Una institución científica canadiense sostiene que las afecciones cerebrales y auditivas sufridas por diplomáticos de Estados Unidos y Canadá en La Habana, obedecerían a los efectos secundarios de un potente plaguicida usado contra las plagas de mosquitos, transmisores de dengue, Zika y Chikungunya.
La Habana, que en otras circunstancias habría lanzado las campanas propagandísticas al vuelo, ha acogido la noticia con bajo perfil y excepto el entusiasmo pueril de una comentarista de Cubadebate, el gobierno cubano ha soslayado el tema, sabiendo que –en este caso- sería peor el remedio que la enfermedad.
Dando por bueno el hallazgo canadiense, Cuba reconocería –de facto- que su salud pública es más eslogan que realidad y tendría que admitir que emplea sustancias nocivas para la saludo humana en sus campañas epidemiológicas.
También resulta raro que los afectados por los síntomas neurotóxicos y su capacidad de audición sean diplomáticos de Washington y Otawa; mientras que vecinos extranjeros y cubanos de los enfermos, no hayan padecido la enfermedad, en una muestra de la admirable puntería de los cañones de humo contra el mosquito.
La Isla padece una situación epidemiológica complicada desde hace años, que en el caso de La Habana se hace más grave por su alta densidad de población; la saturación de pozos negros usados como sustitutos de los sistemas de alcantarillados en las barriadas más pobres, la no recogida diaria de basuras y la convivencia con micro vertederos barriales y esa gran fuente de contaminación que es el Vertedero de 100 (cercano a esa calle habanera) que contamina diariamente el aire con millones de micropartículas, producidas por la incineración, además de que carece de un laboratorio para el análisis de lixiviados.
Si a este desastre, se añade el uso de pesticidas con daños para la salud humana y que habrían afectado a diplomáticos extranjeros en suelo cubano; la investigación canadiense dejaría por el suelo las campañas cubanas de Medio Ambiente, que en la isla ni se cuida ni se respeta y solo sirve para politiquear y dar munición al gran ejército verde del mundo, que solo usa la ecología contra el capitalismo, con las claras excepciones de China e India, que han proclamado su necesidad de vivir su propio siglo XIX de industrialización y crecimiento.
Como La Habana tiene en Pekín y Nueva Delhi aliados multilaterales de gran peso, pues le resulta más cómodo atacar al mandatario brasileño por un incendio en el Amazonas que contar los desastres medioambientales indios y chinos.
Así que el estudio canadiense, aún cuando descarte los reconocidos ataques sónicos chinos reconocidos por Raúl Castro en una conversación privada con el entonces embajador norteamericano en La Habana; deja al gobierno cubano a la intemperie en temas tan sensibles como son la salud humana y el medio ambiente.
Que diplomáticos norteamericanos y canadienses enfermaron en Cuba no lo niega ningún estudio; si la discusión está en la causa de esos trastornos, hasta ahora las dos avanzadas por los involucrados son igual de negativas para La Habana, pues en cualquier caso han faltado a su obligación de garantizar la seguridad de representantes extranjeros.
Habrá que aguardar a siguientes estudios y sus consecuentes reacciones en las tres capitales; mientras, sigamos dudando entre el cuento del buen plaguicida y los ataques sónicos con ruido de grillos que –en ambos casos- comparten una pasión idéntica por las cabezas y oídos procedentes de Canadá y Estados Unidos. Debe ser que los cubanos ya están inmunizados contra casi todo, o no. Nunca se sabe.
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