Apostado en la soledad de la alta honda noche -o arropado por la temprana callada madrugada- un ser oscuro, al parecer, con más miedo que precaución, dejó subrepticiamente, en mi verde oxidado buzón, un usado extraño paquete de zapatos. Con sólo mi nombre escrito por fuera. Ni siquiera, se indicaba la dirección.
Es decir, vino, expresamente, a dejarlo, cuidándose de que no lo viese nadie.
Si a eso añado, que no tengo perro alguno que pueda morder…
Al instante de tomarlo en mis manos, me asaltaron, a la memoria, los episodios, alguna vez acaecidos, con el envío de ántrax, a través de paquetes postales.
Pero, ipso facto, en escasas milésimas de segundos -mucho menos tiempo que el me consumió el pensamiento anterior- me percaté que yo no era tan importante, ni la cabeza de un guanajo, como para que se atentara, de esa manera, anónima y a través de una correspondencia, disfrazada de calzado, contra mi sencilla, abierta, simple y eremita vida.
Sin embargo, al decidirme a abrirlo -en la creencia de que hubiese podido ser peor, como, por ejemplo, una compra tardía, a través de internet, que mi concomitante Alzheimer, o el, por suerte, cada vez más creciente, síndrome de mente ocupada, me incitara a olvidar- lo que venía adentro, me robó el aliento, me erizó de pies a cabeza, me puso los pelos de punta y todos los sentidos a gozar.
Como un recién nacido, desnudo y desenvuelto, entre un tibio pañal, descansaba el último doble CD de luxe, editado por Haydée Milanés, con el preciso y sugerente título AMOR, donde interpreta canciones de su padre.
Acompañada por él, en el primer volumen.
Mientras que, en el segundo, comparte tonos, colores, goces y honores con Omara Portuondo -lo cual ya se ha convertido en un dichoso y siempre funcional hábito, gracias a dios, entre casi todos los intérpretes*- Fito Páez, Lila Down, Julieta Venegas, el fabuloso dúo Ibeyi, el querido Carlos Varela**, Rosalía León, Pavel Núñez, Edgar Oseransky, Pedro Aznar, Silvia Pérez Cruz, Francisco Céspedes, Joaquín Sabina y Chico Buarque.
* Creo que, ha de ostentar el record, o aspirar al Guinnes, pues no conozco artista que haya hecho más featuring en la historia de la música.
** Su desgarradora voz en LOS DÍAS DE GLORIA, conmueve, estremece y sólo es aplacada por la dulzura triste que le aporta Haydée. “Superbe!” dicen en francés.
¡Tronco de sorpresa, regalo, estallido del ego, erizamiento general, toda la piel como de gallina, aliento entrecortado, esperanza creciente, orgullo concentrado y fe en un futuro, radiante y luminoso, me vino con el tan hermoso e inesperado detalle!
Literalmente, ¡no me cupo un alpiste en el cu…!
De alguna manera, la misma Haydeé, me había anunciado algo, cuando elogié la salida de ese, su último disco, en Facebook.
Mas, con esto, sobrepasó -con pueblos- cualquier expectativa ya sembrada.
Sólo unos días después, me vuelve a sorprender Haydée, con una publicación, en su página personal, proclamando - es más justo, en su armónico caso, decir, entonando -a los cuatro vientos, puntos cardinales y gatos, en las redes sociales- su sincera y profunda admiración por mí.
Sí, por este que está aquí.
Enfrente al teclado.
¿Dónde me meto, Geppeto?
¿Qué puedo hacer si nunca he sabido cómo se usan los cumplidos?
Siempre son como talla extra, me sientan demasiado grande.
Y no es falsa modestia. He de ser honesto, no me gusta mucho que me celebren. *
* Mi sobrina lloraba a mares cuando le cantaba Happy Birthday en su cumpleaños. ¡No llego a tanto! Aunque, cada vez que quiero un postre en un restaurante, anuncio que es mi aniversario, para que me lo traigan cantando. ¡Maneras de vivir jodiendo!
