La reciente visita del laureado escritor Leonardo Padura Fuentes al ex presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva en la cárcel, ha desatado en algunos cubanos, incluidos escritores y periodistas, un nuevo episodio de la cultura del despedazamiento que el castrismo incrustó en el imaginario poético nacional.
Padura está en todo su derecho de visitar a Lula da Silva y, aunque a algunos le parezca un acto reprobable, ello no implica intentar desacreditarlo como escritor, imitando las peores conductas de la dictadura verde oliva que pretendió y pretende descalificar o ningunear a intelectuales de la talla de Gastón Baquero, Guillermo Cabrera Infante, Dulce María Loynaz, Lino Novás Calvo, Lydia Cabrera y Enrique Labrador Ruiz, y a figuras de la cultura cubana como Ernesto Lecuona, Bebo Valdés y Celia Cruz, entre otros muchos.
Paradójicamente, parte del exilio y de la oposición asume el canon castrista a la hora de enjuiciar a Padura y, más paradójico aún, repite el esquema de continuidad que durante años ha ignorado a creadores de la talla de José Soler Puig, Onelio Jorge Cardoso y Nicolás Guillén porque militaron políticamente en el castrismo.
No es el caso de Padura, quien siempre mantuvo un bajo perfil frente al monólogo totalitario, haciendo buen periodismo y aventurándose a la literatura con un libro sobre pelota, una de sus pasiones y aquella iniciática Fiebre de caballos, pero que nunca ha apoyado un fusilamiento ni una encarcelación, ni siquiera ha militado en la Juventud o el Partido Comunista, como sí lo fueron muchos de los que hoy se esfuerzan en denigrarlo desde el exilio.
Más allá de la circunstancia personal de cada intelectual, lo que preocupa en esta ràtzia de algunos CVPs del pensamiento cubano es la agudización de un esquema de unidad y lucha de contrarios que ha aniquilado a la nación cubana y que ha arrojado enorme oscuridad sobre la cultura cubana.
Salvo excepciones, los seres humanos, intelectuales incluidos, no consiguen mantener una coherencia lineal durante toda su vida; sobre todo, en coyunturas difíciles como ha sido el castrismo que rompió su luna de miel con la cultura en fecha tan precoz como 1961, cuando el comandante en jefe avisó que dentro todo, fuera nada y sanseacabó.
¿Qué Cintio Vitier es mejor poeta y ensayista el católico que se distancia de Lezama Lima por sus simpatías iniciales hacia el 26 de julio o el martiano que discrepa con Fidel Castro sobre la calidad como padre de José Martí?
¿Cuándo Gastón Baquero alcanza su plenitud poética, como paisano y amigo de Fulgencio Batista con el que consigue una subvención de 10 mil pesos de la época para el ballet de Alicia Alonso o el exiliado anticastrista en Madrid que pregona: la cultura es un lugar de encuentro?
¿Cuándo es mejor narrador Gabriel García Márquez cuando publica El coronel no tiene quien le escriba o cuando asiste callado a que su Otoño del patriarca no se publique en Cuba, donde manda su amigo Fidel?
Juzgar constantemente al otro carece de sentido, salvo en aquellos que sienten envidia por las merecidas glorias literarias de Leonardo Padura y que usan un gesto personal del escritor para arremeter contra él y su obra, reconocida por millones de lectores dentro y fuera de Cuba y –como si fuera poco– prefiguran un escenario futuro igual de totalitario en las letras cubanas.
En no pocos asoma también ese sentimiento tan humano que es la envidia, pero quizá deberían ensanchar su mirada, aprender a ser generosos y no contribuir al despedazamiento de los restos de la nación cubana. La vida es generosidad y la cultura debe sublimar esta cualidad y erigirse en escudo de la patria, en vez de una asamblea de comadres chismosas y dolidas porque alguien que no soy yo se alzó con un premio o vendió un cuadro a muy buen precio.
La aportación de Padura serán libros como El hombre que amaba a los perros o La novela de mi vida, que son creaciones nada afines al castrismo que nos tocó vivir. Sus errores o veleidades en el terreno de las decisiones políticas, e incluso sus silencios presuntamente culpables no pueden condenar a un escritor que también esta siendo silenciado o apartado de los medios oficiales cubanos por no ser un incondicional y un alabardero de la Mesa Redonda.
El dolor, la roña y la rabia son buenos ingredientes literarios, pero nunca elementos para reconstruir un país destrozado por botas que desprecian la cultura, salvo en su sentido utilitario de contribuir a la causa totalitaria.
La Cuba de pasado mañana exige libertad, prosperidad, justicia democrática y social y generosidad sin límites y ese consenso exigirá incluso aprender a perdonar a los que creemos en los antípodas. Un país no se reconstruye solo con personas bondadosas y brillantes como Leonardo Padura Fuentes, sino también con gente normal y hasta con los mediocres amargados que desperdician su vida amagando con una gran obra que nunca escribirán, mientras vigilan al prójimo.
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