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Cuba celebra este 3 de diciembre el Día del Médico, una tradición en tributo al insigne Carlos J. Finlay, que tendrá un sabor agriculce, porque el regreso forzado de muchos especialistas desde Bolivia, Ecuador y Brasil abre la esperanza de que mejore la atención a la población, golpeada por el dengue, el Zika, y brotes de cólera.
Carlos J. Finlay -nacido en la ciudad de Puerto Príncipe, hoy Camagüey, en 1833- es una figura cumbre en la medicina cubana y latinoamericana por sus aportes en las esferas de la microbiología y la epidemiología, que han preservado incontables vidas y le valieron siete nominaciones al premio Nobel en Fisiología y Medicina.
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Los recientes acontecimientos sociopolíticos en varios países latinoamericanos han desembocado en la cancelación de los programas de colaboración sanitaria con el gobierno de Cuba. Por esa razón, Brasil, Ecuador y Bolivia determinaron el repentino regreso a la isla de miles de profesionales que prestaban sus servicios especializados en aquellas latitudes.
Médicos cubanos que participaron en esos programas y decidieron no regresar a Cuba han ofrecido sus testimonios sobre las condiciones laborales a las que estaban sometidos, mediante un contrato que eran obligados a firmar por el gobierno de la isla antes de viajar, y que establecía que el monto del salario cobrado por el Ministerio de Salud Pública a esos países por cada médico, se repartiría según la fórmula del 80%-20%: un 20% para el galeno y el resto para el gobierno cubano.
Semejante labor reportaba al régimen cubano cuantiosos ingresos, que ya comienza a echar de menos. Para articular y poner en marcha tan ambicioso proyecto, fue inevitable sustraer valiosos recursos humanos a las instituciones, hospitales y policlínicos a lo largo y ancho de la isla, donde atendían a la población cubana. Esto trajo como consecuencia el debilitamiento y la paulatina depauperación del sistema nacional de salud, toda vez que el personal desplazado fue sustituido por graduados de mucha menor experiencia e incluso, en no pocos lugares, por estudiantes de los cursos superiores de las facultades de Medicina, no graduados aun y en pleno proceso de aprendizaje.
A esa realidad habría que sumar el desabastecimiento crónico de medicamentos en la red de farmacias y en los hospitales, sin olvidar la incidencia de epidemias tropicales transmitidas por la picadura del mosquito Aedes Aegypti, como el dengue y el zika, además de brotes de cólera, reportados en viajeros provenientes de Port-au-Prince, Haití, que el Ministerio de Salud Pública disfraza, para no crear alarmas, con el término EDA -Enfermedad Diarreica Aguda-.
Según un informe de este año del Observatorio Cubano de Derechos Humanos sobre el Estado de los Derechos Sociales, el 8,1% de la población cubana no dispone de agua potable, lo que complica más aún el delicado panorama epidemiológico del país, pese a los intentos de las autoridades y de la prensa oficial de ocultar y suavizar los datos.
Recientemente, un invitado a la Mesa Redonda no pudo comparecer en el programa dedicado a los 40 años del Centro de Investigaciones de la Economía Mundial (CIEM) por estar enfermo de dengue, según explicó la moderadora.
Si se aplica la lógica -en una nación donde no siempre sucede-, el precipitado regreso del personal debería redundar en su reincorporación a las instalaciones de las que partieron, con el consecuente fortalecimiento de los servicios sanitarios y la calidad de la atención primaria y por especialidades para millones de ciudadanos en la isla.
De ser así, los cubanos tendremos este diciembre más razones para honrar la memoria del doctor Finlay, un verdadero consagrado al bien de sus semejantes, y eminente médico latinoamericano.
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