Aunque lo necesite, en ocasiones -mucho mejor si viene como retroalimentación- para solventar la duda de si lo que he hecho llegó a algún receptor, o interesa, más allá de que caiga bien, o no.
Porque creo crear con muchas más causas, que ponerme a pensar en sus consecuencias.
En fin, que lo que me cayó encima fue un chaparrón de emociones verbeneras.
Porque lo que no sabe Haydeé Milanés, es que yo soy Milanés desde hace años y por los cuatro* costados.
* Otra vez el número cuatro. ¡Si jugara lotería!
Como todo cubano de mi generación crecí oyendo a su padre.
¿Quién no?
Y lo escuchaba -y escucho- mucho más que al balido de Silvio, porque pienso que le canta al corazón.
¡Porque canta con corazón!
Y pone -al paso- a querer la cabeza.
Así, desde hace mucho, he oído liberar, también, cada sílaba lanzada al viento en la cálida voz de Haydeé.
Cuando la escuché por vez primera, se me derramaron, en ecos, miles de campanas por dentro.
El cielo fue más claro y mi andar más pujante, decidido, suave y diferente.
Tanto así, que la incorporé a mis caminatas por el borde del bosque de la Habana, cercano a lo que fue mi última casa, en el retirado Nuevo Vedado.
Una tarde -de un año que ni recuerdo- no sé cómo, David Blanco -en ese entonces, su pareja- me invitó a su apartamento y conversamos, mediando una buena criolla botella de vino.
De allí salí mareado -¡menos mal que había ido caminando, pues me quedaba cerca de casa!- pero, no por lo ingerido, sino por el encuentro con dos artistas a los que -a cada uno por su lado y en su personal estilo- nunca he dejado de admirar.
Debo confesar que, en aquel ameno encuentro, Haydée fue más bien parca, aunque solícita y afable. De sus ojos siempre se ha escapado apego hacia los míos.
Quizá respondiese esa mía impresión, en injusta comparación, ante la verborrea que se me desata, habitualmente, cuando estoy más emocionado, tímido, o nervioso.
¡Les hablé hasta por los codos!
Para colmo, cuando ya llevábamos un par de copas, apareció por la puerta Ernesto Blanco -el hermano menor y también formidable músico- sudado, con una guitarra, unos jeans ripiados… ¡y sin camisa!
Stop, in the name of love!
Ya, entonces, no pude prestar más atención, ni recuerdo nada más de aquel día.
La putería es la putería y sin putería no hay putería.
Sólo me acuerdo que quise salir, cuanto antes, de allí y darme una extensa y prolongada ducha fría.
Tampoco sabe Haydée Milanés que -por un tilín- estuvo a punto de formar parte de la banda sonora de mi filme CHAMACO.
Cuando estábamos editando la película, mi editor, en ese entonces, Adrián García -también fan acérrimo de la dulce cantante- me hizo escuchar su interpretación del tema TÚ Y YO, compuesto por Descemer Bueno.
Durante un mes, montamos toda una secuencia intermedia, en esa cruda pieza, en la que se escuchaba la canción.
Estuvo ahí, hasta la penúltima propuesta de corte.
Pero, decidimos, a última hora, eliminar todo rayo de esperanza, en una trama que sola se hundía en la más cruel angustia.
No quisimos irnos por las ramas, para encarar, directo, al punto.
Lo que no sabe Haydée Milanés es que, durante la producción de mi última película, filmada con el ICAIC, CONTIGO PAN Y CEBOLLA, pude cumplir el viejo anhelo de pedirle a Pablo, la canción para el final de la película.
Yo le propuse que nos regalara un tema familiar, quizás en las voces compartidas de la extraordinaria Yvette Cepeda, Leoni Torres -que además aparece, en un pequeño personaje, en el filme- y la propia Haydée.
Para que evocara, en canto, como a la encantadora familia que retrata la trama.
Pablo fue la mar de amable, cariñoso, atento y generoso -como pienso, siempre lo ha sido- en el breve encuentro que tuvimos, en la sede de su fundación.
