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El primer año de Claudita fue, como se dice, en cuna de oro. Llegaron paquetes de ropa y zapatos de varios países. Amigos y familiares de los padres y abuelos quisieron apoyar a la feliz pareja con hermosos regalos.
Pasaron los dos primeros años y los regalos comenzaron a mermar. Si al principio los salarios de los padres, y hasta de los abuelos, se concentraban en pañales desechables y comida, la realidad empezaba a tornarse gris con pespuntes negro.
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“Hasta ese entonces no sabía lo duro que podía ser vestir y calzar un niño en Cuba, entre que no hay, o es caro, o lo que hay no es lo idóneo, las opciones se convierten en un embudo que va estrechando su cuello cada vez más”, asegura Sara Inés, la madre de Claudita.
Entonces comprar ropa y zapatos a un niño pequeño en Cuba trastoca la cabeza de un padre, tal y como lo haría una enfermedad psiquiátrica a una persona sana. La diferencia está en que uno está completamente cuerdo, aunque la realidad, tan ilógica y disociadora, nos haga dudar de estar en el mundo de los equilibrados.
Malabarismo entre precio y calidad
Con suerte, cada seis meses Laura se levanta un día en la mañana con la tarea de cumplir un difícil ritual: encontrarle unos zapatos a Sergio, su pequeño niño de siete años, en una urbe donde las opciones estatales parecen jugar a las escondidas.
“¿Tú sabes lo que es calzar un niño de siete años, en la edad justa en que se trepan en cualquier cosa, rebotan, corren y se arrastran siempre sin cuidar nada? Por eso te digo que con suerte cada seis meses le cambio los zapatos, pero muchas veces tengo que hacerlo mucho antes”, asegura.
Inicia entonces el difícil ejercicio de sopesar precios, oportunidades, tamaños…, de valorar colores que más churre aguanten, que tengan la suela que no resbale, si están cosidos mejor, de juzgar marcas…
Ella entra y sale de todas las tiendas, como hormiga loca, desesperada, pues el tic tac corre en su contra. Saca la plantilla del pie de su hijo dibujada en una hoja. Cargar con su pequeño entorpece la tarea pues la búsqueda puede llevarle un día entero.
“Llegas ahora mismo a El Trianón, por ejemplo, que es una tienda exclusiva para la venta de productos infantiles, y te topas con que hay un solo par de zapato para niños y la dependienta, muy amable, te dice que hace un año no entra calzado infantil. Además no hay casi ninguna talla de ese mismo modelo”, comenta.
Justo al lado hay un gran estante, lleno de productos: mochilas, calzado para adulto, chancletas, tacones, cuñas… pero nada infantil, en una tienda para niños.
“Y ese panorama se repite en otras tiendas como la Reina, que es la mayoría de calzado, pero no hay nada para niños ahora mismo. Y el problema está en que un niño deja la escuela usando un número y cuando pasa el verano, en septiembre, ya tiene otro tamaño el pie. Eso te hace valorar seriamente lo que estás dispuesta a pagar por un par de zapatos nuevos”, asegura Laura.
“Donde primero busco es en las tiendas de zapatos más baratos, y casi nunca encuentro uno que me acomode pues cuando no es la calidad es que no hay el número, o simplemente no hay, entonces termino en la de zapatos caros, de marca, donde hay buenos tenis, pero a precios que asustan, y pagar 30 CUC por un par nuevo cuando se le va a quedar en pocos meses es un verdadero crimen. Pero te repito ahora mismo casi no hay calzado infantil en Santiago de Cuba, ni en las tiendas Caracol”, añade.
“No me gusta ponerle precio al amor que siento por mi hijo, pero al final, si logras encontrar un par de zapatos se trata siempre de comprar lo bueno, de marca, y hacerme el «haraquiri», o comprar unos baratos y rezar a los dioses del panteón yoruba para que no se le desarmen en una semana. Y es para pensar, a veces voy un día a una tienda, incluso de marca, regreso muchos meses después y está el mismo zapato. Regreso al año siguiente y aún está ahí. Son cosas que te hacen pensar. En la tienda El Trianón, por ejemplo, lleva un año esos zapatos azules si me dejo llevar por lo que dice la dependienta”, sentencia.
Tiendas estatales vs mercado informal
Las madres de Sergio y Claudita ya están acostumbradas a la difícil tarea de comprarle zapatos a sus hijos, navegar sin mucha esperanza entre las tiendas estatales, aunque ya en los últimos años han optado por la variante del sector privado.
“Mi hijo aún no está en la edad de presumir lo último, lo de marca, cosas que a los jóvenes siempre les ha interesado. Por eso mucho de los zapatos que usa se los compro entre los artesanos y mulas que viajan", diceLaura.
