En inglés hay una expresión idiomática de simpleza exquisita y contundente. Apenas dos palabras, cinco letras entre ambas: "Man up!" . Explicada de carrera, la frase se emplea para exigir a alguien que tome responsabilidad por algo, que asuma las consecuencias de sus actos.
Man up tiene, también, un delicioso uso callejero: resume en su brevedad todo el choteo de que es capaz un anglosajón. Cuando a usted le dicen “Man up, boy” más le vale tener listo el contraataque. Le están diciendo que crezca, que deje de lloriquear como un parvulito malcriado. En cubano -que no en castellano- equivale a decirle a alguien que se haga hombrecito.
Ha sido lo primero que me ha venido a la mente en todos estos días de turbulencias bilaterales entre Estados Unidos y Cuba, estos actores que protagonizan una saga más larga que “Viernes 13”. Esa expresión del inglés.
Cada vez que Jason y su machete parecen confinados al infierno de por vida, reaparece un decreto, una derogación, un giro de timón, unos espías destapados, unas avionetas acribilladas, un presidente idealista, unos diplomáticos ensordecidos, algo. Cada vez que la historia entre estas dos orillas comienza a estabilizarse, lo mismo en unas frágiles nupcias que en una asentada mala onda, viene alguien, patea el tablero, y a empezar otra vez. (Qué diablos “Viernes 13”. Esto es la saga del obstinado guerrero chino “Wong Fei Hung”, culpable de 90 películas sobre el mismo héroe en 50 años.)
Y el guion suele ser tan repetitivo como el de esas dos sagas juntas. A saber:
- Cuba mueve una ficha.
- Estados Unidos contesta.
- Cuba lanza el llantén universal, hermano del diluvio.
- El mundo le mira con lástima, mira a Estados Unidos con recelo.
- Cuba sonríe como la mascota del malo, a medio labio, y va y descarga a palo y piedra con su propia gente.
- Cuba vuelve a mover ficha, y así hasta el infinito.
Casi siempre es el origen de todo es ese: el perro acomplejado, el chihuahua de autoestima robada a un Rootweiler, empeñado en ladrar o mordisquear la pata al American Bulldog que descansa ahí enfrente.
Cuba lanza su mordisco. Hunde un remolcador, fusila a jóvenes escapistas, infesta de espías el patio del vecino. Estados Unidos responde con un ladrido que estremece el vecindario pero que nunca es suficiente para dar knockout al chihuahua verdeolivo: ese sigue en pie. Estados Unidos tiene en contra la ley del más fuerte, esa barrabasada que dice, desde chicos, que no se puede trompear a alguien más débil. Aunque ese más débil sea un soberano hijo de puta, así sin más. (El único que se ha atrevido a desafiar esta ley no escrita es el caballero Elmer, el calvito de Looney Toones, que le dio una gran enseñanza a Bugs Bunny: Sí, sí se atrevía a golpear a un conejo con espejuelos).
El problema es que luego del ladrido-casi-rugido del Bulldog, va el chihuahua y se hace el muerto, el lastimado, víctima de una, ay, injusticia sin parangón. Énfasis patriotero en lo de parangón. Y le funciona. Vaya si le funciona. Llevan sesenta años paseándose con la casaca del oprimido y escondiendo debajo el mazo del golpeador.
Si usted duda de la fórmula antes expuesta, entréguese a la comprobación. Cambie en el teorema las variables y mire el resultado. A modo pedagógico: Cuba expropia a empresarios estadounidenses, les roba sus hoteles o sus farmacias a inicios de los ´60. Estados Unidos riposta imponiendo un embargo comercial. Cuba se queja sin cesar, una plañidera con lágrimas de repuesto hasta el infinito y más allá. La emprende con los de abajo, les martiriza por culpa de ese embargo que fue reacción, no acción. Y en una jugada brillante, de ajedrecista exquisito, Cuba logra que el mundo a quien condene, aunque de boca para afuera, sea a Estados Unidos.
Y nadie salvo nosotros, salvo un puñado, se toma el trabajo de decirle a ese eufemismo llamado Cuba, que en realidad es un totalitarismo camuflajeado de país, que coño, de una vez por todas: "Man up!" Si quieren construir su Socialismo dejen de lloriquear cruceros, intercambios, créditos, visas y recargas.
Pero un "Man up!" muy abarcador, entiéndase. Uno que empieza, pongamos, por Randy Alonso, esa adolescente siempre a punto del descontrol hormonal (por citar a Pablo en su carta a Edmundo) que recién ha publicado un quejido en forma de artículo donde nos dice, snif snif, que los estadounidenses (incluidos los que nos hemos naturalizado) somos “Rehenes del Norte”. Como los Tigres, pero en versión rehenes. Así dice. Que somos rehenes porque Trump no nos deja, oh tragedia, viajar a Cuba.
Y Randy “Cara de Cubadebate” Alonso se lanza a preocuparse -¡chúpate esta mandarina! – por las pérdidas que tendrán el puerto de Tampa, la bien colada AirBnb y el coloso Carnival, y por las limitantes que tendrá la Gran Maestra de ajedrez Judith Polgar, recién de visita en la isla para honrar la tumba de “Capa, hijo de Caissa”, como llamara Cabrera Infante al genio Capablanca.
