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Cuando Mariela Castro intentaba disolver a toda costa la marcha alternativa que cierto sector de la comunidad LGBTI+ cubana defendía de la prohibición, empecinadamente, quién sabe si en realidad hacía un último esfuerzo por preservarles los dientes en su sitio y los cutis lo más sanos posibles. Lo menos maltratados que se pudiera. Quién sabe si estaba avisada: debía convencerlos o cicatrizarlos después. Y demonizarlos, como epílogo.
Eso lo supimos este sábado que en La Habana no pudo ser multicolor como el arcoíris, por más que las banderas así lo pidieran ingenuamente. Fue un sábado negro. O rojo sangre. O una mezcla de ambos. Como la bandera del 26 de Julio, digamos.
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La virulencia que el aparato represor castrista desplegó contra activistas de la comunidad LGBTI+, y contra periodistas independientes, ciudadanos con espíritu cívico, y todo aquel que de antemano llevaba en la frente la letra escarlata de enemigo del sistema, tuvo de todo menos de casual. Fue una orgía de violencia calculada, ensayada, ejecutada lo más impúdicamente posible.
Quien a estas alturas se pregunte cómo es posible que la dictadura cubana, ese monstruo acéfalo pero multicabezas, se haya permitido semejante exceso frente a las cámaras de medio planeta y en la era Cuba Datos Móviles 2.0, comete un pecado de ingenuidad poco perdonable en tiempos de masacre contra la libertad.
Las patadas, empujones, mordidas, tirones de cabello, ofensas, amenazas, con que literalmente arrastraron a nuestra colaboradora Iliana Hernández al asiento trasero de un vehículo de la Seguridad del Estado donde se le vio por última vez hasta ahora mismo, formaron parte de una coreografía diabólicamente pensada y ejecutada.
Iliana, a quien habían amenazado una y otra vez por colaborar con CiberCuba, y sobre todo, por exhibir historias desgarradoras, incontestables, del martirio real que implica vivir en la Cuba de este 2019, acompañaba a la marcha que ya había sido interceptada por la policía en varios tramos anteriores y pretendía seguir su caminata de amor, paz e inclusividad, por el icónico malecón de La Habana.
Iliana no los vio venir. Ni Ariel Ruiz Urquiola. Ni Oscar Casanella. Ni Boris González Arenas. Todos ellos supieron la magnitud de lo que enfrentarían esta mañana que anunciaban colorida, cuando sintieron los brazos asfixiando sus gargantas con llaves de artes marciales bien entrenadas. El espectáculo, frente a las cámaras extranjeras, es de una procacidad escalofriante: da miedo.
La impunidad con que una banda de matones oficiales, al más puro estilo de motorizados chavistas en Venezuela, emplearon patadas, técnicas de estrangulamiento, golpizas debilitadoras, contra cubanos indefensos, con sonrisas y lemas pacifistas por todo escudo y espada, sin duda alguna llevaba la intención de exhibir músculo dictatorial.
“Esto será lo que les espere a quienes crean que pueden tomar las calles” – decía implícitamente el despliegue policial, una aberración. “Menos, ahora que no está Fidel”, remataba el operativo de la policía política que nunca antes mereció menos ser llamada Seguridad del Estado. Si alguna vez conformaron la pesadilla, el terror, el caos provocado, fue este sábado en que una Marcha Alternativa LGBTI+ se atrevió a desafiar la prohibición, el no marchar.
CiberCuba responsabiliza directamente a la dictadura que hoy solo puede definirse como Castro/Díaz-Canel en general y a Mariela Castro Espín, Directora del CENESEX y Diputada a la Asamblea Nacional de Cuba, en particular, por los escalofriantes atropellos cometidos contra cubanos pacíficos, y frente a la prensa extranjera que cubría el evento. A esto llega un país cuando ve infestada, corrompida, su tradicional condición humanista y festiva, por una tiranía familiar que ha querido mandar un mensaje con sangre a su propio pueblo: “Aquí no se mueve nadie”.
CiberCuba exige a la Comunidad Internacional, además, el visionado de decenas de pruebas videográficas, fotográficas, documentales, que narran de manera muy gráfica la barbarie a la que sometieron a los cubanos los tanques pensantes de la policía política nacional, por el solo delito de no aceptar cancelaciones ni tergiversaciones ni presiones. En ese sentido, dolor infinito debía darles a los activistas LGBTI+ del mundo civilizado ver lo que implica ejercer la libertad de expresión en la Cuba de Díaz-Canel.
Seguir tratando a Cuba como una isla en proceso de modernización, donde los gays no pueden casarse pero tienen la protección de Mariela Castro, es dejar a su suerte a los activistas que no comulgan con los chantajes de la Infanta Castro y cuyas consecuencias recién acabamos de ver. Pocas veces ha sido puesto en Cuba un derecho constitucional más en práctica, que este sábado durante la Marcha Alternativa LGBTI+: romperles los huesos a los “revoltosos” está reconocido en el engendro aprobado el 24 de febrero. La violencia se llama patriotismo si se emplea contra quienes disienten del Socialismo. Una joya de la aberración cuya práctica, fuera de la probeta, pudimos presenciar en apenas un breve por ciento de su total.
Primero lo hicieron las mujeres: Damas de Blanco que terminaron por ser más famosas que sus esposos detenidos en la Primavera Negra, y cuyas caminatas hasta la iglesia de Santa Rita les deparaba una incalculable variedad de recursos represivos e intimidatorios por parte de sus verdugos castristas.
Ahora lo hacen los gays, las lesbianas, los trans: se atreven a tomar las calles al menos por un ratico y quizás no esperan el alcance de cuán golpeados serán, cuán hostigados por una plebe sedienta de sangre cuyos matones ejecutores tienen puños como mandarrias.
Sin proponérselo, han hecho un favor tan siniestro como impagable a la sociedad cubana de hoy: obligaron este sábado al verdadero monstruo a exhibir sus entrañas. Y pensar de lo que son capaces de poner en las calles de la isla si les amenazara un levantamiento popular genuino, es como para perder el sueño.
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