenta mal que bien sacudirse de encima el enfoque patriarcal, el colmo es que esa exhibición provenga nada menos que de semejante caricatura de varón. Uno de los que esos mismos machos de bigote ralo y pistola al cinto que él indirectamente evoca, se reirían a carcajadas o depreciarían a más no poder.
Es que no tiene sentido del ridículo, compadre. Cualquier ser humano se conformaría con firmar un réquiem a Hugo Chávez (“El regreso del amigo”) o cantarle al Facebook (“Facebuuk) como el súmmum de ridículo para una vida hábil. Pero este personaje no. Él, que es dueño de unas corcheas sospechosas tituladas “Cabalgando con Fidel”, viene y presume de castigador tropical. Lo nunca visto.
Yo no le pido que haga honor a su condición parlamentaria, digamos. Porque sí, el Faunito de la Candileja es Diputado de la Asamblea Nacional de Cuba desde abril de 2018. Ya me dirás tú si le puedo pedir yo decoro, altura u honor a quien integre semejante quorum. Antes, le entiendo: por cosas como estas fue elegido. He ahí su aval.
Yo le pediría, al menos, en nombre de ese número imprecisamente grosero de mujeres que en Cuba son víctimas de maltratos, de palizas impunes, de acosos callejeros disfrazados de piropos; en honor al número inaceptablemente elevado de víctimas de violencia de género que no encuentran en esa misma Asamblea Nacional respaldo ni reconocimiento jurídico, que se tatuara ese post en alguna parte de sus enjutas carnes como recordatorio de lo que nunca debió dejar escapar por entre el cerco de sus dedos.
Que es cierto que el tiempo no tiene vuelta atrás, y que ya él no puede cambiar, por ejemplo, el sobredaño infligido a una Baracoa que luego del ciclón debió soportar, estoica, a la guitarra de Raúl Torres amenizando los escombros y el hedor a muerte. Unos escombros y un hedor de donde, como no podía ser de otro modo, este artista de la desgracia exhumó una canción. “Baracoa se levanta”, la bautizó. Y pudo dormir esa noche y todo.
Eso no puede devolverse ya, ni aunque él implore que se lo regresen todo. Ni puede desfacer el entuerto de, no contento con la bofetada de dolor que le pegó a todo el país aquel Boeing 737 de mayo del año pasado, que viniera él más tarde y ofreciera una canción (“Hotel Tulipán”) como quien suelta el chiste de peor gusto del Universo en los funerales más tristes del pueblo.
Eso ya está jodido de por vida. Raúl Torres sabe que por si el título innobiliario de Novio Ya-Sabemos-de-Qué fuera devorado por el olvido y el tiempo, le sobrevivirá la categoría de “Necrólogo Oficial de la EGREM”, el vocalista que más hits ha pegado en la Mesa Redonda como dedicatorias fúnebres.
Pero sí podría haberse ahorrado, por ejemplo, el piso adicional en el sótano de la vergüenza de trascender como el mequetrefe que no encontró mejor manera para defender a un viejo déspota, con sus jutías y avestruces poblándole el cráneo de ideas, que tratando como rameras a las madres de quienes se rieron por no llorar.
Un ramero del poder defendiendo a un viejo del poder. El Novio de la Revolución adulando al Pedófilo de la Revolución. Y ahí lo dejo, porque no seré yo quien recuente el largo historial de manoseos a doncellas de toda Cuba que precede a ese abuelito matonesco al que Raúl Torres trata de querido y glorioso. Lo de cojonúo, no se si deba yo entrar a discutirlo. Máxime cuando a ese mismo abuelito insoportable que ostenta el grado de Comandante de la Novia de Raúl Torres, se le achaca una treintena de hijos desperdigados por toda Cuba, jamás reconocidos. Las bacanales campestres de ese ejemplar de la desfachatez castrense llamado Guillermo García Frías, adicto a los gallos y las sayas, son de Libro de Historia. Pero no seré yo quien se lo revele al candilejo. Las mismas señoras de Julia a las que embadurnó con su post, no muy distantes del Jiguaní donde nació García Frías, se lo pueden contar.
Raúl Torres eliminó su post de Facebook poco después de echarlo a rodar. Infeliz. Como si aquello del Screenshot no se hubiera inventado ya. Raúl Torres se siente a gusto ahora mismo: se sigue ganando a pulso su nombre en el sitial del mal gusto revolucionario, escalón abajo, escalón arriba del tweet presidencial de los mal nacidos por error y el de la Infanta Mariela culpando a los gringos por el secuestro de los médicos en Kenia.
El problema es que esta vez olvidó incluso los códigos sagrados del batallón que defiende. Que algún guajiro de Julia, o del vecino Mabay, donde los ex obreros del desvencijado central se reúnen cada tarde a ahogar sus miserias en alcohol o peleas con sangre, le recuerde al machote Raúl que tomar caldo, tomar sopita, es visto con recelos entre los padrazos del oriente. “La sopa, de pie, con tenedor y con cara de guapo”, repetían los jodedores de barrio en las fiestas de caseríos.
Cada quien con su brebaje: Superman con la kriptonita, Popeye con las espinacas. Raúl Torres, el Supermacho que nos ofendió a nuestras madres, el anteproyecto de fauno que nos recuerda que la grosería y violencia verbal y de género siguen rigiendo a la maltratada sociedad cubana, no encuentra mejor pócima para sacar sus poderes eréctiles que el caldito de avestruz con mucho colágeno. La proteína para la tersidad del cutis.
Agáchate que viene la galleta.
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