El presidente cubano, Miguel Díaz-Canel, está imponiendo un estilo de trabajo propio en su gestión, que tiene continuidad en cuanto a paradigma ideológico y las reuniones periódicas del Consejo de Ministros que estableció su antecesor; pero diferente en cuanto a la agilidad en la respuesta a problemas reales de los cubanos y con visitas continuas a provincias y municipios.
Algunos dinosaurios andan inquietos con las formas presidenciales y han propalado y dejado correr el enemigo rumor de que Díaz-Canel no da la talla, sin tener en cuenta que su primer año de mandato empezó con el avionazo y acabó con un tornado en La Habana que puso al descubierto la haitinización de las zonas afectadas.
Pese a que ya se entregaron las primeras viviendas nuevas a los afectados y se habilitaron locales estatales en desuso para acoger a los sin techo; la televisión cubana, en un alarde de independencia informativa, aprovechó la ceremonia de entrega de llaves para entrevistar a un anciano en silla de ruedas, que se quedó sin casa hace más de 5 años y vive albergado, para decir que lleva mucho tiempo esperando una solución. Más claro, agua.
Cubanos de a pie, siguiendo un viejo hábito, han caído en la trampa de los dinosaurios y critican al presidente en un ejercicio novedoso y sano, pero que acentúa el desgaste de la figura de Díaz-Canel, hasta el extremo de que Ramiro Valdés, que no usa revólver sin balas, acudió a la prensa para elogiar al mandatario criticado.
El forcejeo entre dinosaurios y cincuentones es normal en situaciones de pretransición política, donde cada grupo intenta asegurarse cuotas de poder para influir y participar en el reparto de la tarta pública a privatizar; aunque el cake cubano lleva años desmerengado.
Hace un par de días, el ministro de Economía, Alejandro Gil, criticó la mentalidad importadora de algunos gestores económicos y lanzó la consigna Made in Cuba, en una clara apuesta por productores nacionales estatales y privados.
Nada nuevo bajo el sol, dirán los opinionados; pero la sensatez ministerial es un torpedo en la línea de flotación contra la burocracia militar y civil que lleva años enriqueciéndose con comisiones monetarias por suscribir contratos con entidades extranjeras, a las que luego incluso intentan cobrar un peaje adicional por gestión de “pronto pago”, un nicho notable por los retrasos de Cuba a la hora de pagar a pequeños y medianos empresarios foráneos.
Y, en paralelo, establece una línea de conexión con el entramado de empresas militares que llevan produciendo alimentos y ensamblando fusiles desde 1979, cuando el Kremlin anunció al Palacio de la Revolución que la Matrioska no estaba para tafetanes.
Los cincuentones saben que la neutralización de los dinosaurios será por una combinación biológica y de realismo. La edad no perdona y el modelo dependiente de un aliado comercial extranjero con peso específico como fueron la URSS y Venezuela se fue a bolina.
Falta sin embargo en la agenda presidencial, visitas y aliento a los propietarios privados, una pequeña fuerza de vanguardia que ha dinamizado la economía cubana, pese a las propias trabas gubernamentales por el miedo que atenaza al poder, el chantaje de inspectores hambreados y corruptos y la labor policial de la Controlaría que lo vigila casi todo, menos los negocios de los hijos de Machado Ventura y Luis Alberto Rodríguez López-Calleja, el discípulo más aventajada de Julio Casas Regueiro, y que lleva casi un año sin aportar nada al Presupuesto estatal, como le reclamó Ricardo Cabrisas en una reunión que acabó de manera poco cordial.
El mejor servicio que pueden prestar a Cuba Díaz-Canel y su gente, incluidos los veteranos reformistas es trabajar por el saneamiento de la economía y la creación de amplias zonas de prosperidad que faciliten un escenario de transición a la democracia plural, que se atisba en las calles cubanas y en algunos comentarios de lectores en medios de comunicación pagados por el Partido Comunista.
La riqueza genera felicidad, sosiego y es el mejor aliado para acudir a la hora de los mameyes; el hambre –en cambio- es muy mala consejera y, además del sufrimiento humano que genera, contribuye a tensiones indeseables para todas las partes concernidas en el pugilato cubano.
Curiosamente, más del 30% de los cubanos encuestados discretamente por el Observatorio de Derechos Humanos, con motivo del reciente referéndum constitucional tiene una buena opinión de Díaz-Canel, que es una cifra baja en términos absolutos, pero notable en un país empobrecido por el poder, poco acostumbrado a ejercicios demoscópicos democráticos y presa de la maquinaria propagandística de la dictadura, donde hay sectores amargados con el nombramiento.
Todos estos síntomas, algunos apenas perceptibles, son alentadores en la construcción lenta, pero sostenida de una pluralidad cubana y es muy positivo que Díaz-Canel no genere el temor reverencial que infundían los Castros; aunque Raúl en menor medida por su vocación de manejo tras bastidores, su alergia al contacto directo con las masas y su vocación de mando coral con un grupo de fieles formados por históricos del II Frente, camilitos y cadetes.
A un presidente hay que exigirle continuamente, cuestionar sus decisiones erróneas y alabar los aciertos, pero tanta impaciencia y desprecio hacia Miguel Mario Díaz-Canel Bermúdez sorprende en mucha gente que aguantó calladita los 47 años de oralidad desbordante de Fidel y magros resultados socioeconómicos.
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