Para Nora Borges, compañera
No falla. Cada vez que la cosa se pone difícil en Cuba, el sector privado, los trabajadores por cuenta propia, los arrendatarios de tierras, los transportistas, los pequeños distribuidores, el espectro de formas no estatales que han surgido en Cuba a lo largo de la última década, pero que realmente siempre han estado ahí, son los que acaban resolviendo el principal problema de los cubanos, que se llama, comer todos los días.
Noticias procedentes de la isla, en la actual situación de crisis provocada por la pandemia, apuntan a que dos productos de la dieta diaria de los cubanos, están subiendo sus precios. El arroz ha multiplicado por seis veces su precio, desde que se reportaran los primeros casos de coronavirus en la isla, a principios de marzo.
El otro que se encuentra igualmente desbocado es la carne de cerdo, que a su alto precio une la escasez, pero ese es otro tema.
Antes de la pandemia, la libra de arroz se podía conseguir a 4 y 5 pesos en las ofertas de venta liberada de bodegas y mercados, hoy puede llegar a costar entre 20 y 25 pesos (el equivalente a un dólar). Estos problemas con los precios están agravados por el hecho que la cantidad de arroz que concede el estado por medio de la eterna libreta de racionamiento, unas siete libras, apenas alcanza dos semanas del mes. El resto hay que recurrir a la comercialización privada.
La carne de cerdo, todavía peor, a 55 pesos la libra (la tarifa máxima autorizada por el estado son 40 pesos). Un precio que puede ser incluso mayor, si se trata de un pernil grande ahora mismo cuesta 80, 90 o más de 100 dólares. Con el cerdo, el problema no es tanto el precio, sino encontrarlo, y que se puede comprar.
De modo que los cubanos se están encontrando con una situación de altos precios y desabastecimiento en los mercados, y la urgencia de gastar los pocos recursos en alimentos que, por otra parte, no resuelven las necesidades de las familias.
¿Y qué hace el gobierno ante esta situación que amenaza por agravarse más aún? Nada.
Lanzar mensajes y arengas desde Granma a los productores privados para que aumenten la oferta, y, sin embargo, ni se mejoran los canales de distribución mayorista, ni se facilitan los mercados de insumos, y mucho menos se permite aumentar la superficie de cultivo y cría.
De la producción estatal, ni se acuerdan. Las autoridades del país reconocen el déficit de cultivos como arroz, plátano, frijol, el maíz, los huevos y la carne de cerdo, pero nadie asume responsabilidades ni es capaz de explicar porqué esas producciones siguen siendo insuficientes para alimentar a la población.
Sin embargo, en el caso del cerdo, a falta de piensos, los impuestos, y, sobre todo, los precios topados que se aplicaron hace meses, son los determinantes de que haya escasez en los mercados.
Las familias solo pueden recurrir, si tienen ingresos complementarios como remesas en divisas, a los vendedores privados, que todavía, en medio de la crisis, pueden ofertar alimentos, como langosta, pescado, res, cerdo, pollo, frijoles, el arroz. Eso sí, a precios elevados.
De modo que, pese a tanto Ministerio de Finanzas y Precios, tanta planificación central de la economía, empresa estatal como centro del sistema económico, y demás parafernalia comunista, la realidad es que los cubanos imploran porque el vendedor privado, el carretillero, pase todos los días y aparezca con la mercancía que necesita para comer.
Las bodegas estatales no dan servicio, y cierran con su habitual indolencia cuando reparten la mercancía de la libreta, pero los privados sí que dan respuesta a la población.
No es fácil producir arroz en el patio trasero de las casas, pero muchos cubanos han vuelto a prácticas de crianza de cerdos, lo que ocasiona en zonas urbanas problemas de epidemias, malos olores, ruidos; aún en medio de las dificultades para alimentar a un cerdo en medio de la crisis. Las autoridades sanitarias, de Planificación Física o los Comités de Defensa de la Revolución no se dan por enterados.
La economía privada abre espacios en estos momentos complicados y difíciles. Garantiza la atención de las necesidades, en este caso de alimentos, eso sí, pagando altos precios, porque el sistema económico y social no facilita la regulación de oferta y demanda.
El estado comunista no puede evitar que los productores agropecuarios o los intermediarios y transportistas vendan la carne al precio que crean conveniente, porque ello les permite obtener ingresos, lo que les sirve para aumentar la producción.
Además, informaciones desde la isla apuntan a que tales ganancias no son tanto, y que se ajustan a las necesidades y costes más elevados de los productores, que encuentran así la forma de obtener ingresos por su trabajo, siempre y cuando, el inspector de turno de la ONAT no haga de las suyas o se lance una campaña de represión policíaca.
Cuando la economía cubana entra en una etapa difícil, el sector privado, informal o formal, acaba resolviendo los problemas de la gente. Y el estado, mientras tanto, mirando para otro lado. El ejemplo de todo esto, lo que piensan los cubanos con respecto a la libreta de racionamiento.
Las horas de cola, en situaciones de hacinamiento, sin mascarillas protectoras, para poder adquirir medio pollo o una pastilla de jabón, empiezan a crear una sensación de impotencia en mucha gente que no tienen capacidad adquisitiva para acudir a los vendedores privados.
Las autoridades han fracasado en su compromiso de producir y distribuir más en esta etapa difícil y las imágenes procedentes de la isla lo confirman. Las colas están generalizadas, y ya no solo en bodegas, sino hasta en los establecimientos recaudadores de divisas.
La primera víctima de la pandemia de coronavirus será la libreta de abastecimientos. Y eso a pesar que el gobierno ha autorizado la venta, en divisas, en la red minorista por medio de la libreta, de productos de aseo y alimentos. Pero esta decisión parece que es insuficiente.
Los cubanos saben que ir a comprar en bodegas y tiendas estatales implica riesgos para su salud, pero no les queda más remedio para poder adquirir los bienes necesarios de subsistencia. Los planes del Ministerio de Comercio Interior para aumentar los espacios de venta o estimular el ¿comercio electrónico? no han dado resultado en estos primeros embates de la crisis. Era de suponer.
Nadie está pensando en atender a los colectivos vulnerables, salvo las ayudas del Servicio de Atención a la Familia (SAF), que se limitan a platos preparados de comida, y poco más. Un formato obsoleto, más próximo a la beneficencia que a una política social integral.
Los cubanos saben que poco pueden esperar del estado comunista. Lo saben porque llevan en esta situación 61 años y cada vez que las cosas se ponen difíciles, el sector privado resuelve el problema. Al final ese pobre anciano que vive solo en cualquier punto de Cuba, confía más en el carretillero que en el estado.
Ojalá que fuera diferente.
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