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Yunier García Duarte no era un perseguido político.
“No te puedo mentir, mi hijo era muy reservado en sus cosas y yo no tenía conocimiento de que estuviera vinculado a ningún grupo que están acá contra el gobierno”, me dijo entre sollozos su madre Deysi Duarte telefónicamente desde La Habana. “Pero si lo deportan para acá ahí sí van a acabar con él”, me agrega y la voz se le entrecorta.
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Le pido que se calme, le recuerdo que su primera obligación es dar gracias o rezar si tiene fe en alguna divinidad, porque su hijo llegó vivo. Necesito que Deysi recobre la compostura: tiene una deficiencia coronaria muy seria que le llevará a un salón de operaciones muy pronto. Su corazón no estaba para emociones fuertes. Enfrentar que su hijo llegó a Estados Unidos en la bodega de un avión y está ahora detenido, contaría como la peor pesadilla de su cardiólogo.
Entender la motivación de Yunier me tomó una llamada de cinco minutos a Boyeros, donde vivía hasta este viernes junto a su madre, y otros cinco minutos de búsqueda en sus redes sociales.
El joven hoy procesado como polizón por las autoridades migratorias estadounidenses tiene públicos ahora mismo en su perfil de Facebook 35 intereses específicos, páginas donde ha dado Like alguna vez. De esas, 14 (las primeras que figuran como más interactivas para él) eran sobre búsqueda de parejas en distintas partes del mundo, cómo emigrar a Canadá, o contraer matrimonio en Europa.
Ni una sola referencia política de ninguna índole. Según su madre, llevaba apenas dos meses trabajando específicamente en la zona de equipajes de una terminal del aeropuerto “José Martí”, pero antes tuvo otras funciones en el departamento de combustible. “Se ganó el puesto, con mejor salario y con el reconocimiento de sus compañeros”, precisó Deisy.
Antes de colgar tuvo a bien preguntarme mi opinión –“es mi vida entera, mi niño, no sé qué hacer ahora mismo”-, qué pensaba yo sobre si lo dejarían quedarse en Estados Unidos o no.
Y ahí debí esquivar la realidad, fría y durísima como un témpano. Debí escapar del horrible escenario que se abría ante mí enarbolando una de esas respuestas-comodines que resuelven todo con un: “Hay que esperar”.
Y hay que esperar, sí, pero luego de conversar con dos de los abogados más acuciosos de Miami, dos de los que destinan un día sí y otro también a intentar ganarle permisos de estancia a los cubanos en este país, sea como sea, bajo parole o palabra o fianza o designio divino, sé que las probabilidades reales de Yunier son tan o más bajas que las del resto de los cubanos que desde 2017 arriban a estos suelos sin un “Pies secos, pies mojados” bajo la manga.
Primero, porque Yunier no es un perseguido político, y eso hay que admitirlo sin rodeos por más que desde este viernes su audacia le haya granjeado simpatías en una comunidad últimamente menos solidaria de lo que solía ser.
Quienes piden o exigen que Estados Unidos le conceda el asilo político debido a su valentía y a los riesgos que corrió Yunier para pisar el suelo de Miami, le hacen flaco favor a quienes sí recibieron las consecuencias de oponerse frontalmente a la dictadura cubana, y a pesar de ello se encuentran ahora mismo detenidos en una celda en Louisiana o Texas sin demasiadas pruebas fácticas para demostrar que sus vidas corrían peligro antes de salir y lo correrán si tienen que regresar.
Se llama asilo político. No asilo valeroso. La protección no se le concede a quien haya demostrado más arrojo en el método empleado para escapar, o más ingenio, o a quien haya aprovechado mejor su empleo para encontrar la hendija de huida.
El asilo político es una de las bondades que ofrece un país donde a nadie se le persigue por su afiliación política, o religiosa, o por su etnia, a personas de todo el mundo que corren por sus vidas y recalan en esta hermosa casa llamada América. Pero América pone sus reglas, porque es su casa. Y la primera es que le demuestres cómo corría peligro tu vida en el país de donde decidiste huir.
