En el municipio San Miguel del Padrón, en La Habana, hay una estatua venerada por muchos cubanos, la Virgen del Camino. La gente llega hasta ella, la miran, le hablan, le colocan velas y flores. Dicen que además de bella es poderosa y protectora. Le tienen fe.
El parque que acoge a la Virgen del Camino se ubica en la rotonda que conecta la Calzada de Luyanó, la de San Miguel y la Carretera Central. Su posición es singular pues, desde el punto de vista geográfico, es una de las “puertas” más importantes de la ciudad.
Presidiendo la glorieta, como quien se detiene en el centro del mundo a elegir su camino, se encuentra la virgen creada por Rita Longa para los habaneros. Sostiene en sus manos una rosa náutica y su mirada se pierde en el vacío de la ciudad como quien busca un destino.
Fue hecha en bronce, en 1946, pero no hay estatismo en ella, ni frialdad. Sus ropas parece que ondean al viento. Invita al viaje y ofrece un rumbo, quizás por eso tantos cubanos llegan hasta ella para pedir su bendición antes de aventurarse a recorrer el mundo.
El conjunto mide 180 cm de ancho y 200 cm de alto. Se dice que cuando Rita comenzó esta obra, en 1945, solicitó la intervención del Tribunal de ritos en Roma para declarar legítima la devoción de los creyentes hacia la imagen de su virgen.
Grandes artistas del mundo han representado vírgenes en diferentes épocas, así que la petición le fue concedida a Rita y logró que su estatua fuese bendecida por el Cardenal Arteaga, quien la consagró como “madre protectora del viajero peregrino”, entendiendo que se trataba de una interpretación más de la Santísima Virgen María.
La reacción popular no se hizo esperar mucho tiempo. Viendo que en la fuente y en la base de la obra habían fundidas algunas monedas, la gente comenzó a hacer sus ofrendas. Medallas, anillos, dinero, todo se dirigió a la Casa de Beneficencia y Maternidad.
Tanto se recaudaba que el ayuntamiento abrió en el Banco Continental una cuenta de la Virgen del Camino en la que ingresaban alrededor de 60 pesos diarios de colecta.
Los tiempos han cambiado y cambian también de algún modo las ofrendas, pero no faltan, entre los brazos de la Virgen del Camino, flores frescas.
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