Una de las grandes sprinters del atletismo cubano, la santiaguera Miguelina Cobián, falleció en la madrugada de este domingo tras una penosa enfermedad.
Una de mis entrevistadas favoritas, la Gacela Oriental, siempre me dispensaba esa sonrisa pícara al decirme: “¿Tú no te cansas de lo mismo Julita?, con tantas estrellas que existen y tú no me dejas en paz”. Y ahí soltaba esa risa franca, de oreja a oreja.
La vi por última vez en la Gala anual del campo y pista cubano del pasado año, rodeada del afecto y amor de todas las generaciones de atletas que conocen sus proezas.
En ese momento volví a entrevistarla en medio de la risa de los que la rodeaban, pues ella hacía gestos como para que me quitaran el bolígrafo y la libreta de notas.
“¿Y eso que no estás con tu camarógrafo?”, me preguntó y le expliqué que hacía cuatro años me había jubilado.
Ella tan hábil de mente como siempre ripostó: “¡Ah sí! Ya me han contado de tus entrevistas para CiberCuba. Tú sabes que yo no soy de esta época cibernética, así que no las he leído pero siempre hay alguien que cuenta, ¿no?”
Hoy recuerdo aquella tarde linda, soleada y lluviosa a la vez, y por supuesto, recuerdo su rostro, ya demasiado delgado, moreno y siempre resplandeciente, de esta leyenda del campo y pista universal.
Miguelina, nacida el 19 de diciembre de 1941 en Santiago de Cuba, se crió en El Socorro, pueblito ubicado entre Songo y la Maya, y como ella misma aseguraba, “pasé mi infancia encaramada encima de la mata de mango que había en el patio de la casa, cargando cubos de agua, cogiendo gallinas cada vez que mi mamá quería hacer un caldo, agarrando terneras: ¡tremendo y precoz entrenamiento! ¿no?”
Sin embargo a la Cobián nunca le gustó practicar deportes, hasta que en 1960, con 19 años, entró a la Escuela de Artes y Oficios, donde el profesor Pepe del Cabo la puso a correr.
Comenzó así su paso como velocista por la Escuela de Artes y Oficios en los interescuelas con el Instituto, la Normal y la Escuela de Economía, centros estudiantiles de nivel medio superior que existían en aquellos tiempos, hasta que en 1962, los campeones olímpicos checos Emil y Dana Zátopek, la encontraron en la búsqueda de talentos que realizaron por toda la Isla.
Así las cosas, la humilde santiaguera viajaba a La Habana, e instalada ya en una habitación del hotel Habana Libre, se convertía en parte de la familia del olímpico matrimonio junto a otros muchachos a los que le veían perspectivas en el deporte rey.
Ella solía decirme: “Yo, una guajirita del medio del monte…¡ en pleno Vedado!. Compartí con ellos toda su estancia en Cuba y aprendí muchísimo. No olvido los entrenamientos en la pista de Ciudad Deportiva”.
Esta preparación junto a Emil y Dana le abrió las puertas a la estelaridad: a partir de 1962 y en un ascenso vertiginoso, la Cobián se ubicó en la cima de la velocidad femenina en Centroamérica, el Caribe e Iberoamérica, llegando a estar entre las 20 mejores sprinters del mundo en esos inicios de la década del 60.
Miguelina Cobián debuta internacionalmente en los Juegos Centroamericanos y del Caribe de Kingston 1962, donde se impone en el hectómetro y gana plata en el relevo corto. (12 segundos en el hectómetro y 47, 3 en la estafeta, para los que gustan de las estadísticas).
Un año después, en los Panamericanos de Sao Paulo, Brasil, se agencia 3 medallas de plata en 100, 200 y 4 x 100, reservando para los Olímpicos de Tokío 64 su primera gran hazaña: quinta mujer más veloz del planeta, primera atleta cubana en acceder en una final olímpica con crono de 11 segundos 72 centésimas.
Miguelina Cobián no le restaba importancia a ninguna de sus conquistas, pero para ella un significado muy especial tenía su participación en los Centrocaribes de San Juan, Puerto Rico, 1966.
