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Una de las edificaciones icónicas de Cienfuegos es el Palacio de Valle. Quienes han nacido en la ciudad sureña saben que fue un regalo inspirado en el amor y en la actualidad, un símbolo del romance en esta tierra.
La Quinta Morisca fue un regalo de bodas
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Así se le conoció a esta construcción doméstica a finales del siglo XIX. El proyecto fue realizado por el arquitecto cienfueguero Pablo Donato Carbonell y ejecutado por el ingeniero civil italiano Alfredo Colli Fachinotti.
Este edificio refleja el poderío de la burguesía cienfueguera del siglo XIX y principios del XX. Tuvo dos momentos constructivos. El primero de ellos fue entre 1893 y 1895 y corrió a cargo del acaudalado catalán Celestino Cazes Carbonell.
Pero posteriormente pasó a manos de Don Alejandro Suero Balbín quien la adquirió como regalo de bodas para su hija Amparo y su esposo Acisclo del Valle Blanco.
Acisclo era un acaudalado emigrante asturiano y en 1913 se propuso convertir su hogar en el Taj Majal cubano. Pero no le gustaba solo el estilo morisco, así que pidió a los arquitectos unos pequeños detalles extras.
Arquitectura ecléctica
El edificio empezó a ganar altura y belleza. Rompía con el canon del neoclasicismo que imperaba en la ciudad porque fusionaba elementos de distintos estilos arquitectónicos.
Las paredes fueron decoradas con estucos y finísimas pinturas; el suelo, con una colorida colección de mosaicos; los ventanales, con vitrales multicolores y las columnas de fino mármol se erguían frías hasta los elevados techos.
Una escalera de caracol hecha de hierro conduce hasta la terraza mirador, donde la familia podía disfrutar las más hermosas puestas de sol, en las tranquilas aguas de la Bahía de Cienfuegos.
Un palacio familiar convertido en restaurante
Recuerdo mi primera visita al palacio que para ese entonces ya era un restaurante con empleados muy afables. Se convirtió en el lugar elegido por todas las adolescentes para inmortalizar sus 15 años.
La segunda vez fui a una degustación de un evento culinario. Conocí las cocinas, entrevisté a un chef y en el bar del sótano, sentada junto al jurado del evento, pude probar unos memorables camarones crujientes rebozados con coco.
La tercera vez fui con mi grupo de clase y mi profesora de Historia del Arte. Un tour inolvidable que mezclaba leyendas, arquitectura y hasta un toque de pasión universitaria.
En todas esas visitas recuerdo que si bello es el palacio por dentro, igual de hermoso es disfrutar desde sus estancias del paisaje natural en que está ubicado.
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