"Antes, cuando Sergio era pequeñito y a penas caminaba, pasaba más trabajo pues no había en las tiendas estatales el calzado idóneo para esa edad, que tiene que ser suave, acolchonado, y cuando empiezan a caminar, que tenga la suela de un material que evite resbalar, resolvía con lo que la gente vendía en la calle. Y también te digo, un calzado infantil cuesta perfectamente casi 200 pesos, lo mismo que uno de adulto, se invierte igual pero te dura hasta que le crezca el pie”, agrega.
Similar situación pasa Sara Inés con Claudia, con la diferencia de que su pequeña aún está en edad de asistir al círculo y considera que requiere un calzado específico: “nos exigen que use tenis cuando tiene educación física, y ahora mismo en las tiendas que he visitado no hay para el tamaño de su pie".
"Cuando no recibe esa materia nos gusta mandarla con los llamados «sapitos» y otro calzado que ayude a no tener los pies húmedos pues aún se hace pipi encima a veces. Pero los «sapitos» no los hay, ni ningún otro calzado sintético tipo sandalitas que no se queden mojados, ¿y entonces? Morir con mulas y privados pues las tiendas estatales no satisfacen las necesidades de un cliente especial: los niños pequeños”.
Las mulas lo saben… y aprovechan la tajada que deja el sector estatal. El calzado infantil pesa poco y se puede vender bien caro.
“Diez, 15, 20 CUC, los precios de un zapato infantil entre las mulas pueden variar. Si el niño tiene un pie, por ejemplo, que sea un 30 y pico ya puede costar incluso más. Los últimos zapatos de Sergio me costaron 35 CUC, eran unos tenis de marca. Le salieron bastante buenos, le duraron casi un curso escolar. Pero en ese instante podía hacerlo, hay otras ocasiones que tenido que tirarme contra uno de la tienda que me duraron exactamente 21 días antes de que comenzaran a despellejarse. Eran de un material malísimo, y no me devolvieron el dinero”, sentencia Laura.
Acota Sara Inés que “las mulas te toman pedidos y puedes pagar a plazos. Además, tienen opciones que en la tienda no hay como las sandalias plásticas que son muy prácticas y sirven tanto para vestidos como para jean o short".
"Con los artesanos uno puede comprar unas sandalitas sencillas. A diferencia de una tienda donde si un zapato te sale malo necesitas Dios y ayuda para cambiarlo o que te devuelvan el dinero, los artesanos sí dan garantía, pero no me gustan mucho porque son generalmente calzados de cuero, un poco duro para los pies de una niña de dos años que bien bien no sabe quejarse si le aprietan".
"Por eso no me gustan, y también te digo, un artesano te vende un zapato de niño al mismo precio que el de un adulto pues dicen que es tiempo invertido y la suela, por ejemplo, es la misma de un zapato de adulto adaptada al pie de un niño. En fin, si no es a precio de un zapato de adulto no les da la cuenta. Quizás por eso es difícil encontrar zapatos artesanales hechos para niños, son pocos los que los venden”.
Los artesanos, además, argumentan que da mucho más trabajo hacer un zapato de niño pequeño, les roba más tiempo, y muchos prefieren no hacerlo. Las opciones, entonces, se hacen más escasas.
Segunda mano, el mercado de la mayoría
El mismo hecho de que a un niño se le «queden» pequeños los zapatos con facilidad incentiva un mercado con calzado de segunda mano que siempre está dinámico, con opciones, y en constante enriquecimiento.
“En los propios consultorios del médico de la familia uno sabe las mujeres del área que tienen niños. A los padres que tienen niños menores que el tuyo, uno cuadra y le vende lo que se va quedando, y a los que tienen hijos de mayor edad, pues a ellos les compras cosas”, asegura Sara Inés.
Es este el nicho donde muchos padres satisfacen las necesidades de calzado de sus hijos, el precio de cada par de zapato depende en gran medida del estado de conservación.
“Los primeros años de vida las ropas y zapatos a duras penas se maltratan. Si es ese primer año de vida menos aún. El desgaste viene más por el lavado, el lavado con jabón que descolora, que por el propio uso. La cosa con los zapatos es similar y cambia cuando los niños empiezan a caminar. Ya alrededor de los dos años, que los niños si ya hasta correr, el deterioro de los zapatos es peor y por ende escasean las buenas ofertas”, asegura Laura.
“Uno a veces se vuelve un padre obsesivo y hasta ridículo, y a veces no quiere que los niños ni se muevan con tal de poder vender los zapatos cuando no le sirvan. Yo tengo a veces que recordar que son pequeños y necesitan mataperrear y me digo Sarita tiene que jugar, y aunque desbaraten los zapatos, es preferible. El muerto adelante y la gritería detrás, ya veré cómo se resuelve un nuevo par”, comenta.
El mercado de prendas de vestir de segunda mano no es invento exclusivo de Cuba pues en muchos países existen y satisfacen las demandas de una buena parte de la población. La diferencia con los demás estados, es que en la nación caribeña es casi la única opción viable para no pocas familias.
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