De Alicia Alonso tengo poco que decir, porque la verdad es que nunca tuve la posibilidad de verle bailar.
Para mí era solo el mito lejano que siempre te cuentan, el de la mujer que impulsó el ballet clásico a otro nivel dentro de la isla, y que construyó su propia escuela y modo de bailar.
De Alicia Alonso crecí escuchando que se impuso a sus limitaciones físicas y que construyó su propio destino, aunque en ocasiones haya tenido que sacrificar el de otros por el camino, según afirman algunos.
De ella siempre supe que ayudó a los gays de su compañía cuando las UMAP, pero que también fue de las primeras que apoyó la creación de los CDR. Es decir que protegía a unos pero denunciaba a otros.
No puedo valorar su técnica danzaria porque no soy especialista y nunca la vi actuar en vivo, pero lo poco que llegó a mí me permite saber que logró alcanzar la fama de la mejor manera: con esfuerzo.
Sin embargo la Prima Ballerina Assoluta, quizás con ese sinsentido que tiene el aferrarse a lo terrenal, conservó su título hasta el momento en que la muerte le puso un alto a su paso por este mundo.
Tanteó el poder, jugó con él, le reía las gracias a los que oprimían, usó sus influencias para convertir el ballet cubano en un rostro cultural ante el mundo, que sirvió a su vez para desviar la atención de otros asuntos que han tenido lugar en el interior de la isla desde hace muchísimos años.
Alicia me recuerda a Alfredo Guevara, otra de esas figuras ¿sagradas? que pudo hacer más, pero que solo jugaba con la cadena y no con el mono.
Alicia, hoy fallecida, será recordada de mil maneras. Para muchos como la maestra, para otros como la tirana, para casi todos, la mejor bailarina del ballet clásico que ha tenido Cuba.
Por su valor artístico la admiro, pero por sus posicionamientos políticos y su juego a defender lo indefendible, a ser cómplice de las injusticias que se cometían en su país, a vivir en una burbuja y llevarse con ella solo a quienes le seguían los pasos, la critico.
Alicia será a partir de ahora un mito que ocupará en la Historia el lugar que se merece. Saldrán a la luz verdades y secretos, que algunos intentarán sepultar por el temor a que se destruya la magia que crece a su alrededor.
Que nada impida verle al sol sus manchas, que ni la misma luz que desprende sea el motivo para olvidarnos que ella, con todo, también deberá cargar con una parte de la culpa que tiene a mi isla sometida, empobrecida, ahogada en su propia agonía.
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