Cubadebate, ese divertido pogromo digital que asegura que soy, yo mismo, más invasor que Genghis Khan, y cuyo propio nombre es de un sarcasmo ácido, se preocupa por los dineros de Carnival y el puerto de Tampa. Dime si son unos cracks o no lo son.
Y luego va este mismo politburó digital y exhibe otro libelo plañidero donde recrea cómo los pequeños empresarios cubanos serán afectados por la sequía de cruceros. El primer ejemplo que cita la web revolucionaria es la paladar “San Cristóbal”, donde han comido lo mismo Barack Obama que Bon Jovi, y donde un filete te cuesta casi tanto como una noche en la “Casa Vida” de la nieta de Raúl. Y el lloriqueo porque no habrá más crucero con qué alimentar a San Cristóbal es épico. De esos que echan en falta un man up alto y grande como nuestras palmas. Vete a Cubadebate si no me crees.
Pero como es cosa que se contagia, ahora que el alcalde que Miami eligió en las urnas ha iniciado un proceso que, de tener éxito, limitaría un poco la conga unidireccional llamada Intercambio Cultural, los músicos hijos de Fidel y Julito “El Pescador”, los escritores que se abren más venas que la América Latina de Galeano, los reguetoneros con incontinencia de directas, se han entregado en masas, en grandes pelotones, a ese deporte nacional que es llorar a moco tendido. Pero sobre los líos de los demás. Allá tú me ves allá, que diría Pilar.
No saben si la injusticia tiembla, pero ellos, por si acaso, ya se toman en serio lo de ser un pueblo que llora.
Y nadie les dice, con la economía verbal de los gringos, que "Man up, folks", nadie les pregunta desde cuándo nos volvimos un pueblo tan quejica, tan poquita cosa, capaz de lamentarse ante el cielo por la maldad del presidente vecino, incapaz de preguntarle al presidente doméstico si, por casualidad, tiene algún plan viable para construir ese país que hace poco dejó escapar por su esfínter bucal.
Nadie se atreve a ver que ningún sastre ha vestido al rey, que anda en cueros: menos lamento, más responsabilidad por sus actos, por sus votos constitucionales, por sus banderitas de Primero de Mayo; y a los músicos, menos Miami como escape para el bolsillo y como pretexto para denuncias.
Que ahí, en ese Emilio “El Niño y la Verdad” Frías bruto, ciego y sordomudo ante su realidad circundante, boconcito y didáctico ante las decisiones de los políticos que elegimos nosotros acá, es donde comienza a sembrarse el germen de la malacrianza. Un lloriqueo que, curiosamente, se queda siempre sin baterías, se descarga, cuando pisa suelo cubano.
Es una cosa de estudio: es chirriar el avión sus rueditas de caucho contra la pista, y antes incluso del aplausito correspondiente en cada vuelo de cubanos, expirar el dispositivo interior de la protesta y la queja. Enmudece. Ese chip se enciende de vuelta en cualquier sitio, a condición de que no sea Cuba. Tú elige: que si un aeropuerto de Quito o de Miami, que si una frontera con México o un retén en Honduras. Donde sea, asere, sin miedo, qué bolá.
Bolá ni bolá, consorte ni consorte: "Man up!" , coño. Que somos el mismo pueblo que parió, déjame ver a quién escojo... ya: a Guillermón Moncada. Que no es un stadium, era un negro gigante que manejaba tan bien el machete como la escritura y el honor. Y que luego de leer un mensaje ofensivo que le dejara escrito el bandido Miguel Pérez y Céspedes, al servicio del ejército rayadillo, le respondió por escrito en el mismo sitio: “No me jacto de nada, pero te prometo que mi brazo de negro y mi corazón cubano tienen fe en la victoria. Y lamento que un hermano extraviado me brinde la oportunidad de quitarle el filo a mi machete”. Poco después, cuando sus tropas ya habían masacrado a las del tal Pérez y Céspedes, Guillermón dio la orden de que nadie tocara al salidito del tiesto. Se bajó de su caballo, le dio un machete y blandió él el suyo. El resultado mejor ni te lo cuento, por si hay niños mirando.
Eso fuimos. Yo me niego a creer que tengamos una condena sin reverso, que seamos una estirpe condenada a cien años de pendejada, un pueblo de excusas y recarguitas, donde los líderes estudiantiles de hace un siglo eran como Villena y hoy son como Yusuam; donde hasta hace nada hubo periodistas como Labrador Ruiz y hoy se firman como Iroel Sánchez; y donde hasta hace nada nuestros salseros se llamaban a sí mismos “Fulanito de Tal y su Trabuco”, y hoy se bauticen, picarones ellos, como “El Niño y la Verdad”.
Ese "Man up!" , o un "¡Empínate carajo!" o aquel bofetón del que siempre hablaban pedagógicamente nuestros abuelos, es capaz a veces de despertar a todo un pueblo. Pero hay que dárselo ya.
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