Miguel Díaz-Canel dedicó un escueto mensaje al Cardenal Jaime Ortega, la personalidad más influyente de la Iglesia Católica cubana de las últimas tres décadas, fallecido en La Habana este viernes a los 82 años.
“Nuestras condolencias por el fallecimiento del Cardenal Jaime Ortega. Es innegable su aporte al fortalecimiento de las relaciones entre la Iglesia Católica Romana y el Estado cubano”, escribió el mandatario cubano en su cuenta oficial de Twitter.
Ortega, quien desde el pasado 23 de junio se encontraba en estado grave, padecía de un cáncer terminal. Durante semanas, se informó de la evolución de su estado de salud hasta que el Monseñor Juan de la Caridad García Rodríguez, Arzobispo de La Habana, dió fe de su fallecimiento.
Mientras que el Gobierno cubano, emitió una nota necrológica, aparecida en el diario oficialista Granma, reconociendo que "su incansable trabajo pastoral y su amor a Cuba le llevaron a fortalecer decisivamente las relaciones entre la Iglesia Católica Romana y el Estado”.
Díaz-Canel no fue la única figura dentro del régimen de la Isla en emitir un “sencillo” mensaje en honor a la obra del fallecido Cardenal.
“Siempre tendré viva memoria de nuestras enriquecedoras, útiles y largas conversaciones con el Cardenal Jaime Ortega”, declaró, por su parte, el titular del Ministerio de Relaciones Exteriores (MINREX), Bruno Rodríguez Parrilla.
A la par, Manuel Marrero Cruz, ministro de Turismo, aseguró que este renglón de la economía cubana siempre sostuvo “una relación respetuosa con la iglesia”. Incluso, indicó haber prestado “innumerables servicios” en sus eventos. “Traslado nuestro pesar por el fallecimiento del Cardenal Jaime Ortega”, concluyó.
Lamentablemente, ninguna de las palabras pronunciadas por representantes del Gobierno cubano lograron captar la grandeza de Ortega, quien hizo lo posible en uno de los períodos más complicados de la historia cubana, a pesar de haber sido engañado por Raúl Castro.
El Cardenal Jaime Ortega logró consolidar la visibilidad e influencia de la Iglesia Católica en un escenario a veces hostil, siempre precario y de recelos mutuos.
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