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Si no acarreara consecuencias dramáticas, el espectáculo de Cuba reformándose, un día aprobando nuevas medidas y al siguiente implementando nuevas prohibiciones, sería algo divertidísimo de ver. Como para emitirlo en tiempo real y disfrutarlo uno en casa, con un vinito y unos fiambres festivos. Entretenido es, no lo vamos a negar.
Hace unos pocos días el presidente que menos preside en este planeta asomó la canosa melena a explicarnos que nos faltaba un barco, y que por eso tendríamos un período coyuntural. Pidió paciencia, tesón, compromiso y, como no podía ser de otro modo, ahorro. Propuso echar mano de la tracción animal y los bueyes de toda Cuba se sintieron una rodilla crujir.
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A las dos horas terminó el tinglado, el choteo de presidente y ministros de plastilina se levantó y Cuba dio la bienvenida a otro de esos períodos que son muy especiales: se sabe cuándo comienzan, pero nunca cuando acaban. Es como un toque de queda que siempre se inaugura pero nunca conoce final formal. Un invento muy peculiar.
Luego, hace una semana, supimos que el dólar volvía a la economía de barrio nacional. Una comparsa de dólar con euro y libra esterlina y la madre de los tomates, donde, eso sí, no había sitio para el CUC. Pobre convertible, lo han convertido en una momia de colores. Cada día vale menos.
Y si a alguien le quedaban dudas de eso, la nueva resolución anunciada hoy por la Aduana General de la República de Cuba (república, dicen ellos, ¡cuánta creatividad!) prohíbe la importación al país precisamente de esa moneda que nos impusieron a golpe de dictadura y decreto cuando volvieron a hacer del dólar una especie de apestado, allá por el 2006. Entrará en vigor el venidero 16 de noviembre de 2019.
Entiéndeme, querido lector: es ilegal que lleves veinte CUC a partir de ahora en el bolsillo cuando viajes a Cuba. Incluso es ilegal llevar monedas de CUC, aunque sea con carácter de colección numismática, así que ya puedes ir sacando de la cartera esa monedita simbólica con la que creías atraer la buena suerte.
Que es para cuidarse del terrorismo y las armas de destrucción masiva, dicen. Termina el vaso de agua, o el trago de cerveza, no sea que le escupas la cara a alguien del ataque de risa. Cito, implementan todo esto “Con el objetivo de prevenir y evitar el uso del Sistema Bancario y Financiero para actividades ilícitas, incluidas el lavado de activos y el financiamiento al terrorismo y a la proliferación de armas de destrucción masiva".
Si el compañero que redactó esta fundamentación teórica no se agencia el próximo Premio Aquelarre, será una injusticia digna de denuncia internacional.
Juegan con el dolor, con las ansias, con los nervios. Llevan en sus cabezas la liviandad de quien no padece las consecuencias del experimento.
Durante sus célebres conferencias en la Argentina post-peronismo, el economista y padre del pensamiento liberal Ludwig von Mises apuntaba que siempre que intentes presentarle un proyecto a un mandamás cuyo bienestar o prosperidad no dependen en lo absoluto de ese intento creativo, estás condenado a fracasar. Por contraposición, siempre que alguien desde el poder intente jugar a los experimentos para alargar el disfrute de esos beneficios que siempre trae consigo el poder ilimitado e incuestionado, ese experimento pasará cualquier filtro y será implementado. ¿Qué pueden ellos perder?
Por eso un día nos prohíben el dólar y nos mandan a las mazmorras por diez años si nos encuentran uno de esos en el bolsillo, y poco después lo despenalizan y solo quienes lo tengan en el bolsillo podrán acceder a ciertas mieles del privilegio: un champú, un paquete de salchichas, un par de medias.
Y por eso luego nos sacan de circulación otra vez ese mismo dólar y nos imponen una moneda salvadora que, oh misterioso logro socialista, vale incluso más que el dólar al que le muerde la oreja con un sucio gravamen.
Todo, para años después regresarnos el dólar a ciertas tiendas especiales, tan especiales como aquel período que nadie sabe cuándo o cómo terminó, y volvernos allí, en esos mismos puestecitos recién inventados, al CUC un proscrito más. Un apestado. Fuera de aquí.
Los cubanos que ahorraron o invirtieron o planificaron un tímido proyecto de negocios para el futuro mediato, y lo hicieron con ese papel de colores pasteles que mandó en la isla hasta hace muy poco, están asistiendo al desmontaje de un experimento para dar paso a otro, donde a nadie importan las pérdidas o el descalabro completo del ciudadano común. Lo que importa es la subsistencia del poder.
Los burócratas cubanos nos explicaron en la Mesa Redonda de la semana pasada, allí donde Randy Alonso estrenó un muelle recién cambiado en su cuello homenaje al cachumbambé, que estas 77 tiendas para dólares y otras monedas fuertes pretendían ser competitivas, no prohibitivas. Y nacen prohibiendo que los cubanos importen pesos convertibles al país, para obligarlos a llevar en los bolsillos dólares otra vez.
El mismo dólar una vez prohibido, luego permitido, luego invalidado, y ahora vuelto a circular otra vez mientras dejan el peso convertible en un rincón, convertido en una arcaica momia de colores. Dime si no es para reírse o llorar.
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