Rememoro sus palabras en uno de nuestros habituales coloquios: “Ay, niña, no me recuerdes aquello. ¡Tú has visto las imágenes! Mira, cuando yo hablo de San Juan, sí saboreo mi oro en los 100 (11 segundos 7 décimas) y las platas en 200 y el relevo (24.8 y 46.5), pero lo que me viene a la mente son los tiburones que merodeaban al barco Cerro Pelado. Jajaja. ¿Pa qué?
“Tú sabes que había que saltar de la barandilla del buque a una lanchita que te llevaba al muelle, y aunque los varones te ayudaban, el salto lo tenías que hacer sola, y tú mirabas para ese mar y veías a aquellos bichos; ¡por Dios y la Virgen!. Me instaban a que me tirara, pero yo me agarraba de aquella cosa y no me lanzaba hasta que… ¡lo hice!
“Y no te cuento los estragos que reportó el barco, con vómitos, mareos. Pero bueno, lo hicimos y competimos. Fue una hazaña, y de veras que guardo en mi corazón el haber podido correr allí y ganar mis medallas".
Aún le faltarían tres grandes competencias a la cubana. En 1967 alcanzó una medalla de cada color en los Panamericanos de Winnipeg, Canadá: plata en los 100 con 11,6; bronce en los 200, 23,8; y oro en el 4x100, 44,6.
Y en 1968, México fue sede de los Juegos Olímpicos. Allí Miguelina y sus 3 compañeras tocaron el cielo al ubicarse segundas en el podio del relevo corto, sólo superadas por las estelares corredoras estadounidenses.
Cuando Miguelina hablaba de aquel día, su moreno rostro parecía soñar y su voz se tornaba melodiosa, amena.
“Sí, era una bellísima y soleada tarde, aquel estadio Azteca estaba colmado de personas, y todos nos apoyaban a nosotras. Arrancaba Marlene Elejalde, seguía Fulgencia Romay; la tercera posta era Violeta Quesada, quien me entregó en quinto lugar, y como siempre, cerraba yo.
“¿Te puedes imaginar la euforia que nos embargaba, a nosotras, a los muchachos, que también ganaron la plata en el 4x100, a nuestros entrenadores? Era el pago a nuestros esfuerzos, los entrenamientos diarios, los topes internos, las horas dedicadas por completo al atletismo. Si te digo que prioricé esto antes de tener mis hijos, créemelo, y cuando me vine a dar cuenta ya estaba vieja para tenerlos".
Concluiría a los 29 años la carrera deportiva de esta gran mujer al ganar 100, 200 y el relevo en los Centroamericanos y del Caribe de 1970 ya que con posterioridad las lesiones le impedirían proseguir en las pistas.
Después, la Cobián, licenciada en Deportes, trabajó en varios centros estudiantiles y por su buen desempeño fue seleccionada en 1991 para cumplir una misión deportiva en México, donde permaneció hasta el 95. Al regresar se jubiló, aunque nunca se desligó de su amado atletismo.
Ese mismo atletismo que hoy está de luto por su partida física; esos mismos muchachos que hoy siguen su legado aunque haya que lamentar la ausencia de corredores de velocidad, algo que la Gacela oriental añoraba ver y no pudo.
“Es una asignatura NO pendiente sino suspensa. En los juveniles aparecen algunos, pero cuando viene la hora buena, se esfuman. Entrenadores capaces hay, no sé qué sucede. Nosotros somos caribeños igual que los jamaicanos, trinitarios. No sé por qué no surgen los Figuerola, Silvio, Miguelina"- Palabras muy serias y juiciosas que me dijo la última vez que coincidimos.
Miguelina Cobián fue exaltada al Hall de la Fama de la Confederación Centroamericana y del Caribe de Atletismo en 2005 y fue seleccionada en varias ocasiones entre los 10 mejores atletas de Latinoamérica y Cuba.
Descanse en paz la Gacela Oriental.
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