Me temo que un chico de 26 años, sin militancia disidente conocida, empleado del principal aeropuerto cubano, pueda ser convincente al respecto. Decir que será encarcelado si regresa es harina de otro costal. Porque será encarcelado o enfrentará consecuencias legales como mismo las enfrentaría un salvadoreño, congolés o jamaiquino que evadiera a las autoridades de su país embarcándose en la panza de un avión.
Será víctima del sistema judicial cubano como lo sería también quien robara pinturas de Bellas Artes y llegara a suelo estadounidense. De nada le serviría la certeza de que será encarcelado si lo devuelven a la Isla.
La práctica del polizón es un delito en todos los países civilizados desde inicios del siglo XX. La ley más antigua conocida al respecto es el Merchant Shipping Act británico, que desde 1894 ilegalizaba viajar a bordo de embarcaciones sin tener autorización previa. “Sin excepciones”, precisa el cuerpo de esta ley. En Estados Unidos los polizones vieron prohibida su llegada desde 1917. En Francia, en 1923.
Lo que hizo el joven cubano no es bien mirado por el mundo moderno, y solo si tiene a mano una justificación demoledora podrá ganarse las simpatías del juez de inmigración que examine su caso. Las simpatías de las redes sociales son, en estos temas, espejitos de colores.
Porque de antemano el caso de Yunier será utilizado, estoy seguro, como escarmiento estadounidense: concederle asilo sentaría un delicado precedente en tiempos en que sin embajada funcional, sin programas paroles activos, sin “Pies secos, pies mojados”, sin casi ninguno de los privilegios de antaño para cruzar el Estrecho de la Florida, los cubanos de la isla olfatean opciones en el horizonte en medio de la desesperación.
Por desgracia, su caso será usado también como escarmiento en Cuba. Es demasiado fácil justificar arbitrariedades, más limitaciones de derechos y libertades, cuando un ciudadano escapa ilegalmente y ni siquiera es bien recibido allí a donde arriba. El caso de Yunier y su posible mal desenlace frente al sistema migratorio estadounidense es carne de represión general en Cuba. Música para oídos del aparato.
Last but not least, no logro evitar el reflejo de frivolidad que me llega desde quienes esgrimen el peligro que enfrentó Yunier García Duarte como punta de lanza para pedir su perdón. Hay omisiones que ofenden a otros.
Yo pido su perdón como pediría el de casi cualquier persona decente y honrada que viviera un martirio de frustración en el país que le tocó para nacer y vivir. Yo pido su perdón porque entiendo lo que es tener 26 años y estar asfixiado de desesperanza, estar mordisqueado todo el tiempo por las ganas de conocer el mundo que nos negaron. Yunier tiene exactamente la misma edad con la que vine yo a bordo de un avión desde Cuba, aunque no como polizón.
Pero lo del peligro me lo callo, la hiperbolización de su sacrificio tiene que parar en honor a los miles de cubanos que hay ahora mismo en Reynosa, en Laredo, en Matamoros, en las selvas colombianas o panameñas, en los vertiginosos afluentes del Darién, atravesando territorios de maras sanguinarias, huyendo de policías podridos como los peores bandidos en Honduras o Guatemala. Hay que dejar de magnificar el peligro que corrió este muchacho por cincuenta minutos de vuelo cuando tantos otros se nos han muerto luego de meses perdidos a la deriva en el mar, o devorados por peces, o han sido secuestrados por los Zetas en México y no volvimos a saber de ellos ni para plantarles una tarja.
Yo celebro, ante todo, que el joven Yunier conserve el aliento ahora mismo. Que respire. La niña de dos años que dejó en Cuba lo necesita vivo aunque deba enfrentar prisión alguna vez. ¡Conozco demasiados hijos que darían cualquier cosa porque sus padres no hubieran desaparecido en el mar querido huir de nuestra Isla carcelaria!
Yunier no es un perseguido político, y eso no lo podemos ignorar ni lo debemos manipular.
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