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Llamado oficialmente Concurso de Composición e Interpretación Adolfo Guzmán, y recordado por muchísimos cubanos como una ocasión de lujo para la música cubana en la televisión, esta quince edición tiene como director a Manolito Ortega, responsable de anteriores éxitos como Bailando en Cuba y Sonando en Cuba.
Producido por la Televisión Cubana y la empresa RTV Comercial, el Guzmán de 2019 utiliza como escenario único el set del teatro Astral, donde ocurrían también Bailando en Cuba y Sonando en Cuba, y utiliza muy similares códigos de iluminación, colores y vestuario, aunque sí funcionó el leit motiv de las escaleras laterales y las teclas del piano, rescatados de la tradición visual del Guzmán.
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También se reitera la presentación de cada concursante, estilo La Voz, e intentan convertir en relatos conmovedores o sugestivos las experiencias personales, incluso íntimas, en torno a la participación de cada competidor. Tales cartas credenciales resultaron demasiado largas, con unas dramatizaciones completamente innecesarias, y así interrumpieron y diluyeron la competencia, que debiera ser el verdadero centro de la atención, o más bien, la búsqueda de tres o cuatro canciones que se queden en la memoria del público.
Tampoco ayudó mucho a fijar la atención del televidente, el hecho de que compositores e intérpretes fueran absolutamente desconocidos. Todo el mundo está a favor del descubrimiento incesante de nuevos talentos, pero esta sería tarea para otros espacios, porque el Guzmán, si bien dio a conocer, por ejemplo a Xiomara Laugart, se le recuerda como el concurso donde competían, en igualdad de condiciones, Beatriz Márquez, Silvio y Pablo, Omara Portuondo, y otros de los artistas más talentosos y populares de la Isla. Para buscar nuevos cantantes estaba Todo el mundo canta.
Aunque se confunda con la búsqueda de nuevos talentos y recurra a la visualidad y la estructura de La Voz (que lejos de mejorar o renovar el concurso lo enrarecen y desvirtúan), el Guzmán 2019 continúa fiel al empeño por reverenciar lo mejor de la canción cubana, como demostró desde el primer momento la interpretación de No puedo ser feliz, por Luna Manzanares, y el Momento Especial (antes se empleaba la palabra Gala) dedicada a las canciones de Juan Formell.
Respecto a Luna Manzanares, en su papel de conductora, habría que escribirle un mejor guión, que evite la cansona repetición de las mismas frases, y evite sobre todo, la pregunta infaltable luego de cada actuación: “¿cómo te sientes?” Ella tiene posibilidades para cumplir a cabalidad con la tarea, pero solo si la auxilian con textos menos encajonados, festinados y reiterativos.
Otros de los mejores momentos del programa tuvieron que ver con las evaluaciones del jurado y cuando se muestra un instante del montaje de la canción. Valen oro molido las opiniones, delicadas, constructivas y conocedoras, de Beatriz Márquez, Adalberto Álvarez, Israel Rojas, Edesio Alejandro y la musicóloga Yainela Pérez.
Sobre el segmento de los ensayos (un elemento también tomado de La Voz, pero convenientemente adaptado y aplatanado a este programa) los saberes de Carmen Rosa López y del arreglista correspondiente verifican en pantalla, por un instante, el milagro de entender cómo nace la versión escénica de una canción. Y eso es un tanto a favor del espacio.
Si bien Bailando en Cuba logró disipar los prejuicios de quienes añoraban un regreso de Para bailar, esta nueva versión del concurso Guzmán evidencia aciertos y desaciertos en el empeño por acercarlo a un concepto contemporáneo que deberá atemperarse a los requerimientos y tradiciones del público cubano. De todos modos, es importante reconocer que, hasta octubre, las noches de domingo se llenarán de nuevas y viejas canciones cubanas además del entretenimiento que el programa garantiza.
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