Quedamos en contacto y un tiempo después…
Lamentablemente, me envió un hermosísimo mail, donde me expresaba el no sentirse bien, ni física, ni anímicamente, como para componer, pero que, me deseaba toda la suerte del mundo, cosa que sentí que ya tenía por el simple y sencillo acto suyo de responderme.
La canción la terminó componiendo, e interpretando magistralmente, Pedro Luis Ferrer, junto a su hija Lena.
¡Fue una dicha!
No sabe Haydée Milanés que no me perdí el lanzamiento de su excelente producción, dedicada a la música de Marta Valdés, en el Teatro Nacional de Cuba, en la sala grande, la Avellaneda.
Que la aplaudí a rabiar en cada una de sus atinadas, e inigualables, versiones tan entrañables.
Unos días antes de dejar Cuba, paré en un pequeño puesto de frutas, al que solía, a menudo, acudir.
Saliendo estaba, cuando me tropecé, cara a cara, con la mismísima Haydée Milanés.
No sabía qué hacer.
Eran días difíciles en los que, entre el miedo, el encarne, o la intolerancia, hacía que algunos se cuidaran, siquiera, de dirigirme la palabra.
Amigos de toda una vida, compañeros cotidianos de trabajo, actores que daban la existencia por trabajar conmigo, evitaron contacto y ni tan sólo llamaron a mi casa, para saber si estaba muerto, o vivo.
Era hasta lógico que me sintiera apestado, o en todo caso, relegado, excluido y a contracorriente con el flujo habitual que soporta el país.
Haydée, en cambio, me partió para arriba y me tendió un firmamento de sentidas preocupaciones, honda admiración -mutua- y plena confianza.
Haydée fue, en ese momento, como un manto, una colcha gorda tendida, ante el frío intenso del eterno calor social cubano.
Me ofreció esa vez, no sólo su voz, sino, también -como su padre en cada composición- su corazón, su voluntad, su solidaridad y su mano.
Ella no sabía de mi imperativa decisión de irme. Las autoridades del país me negaron la vida.
Seguro estoy de que, de habérselo dicho, hubiese intentado secuestrarme.
Hubiese y hubiera -que, “de ambas maneras, suele y puede decirse”, citando a un personaje de Lorca- urdido un plan amoroso con el que retenerme.
Yo me llevé, para lo que me quedé de vida -y sin que ella lo supiese- su magnanimidad extrema, adosada de genuina humanidad.
- Para lo que sea, Cremata, para lo que sea, puedes contar con mi amistad -me dijo visiblemente emocionada.
Y aquello se me sembró en el alma.
Por eso ahora, este par de regalos -que es triple, pues el disco es doble, más su bella publicación, en Facebook- casi me infartan de callada alegría e inspiración.
Porque lo que no sabe Haydée Milanés, además, es que con el dichoso presente, me creo un problemón.
Porque yo no tengo reproductor de CDs.
Porque la vida moderna anda tan moderna y tan rápida que, con Spotify, Youtube y otras chicas del montón, casi todo el mundo, escucha música, online.
Todo es virtual, digital y tal y más cual. La vida se nos hace vieja con mucha más velocidad.
Así que ha sido una odisea encontrar quién, sin costo alguno -en un país donde hasta el aire cuesta- y con cierta urgencia, me hiciera el favor de digitalizar los dos discos y devolvérmelos en una memoria, para poderlos escucharlo en mi laptop.
Entonces, decidí iniciar a volar por el número seis, el que da título al disco.
Porque es, además, una de las canciones que más me gustan de su autor.
¡Y me gustan todas!
Tampoco sabe Haydée Milanés que, durante los primeros años en los que estudié en la escuela internacional de cine, canté muchas de esas canciones.
Un amigo me acompañaba a la guitarra.
Y ese canturrear me agenció mi primera novia.
Que era hindú. *
* No entendía tanto, quizás, cada palabra, o la poesía, pero, se enganchó con la melodía que escapaba de mi boca.
Yo era -y soy- pura energía milanesa.
¡Ahora aún más crónico!
Gracias a Pablo.
Gracias a Haydée.
Vaya a ustedes, pues, toda mi devoción, predilección, embeleso y gratitud.
Por y para vivir.
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