El reloj marca las siete de la mañana y es domingo, así que la oferta debe ser mejor que el resto de la semana. “Tú mantente callada. Me dejas hablar a mí, que allí todo el mundo está nervioso”, le deja claro Luis a su esposa, Ada, antes de ir a resolver una pierna de puerco en un punto de venta clandestino porque las tarimas del mercado donde siempre la compran llevan días “peladas”.
Al llegar a un cuartico escondido en un barrio mugriento del sur de La Habana, ven un par de carros parqueados y varias personas que salen con bultos envueltos en nailon negro. “Llegamos tarde”, dice Luis al percatarse del ajetreo. El lugar está en penumbras y la carne, repartida entre una mesa de piedra y el suelo. Hay carretillas y cuchillos, dos o tres tipos envueltos en delantales verdes sucios, mucha sangre y también moscas.
Uno de los carniceros trata de convencer a Luis para que no se vaya con las manos vacías. “Pasa, socio. ¿Qué tú querías? Nada más nos queda un pernil de 45 libras, pero mira qué linda la paletica ésta”. Dicho eso, después de mirar a Ada, que espera arrinconada con una jaba bajo el brazo, el esposo se decide a llevar la pieza.
El relato de Luis es transparente: “La verdad es que la cogimos carísima porque nos costó a 55 pesos cubanos la libra, pero el puerco está por las nubes. Fueron 715 pesos, pero qué vamos a hacerle. Como está perdido hay que cogerlo como venga. Y eso no es nada si se compara con un pernil grande, que ahora mismo te sale en 80, 90 o más de 100 dólares.
“Además, fui allí recomendado por un amigo mío porque ellos no le venden a todo el mundo. Lo hacen a escondidas porque en el mercado los inspectores les están abriendo fuego y no pueden comercializarla a más de 40 pesos, que es la tarifa máxima autorizada por el Estado. Es una locura.
“Era sabido que subir el impuesto a los productores y topar el precio de la carne solo afectaría a la población. Ahora, con coronavirus por medio, nos están apretando más que nunca”, explica este arrendatario privado.
Aunque la intermitencia de productos como el pollo y el pescado en el mercado cubano han hecho del cerdo una alternativa “más asequible”, en los últimos tiempos se ha puesto casi igual de difícil que los otros. El principal problema radica en que la mayoría del alimento de los cerdos se contrata afuera de la isla, su arribo es normalmente tardío y su volumen, insuficiente.
En opinión de Rigo, quien se dedica a vender carne en un agromercado estatal, “casi no hay puerco por el problema del pienso. Nos hemos acostumbrado a esperar a que haya pienso y no nos hemos centrado en sembrar otros alimentos como yuca o maíz para darles a los animales.
“A mí me quitaron la asignación de carne de cerdo, así que tengo que resolverla por gestión particular. Antes recibía una tonelada o tonelada y media de carne para el mes, de forma que una o dos veces a la semana podía vender puerco; ahora no recibo ni una libra del gobierno ni me conviene comprarla ‘por fuera’ porque, al bajar la oferta, los precios se han disparado de una manera que no me permitiría ganarle nada a lo que venda.
“Yo antes vendía la libra de pierna a 21, la paleta a 20 y la costilla a 12. Ahora están como mínimo a 45 el bistec, a 35 la pierna y a 25 la costilla. Una pierna pequeña está montada por lo menos en los 800 pesos, lo cual es un salario. Así que imagínate tú quién puede comprarla”, indica el cooperativista de 48 años.
Por su parte, Denia tiene a su marido criando puercos en el patio de su casa en Arroyo Naranjo desde hace un mes. “Llevamos unas semanitas cebándolo y sabemos que la peste y los chillidos que hacen les molestan a los vecinos, pero no podemos morirnos de hambre ni pagar la carne al precio que está en la calle.
“No es lo mismo criarlo con sancocho (sobras de comida que se utilizan como alimento porcino en Cuba) que con pienso, pero tenemos que arreglárnosla con lo que tenemos porque nos estamos quedando sin opciones de proteína animal. Ningún trabajador que cobre menos de 500 pesos puede darse el lujo de comer carne. Y digo carne de verdad, no picadillo ni perritos. El pollo solo se consigue a veces y eso, después de meterse en unos cuantos tumultos.
“Creo que no sería descabellado pensar que hasta la carne de cerdo debería distribuirse por la libreta de abastecimiento. Así al menos podría tocar un kilogramo por núcleo familiar para que todos la probemos. Para comerse un pedazo de puerco ya no basta ni tener dinero, hay que madrugar, buscarlo ‘por la izquierda’ y arriesgarse hasta a ir preso”, resalta la profesora de una escuela politécnica.
En algunas zonas de la capital, ya se repite la película que el país vivió a mediados de 2019, cuando el Estado incumplió la cantidad de alimento que debía entregar a los productores porcinos y la libra de cerdo llegó a costar 70 pesos porque los agropecuarios no tenían suficiente comida para engordar a los animales.
“Desde que empezó este lío de la pandemia en un kiosquito cerca de casa de mi mamá a veces sacan carne de cerdo a precio topado, pero no me he empatado con ella. Hay que pasar la noche allí porque los turnos vuelan y, como traen poquito, lo bueno se acaba en dos horas”, asegura Inés, un ama de casa de 39 años.
Según sugiere un chofer que lleva carne de cerdo de Quivicán a La Habana, “tal vez debieran dejar de cobrarle impuestos tan altos a los productores para que la carne llegue a la mesa del cubano. El comercio entre nosotros mismos debe ser libre, más cuando estamos cerrados al exterior y los piensos esenciales (a base de soya y maíz) se importan.
“Los guajiros, al igual que los intermediarios, venden la carne al precio que les da la gana y se burlan del control de las autoridades porque saben que la gente anda desesperada, sin tener qué comer. Como no hay puerco para nadie, el campesino que lo tiene lo aguanta hasta que venga el mejor postor. Que le permitan vender la carne de res para que vean como el puerco baja”, agrega el transportista ilegal.
Antiguamente, en lugares como la Isla de La Juventud, Pinar del Río o Villa Clara se encontraba el cerdo más barato, pero ya está disparado en toda Cuba. En La Habana varios municipios solo reciben carne de manera oficial en los mercados estatales especializados. Mientras, los llamados ‘de oferta y demanda’ obligan a los clientes a hacer la misma operación matutina de Ada y Luis.
Desde la óptica de Ulises, a quien le dan carne robada de un matadero estatal para que la reparta, “el que vende, lo que saca es el diario, el sostén de una familia, unos 200 pesos. Y eso, si logras venderlo todo: manteca, hueso, etcétera. Nadie se hace rico así.
“Para comprar un puerco de 150 libras, por ejemplo, hay que invertir 4 mil pesos. El puerco en pie está en unos 30 pesos ya. Y muerto, te lo venden a 36, 37 o 38 pesos. Es un disparate”, resalta. “Todavía hay más de un oportunista que dice que comer plato fuerte no es obligatorio, o que es una costumbre del pasado. A ver de qué coño nos alimentamos”.
¿Qué opinas?
COMENTARArchivado en: