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Este texto llega a nuestros lectores por la generosidad de tres cubanos Reinaldo García Ramos, su autor; Pío E. Serrano, editor, y Carlos Espinosa Domínguez, compilador y editor del Índice de la revista Mariel.
CiberCuba agradece a a estos tres intelectuales cubanos exiliados su trabajo en favor de la Cultura como un lugar de encuentro y convivencia. Muchas gracias.
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En mi trabajo La gran esperanza, que sirvió de introducción al número especial que edité en abril de 2003 por el vigésimo aniversario de la revista Mariel, afirmé:
La historia del éxodo de Mariel es la historia de una gran esperanza: La que en 1980 forjaron miles y miles de cubanos de escapar de una existencia sojuzgada para tratar de recobrar en otro sitio la alegría de vivir, la fe en el futuro, la convicción de que el trabajo individual da frutos palpables y legítimos. Los 125 mil refugiados que abandonaron su tierra, durante los cinco meses que duró el puente marítimo, no sabían casi nada del país ni de la situación social que los iba a recibir; sólo tenían en su mente la certeza del animal que escapa a una trampa letal.
Ahora, al cabo de 30 años del éxodo, puedo afirmar también que la historia de la revista Mariel, que se publicó en Nueva York entre 1983 y 1985, es también la de una enorme esperanza: La que teníamos los cientos de artistas y escritores, que logramos salir de Cuba en 1980, de podernos expresar por fin con absoluta libertad.
Durante la década de los 70 habíamos sentido una asfixiante sensación de encierro y de opresión en nuestro país, no sólo en términos políticos sino artísticos: Las salidas del país estaban cerradas desde 1971 y la censura cultural había llegado a su máximo grado.
Cuando logramos salir durante el éxodo, nuestras energías expresivas y nuestra voluntad de reafirmación y de realización como individuos y como creadores o intelectuales, que habían pasado tantos años reprimidas en la Isla, se liberaron de pronto de esas mordazas, como en una explosión, y empezaron a buscar vías y medios propicios donde manifestarse.
Al principio no fue nada fácil encontrar esos terrenos propicios. La propaganda castrista había caricaturizado a los integrantes del éxodo como delincuentes, lúmpenes, antisociales, vagos y parásitos (1).
El gobierno había insertado entre los 125 mil refugiados auténticos a unos tres mil ex presidiarios y enfermos mentales, sacados a la fuerza de las cárceles y manicomios de la Isla; esos individuos no estaban preparados para adaptarse al exilio.
En cuanto llegaron a Estados Unidos, comenzaron a aparecer en la prensa como responsables de diversos comportamientos agresivos y delictivos, con lo cual completaron la imagen distorsionada de los marielitos que el gobierno cubano quería propagar. Debido a esos prejuicios, que incluso amplios sectores del exilio cubano hicieron suyos, al resto de los refugiados de Mariel nos resultó, al principio, muy difícil encontrar trabajo o vivienda, sobre todo, en el sur de la Florida.
Esos prejuicios funcionaron también, al menos en los primeros años, en la mayor parte del mundo intelectual y académico, en los medios culturales, en las publicaciones y casas editoriales, tanto del mundo anglosajón como del mundo hispano de Estados Unidos.
Las instituciones culturales existentes en el exilio no siempre entendieron bien, salvo excepciones, nuestra impaciencia, nuestro modo de ser ni nuestros puntos de vista. La llamada izquierda de salón dominaba en aquellos años los círculos universitarios norteamericanos y muchas de las revistas e instituciones de la cultura en inglés, y aceptaron como corderos la imagen negativa de los marielitos que La Habana había generado.
La revista Mariel surge en ese marco de lucha por sobrevivir intelectual y artísticamente que todos los escritores y artistas del éxodo librábamos por aquellos años.
Dadas las circunstancias que nos rodeaban, era absolutamente imprescindible crear una publicación que sirviera como medio básico para expresarnos, para mostrar nuestras obras.
Tras un primer intento de expresión de grupo que, con su tabloide Noticias de Arte, nos ofreció Florencio García Cisneros en Nueva York, en noviembre de 1981, nuestras energías se concentraron de modo más resuelto.
En los meses siguientes fuimos llegando a la conclusión de que nadie nos ayudaría a sacar la revista deseada: La tendríamos que concebir y sufragar nosotros mismos con nuestros propios recursos.
Fue así que en torno a Reinaldo Arenas se fue integrando un grupo de marielitos que lo secundaríamos en ese propósito y que integraríamos el Consejo de Editores de nuestra revista (Juan Abreu, René Cifuentes, Luis de la Paz, Roberto Valero, Carlos Victoria y yo).
Trimestralmente, para costear cada número, cada uno de nosotros pondría 100 dólares de su propio bolsillo. Era un sacrificio enorme para unos refugiados que ni siquiera tenían sus documentos de inmigración en regla aún, pero acometimos la tarea con entusiasmo y convicción.
Y, desde el inicio, se sumaron al equipo editorial dos mujeres excepcionales, llenas de dinamismo y fervor: Marcia Morgado y Lydia Cabrera.
Mariel se publicó trimestralmente y sacó ocho números. Dejó de publicarse en abril de 1985. Durante ese período, me honré en pertenecer a su Consejo de Dirección, en el cual recaían las decisiones editoriales; los otros dos integrantes de ese Consejo fueron Arenas y Juan Abreu. Nuestro propósito se expresó, desde el primer número, en el editorial con que nos presentamos:
Rechazamos cualquier teoría política o literaria que pueda coartar la libre experimentación, el desenfado, la crítica y la imaginación, requisitos fundamentales para toda obra de arte. Un arte doctrinal es lo opuesto a la verdadera creación. (...) En los países totalitarios perfectos, el arte público (el único autorizado) se limita a desarrollar una tesis partidista, la tesis del estado, que culmina en un final esperado, impuesto y sobrentendido.
Eso significa la muerte del arte como tal. (...) También en el capitalismo muchos escritores caen en la trampa, o en la tentación, de convertir su obra en una mercancía que les permita vivir holgadamente. De creadores pasan al plano de productores. (...) No existe un arte mercantil, como no hay un arte doctrinario.
En sus dos años de existencia, Mariel aglutinó en torno suyo a numerosos creadores, sobre todo cubanos exiliados, pero también latinoamericanos y de otras culturas.
La sección Confluencias realzó la obra de varios escritores cubanos de prestigio (como José Lezama Lima y Virgilio Piñera, entre otros). No cabe duda alguna de que la revista dejó una huella en el entorno cultural del exilio. Pero además comenzó a forjar una imagen de los cubanos exiliados más compleja y profunda en los medios de prensa norteamericanos.
Tras la salida del Número 5, en que publicamos una sección sobre los cubanos y su relación con la homosexualidad, un importante diario muy poco propenso a reflejar aspectos positivos de nuestro exilio dedicó a la revista Mariel un artículo de primera plana (James Brooke: Cuban Exiles Are 'Delirious' About U.S. Literary Freedom, The New York Times, agosto 22 de 1984).
Aunque bien sabemos que las generalizaciones pueden conducir a error, o a lo que es aún peor, a esquemas de pensamiento, uno no puede dejar que las simplificaciones impuestas por la mecánica del poder pongan límites a nuestro trabajo creativo.
La identidad de los escritores y artistas llegados a Estados Unidos por el Mariel estará siempre vinculada inevitablemente al hecho de haber sido rechazados por las estructuras culturales y políticas imperantes en nuestro país en 1980; pero eso es sólo el fundamento inicial de esa identidad.
Cada uno de nosotros ha tenido que ir encontrando su propio camino, su propia voz, su propia proyección. La literatura no se puede hacer para dialogar con un régimen político; hay que hacerla pensando en marcos más universales, en disyuntivas menos inmanentes.
En 1983, nuestra esperanza estaba intacta aún, y la logramos mantener con dignidad el tiempo necesario; con los años, nuestro grupo fue diezmado por la crisis del SIDA y por otras calamidades y pérdidas naturales.
Pero estoy profundamente convencido de que cumplimos nuestra misión. Hoy, al hojear los ocho números de la publicación, encontramos un recuento doloroso de personas de gran talento que han fallecido: Lydia, el propio Arenas, Valero, Carlos Victoria, los pintores Carlos Alfonzo, Ernesto Briel, Juan Boza, Jaime Bellechasse y muchos otros.
Pero los que aún seguimos con vida nos reafirmamos cada día más en nuestro compromiso con la libertad del artista y con el rechazo al totalitarismo y a todas las dictaduras de cualquier tendencia política. Y hemos seguido creando nuestra obra. Los tiempos de Mariel siguen vigentes.
(1) Editorial del diario Granma, La Habana, 7 de abril de 1980.
* Este texto fue publicado por primera vez en mi libro Una medida inexacta; ensayos y comentarios, que apareció en 2017 en la Serie Biblioteca Cubana de la Editorial Verbum, en Madrid. (Nota del autor).
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