Desde inicios de este mes y hasta el día 28 -concidiendo con la efeméride de esa misteriosa desaparición de Camilo Cienfuegos a bordo de una avioneta- los cubanos han recibido la orden de firmar mamotretos simbólicos exigiendo la liberación del expresidente Luiz Inácio Lula da Silva.
Lula, por cuyos ideales no siento simpatía alguna, fue hallado culpable en un juicio por corrupción que me inspira menos simpatías incluso que su izquierdismo populista. Las cosas como son. Al margen de todo, la ley funciona así, de esa preocupante manera, en el país que él mismo presidió dos mandatos enteros, sin alterar ni tocar ese apartado judicial.
Pero los cubanos, en tiempos coyunturales, en esta época de regreso al apagón, la cola infinita y el pescado de libra a precio de oro, no tienen mejor cosa que hacer con sus firmas y sus reclamos de justicia que llenar libros y más libros en los centros de trabajos y las escuelas, y mandarlos a Brasil a través del Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos (ICAP), ese divertido adefesio de influencia propagandística.
Parece un mal chiste, pero no lo es: las firmas que no ha recogido ninguna circunscripción, ningún comité de base, ninguna escuelita primaria o Casa de Cultura provincial, para exigir liberación, o respuesta, o solidaridad internacional con los dos médicos secuestrados desde mediados de abril pasado, le son destinadas a un expresidente brasilero a quien los cubanos ni fu ni fa.
Yo no pido ya que los cubanos donen sus firmas para negar a tiempo una Constitución vil y carroñera que nos ha avergonzado a todos un poco más desde el 24 de febrero. No pido, Dios me salve, que recojan firmas para liberar a sus propios presos políticos, a sus maltratados, defenestrados, abusados, que se pudren en mazmorras de todo el país por delitos tan terribles como pensar y hablar con honestidad, desde el corazón.
Pero ignorar ya lo que sigue pasando con dos médicos ¡que ni siquiera “desertaron” de sus misiones!, dos profesionales que curaban enfermos en las regiones africanas a cambio de sueldos amputados por el gobierno cubano, y que están en las garras de un grupo terrorista islámico desde hace casi siete meses, es de esas cosas que nos reducen como pueblo. Nos disminuyen. Es imposible hablar de honor o de amor en estos tiempos de cólera.
Porque el cirujano Landy Rodríguez y el especialista en medicina general Assel Herrera Correa no han dejado de estar secuestrados por Al-Shabaab, solo porque el gobierno cubano, y el gobierno keniano, y el pueblo cubano entero con todas sus instituciones, se hayan olvidado de ellos.
Netflix recién ha estrenado una serie documental de ocho episodios (“Captive”) donde cuenta las historias de secuestros en Yemen, Irak, Brasil, y principalmente a manos de grupos fundamentalistas como el que tiene en sus garras a Landy y Assel desde el 12 de abril de este año. Es horroroso. Quienes destinan sus firmas estúpidas para liberar a un expresidente brasileño a quien le sobran las voces influyentes para interceder por él, deberían ver “Captive”. Las secuelas de vivir el secuestro del terrorismo no desaparecen jamás.
La única pregunta que cabe aquí es: ¿si esos dos médicos estuvieran en una prisión estadounidense, detenidos por algún delito contra la Seguridad Nacional americana, existiría el mismo silencio humillante de las autoridades cubanas?
La pregunta da risa, la respuesta da náuseas.
Porque todos sabemos que no. Todos estamos convencidos de que el circo propagandístico que habría montado la maquinaria cubana, con apoyo de sus compinches cuatreros venezolanos y bolivianos, habría sido de venas cortadas y lágrima incontinente.
Si Landy y Assel hubieran sido procesados y encarcelados por las leyes americanas, o las leyes del mismo Brasil de Jair Bolsonaro, digamos, habría pancartas de ellos en cada esquina de cada barrio provincial, junto al logo mamarracho de los CDR y la gigantografía de Fidel.
Pero estos médicos han tenido la mala pata de ser secuestrados por una facción surgida de las entrañas de Al-Qaeda, más enemigos de Estados Unidos que todo el Comité Central cubano. Por más que Mariela Castro lo intentara, no hay manera de sacar tajada política de la desgracia de estos doctores.
Por eso Landy y Assel envejecen años cada día que pasan presos en Somalia. Nada menos que Somalia: un estado fallido donde se vive de la rapiña, el secuestro y la piratería en pleno signo XXI.
Para tener la solidaridad de un pueblo enérgico y viril que llora según se mande, hay que elegir bien por quién se deja uno secuestrar. O se corre el riesgo de que casi siete meses después de vivir cada día un infierno de miedo, torturas e incertidumbre, las firmas de tu pueblo no pidan liberarte a ti.
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