Hacen bien los soldados de la propaganda cubana en verter todo su ciberllanto por estos días en las redes sociales y en sus muchísimas páginas webs, cada vez que hablan de los incendios de la Amazonía. La Amazonía queda a 3 mil 761 kilómetros de La Habana. Ellos respetan la primera tradición revolucionaria: ser candil de la calle, y oscuridad de la casa. Incoherentes no se puede decir que son.
Pero respetan también una segunda tradición revolucionaria: vivir de los demás, no importa si antes han despilfarrado el bien propio. En este caso, cuidar el pulmón del planeta, la Amazonía, por más que los pulmones propios tengan todo el alquitrán, el arsénico y la desidia de que pueda una isla paradisíaca ser capaz.
Porque el Amazonas se nos quema y es una atrocidad, pero también lo es que nuestra islita caribeña sea, por ejemplo, la única nación de este planeta que permite y alienta la pesca de tortugas marinas en peligro de extinción. No me crean a mí. Yo, como León Felipe, no sé muchas cosas, es verdad, digo solo lo que he visto.
Y he visto cómo esa denuncia, formulada en 2008 por el hombre de ciencia y amor que es Ariel Ruiz Urquiola, sirvió para dos cosas. La primera: que Japón detuviera la importación de carey proveniente de Cuba, una industria multimillonaria y nauseabunda. La segunda: que el castrismo se la jurara al biólogo que se atrevió a exhibirlos en público como abusadores de especies protegidas.
A mí me basta con caminar las playas de Fort Lauderdale y ver los cuadriláteros de protección para los huevos de tortugas, fotografiados por bañistas y tratados con una devoción sobrecogedora, para entender la atrocidad comparativa.
Viñales, esa tierra angelical que nos fue legada a los cubanos casi sin merecerla, no sabe cuántos dólares deberá generar para que le inviertan la primera peseta. Pero inversión en protección. No en hoteles o nuevas rutas turísticas. De esas vamos sobrados.
Pero de jutías, esa especie endémica también en peligro de extinción, vamos menos sobrados. Y en ese mismo valle hay una infección de trampas caseras para atraparlas. Trampas dispuestas por vecinos o por turistas patiblancos a quienes se las venden incluso como tradición local: matar especies en peligro de desaparecer, una diversión de la Cuba castrista.
No digo yo si van a caer meteoritos rabiosos por ahí.
Mientras Cubadebate y Granma digital se rasgan las páginas evocando la explotación del caucho amazónico y enumerando especies verdes amenazadas por los incendios de estos días, la Swietenia mahagoní clasifica como especie en peligro global. Su nombre de camino es Caoba de las Antillas, Caoba de las Indias occidentales, o Caoba de Cuba. No sé si entiendes por dónde voy.
La madera noble de la caoba sirvió para que los tres grandes ebanistas de la carpintería británica tallaran sus legados: Thomas Chippendale, George Hepplewhite y Thomas Sheraton. Es una de las más valiosas del planeta. El árbol ha sido saqueado de muerte allí donde se le ha encontrado. No te olvides de que uno de sus nombres es Caoba de Cuba.
Pero sobre esto no hay tweets combativos.
La maquinaria oficialista cubana publica más fotos de la selva ardiente que la prensa carioca. El Cotorro llora más que Manaos. Y mientras los diligentes cuadros políticos redactan un tweet contra Jair Bolsonaro y derraman otra, ay, lágrima de SOS por el ambientalismo planetario, la máquina que los transporta pasa el puente del Almendares y ellos no miran abajo. Ni siquiera porque el aroma a putrefacción les golpea los hocicos.
Desde su llegada al poder hasta mediados de los ´90, el ecologista gobierno del Castro mayor no se dio por enterado de la tragedia del Almendares, un río que en el siglo XVII le sanó la gota al obispo Enrique Almendaris, según cuenta la leyenda, y que hoy enfermaría de gota a ese mismo obispo y a todo el clero católico mundial.
Mientras la misma prensa irresponsable y obediente se encarga de esparcir el rumor de que la contaminación del Almendares va de retirada, los cubanos no han dejado de mirar con dolor un río cuya cuenca es una de las diez mayores de toda la isla (Almendares-Vento) y que aun así simboliza toda la indolencia precastrista y postcastrista. Ese río con su deforestación y su gigantesca contaminación química y carga bacteriana, nos acusa a todos los cubanos, que nadie se olvide.
Hace muy poco el recordista mundial de apnea y pesca submarina Jorge Mario García me contaba en una entrevista el estado calamitoso de los mares cubanos, las barbaridades contra sus maravillas coralinas, la desprotección de cuanta especie marina existe alrededor de una isla donde, a pesar de todo eso junto, ni siquiera se encuentra el pescado en las mesas del país.
Por eso yo invito a la legión de guerreros de Twitter a destinar una lágrima de un ojo por la Amazonía, que bien lo vale, pero la lágrima del ojo restante que sea para el verde cubano, y el azul cubano, y las especies que hemos ido maltratando y olvidando en un silencio plomizo que se parece demasiado a la complicidad.
Cuando terminen de gritar consignas ideológicas contra la irresponsabilidad de Jair Bolsonaro -a quien ha puesto en su lugar la comunidad internacional y hasta las amenazas de Europa por el caso Amazonas- no vendría mal un tweet, aunque fuera solitario, a favor de una Ley de Protección Animal nos ponga a nivel de civilización. Que nos aleje de la barbarie.
Mientras Cuba patee a sus perros o cocine a sus gatos para aliviar los estómagos, mientras tenga a los caballos de Bayamo golpeados, azotados, sobreexplotados, marcados con hierro hirviendo, sufragando con sus almas y sus músculos la escasez de transporte propiciada por dirigentes ineptos y panfletarios, que ninguno de ellos venga a hablarme del tamarino león dorado o la anaconda verde o demás especies amazónicas.
No me jodan, que no tienen una gota de moral.
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