Abril de 1980 será recordado en Cuba como el mes de una avalancha entrando en la Embajada de Perú y de la estampida de 125 mil personas huyendo del comunismo por el puerto de Mariel; dos acontecimientos que supusieron una quiebra en la legitimación popular de la revolución de Fidel Castro y una conmoción en Miami.
El azar quiso que Héctor Sanyústiz, un habanero acompañado por cuatro amigos, eligiera el 1 de abril de 1980 para estrellar una guagua contra la cerca de la Embajada de Perú, sita entonces en 5ta. Avenida e/ 70 y 72, Miramar, tras su conductor haber fingido una avería para regresar a su terminal, adonde nunca llegó.
Durante la irrupción de la guagua en la sede diplomática, se produjo un intercambio de disparos entre los centinelas que mató al suboficial Pedro Ortiz Cabrera e hirió a Sanyústiz y a uno de sus compañeros de apellido Gómez.
El gobierno cubano exigió la entrega del grupo liderado por Sanyústiz, Perú se negó; amparado en el derecho de asilo y Fidel Castro Ruz ordenó dejar sin custodios a la embajada que -en pocas horas- se vio invadida por 10 mil 800 cubanos deseosos de huir del castrismo.
La Habana negoció con los gobiernos de Perú, Estados Unidos y con representantes del exilio cubano como Napoleón Vilaboa y los "ingresantes" en la embajada peruana fueron saliendo y regresando a sus casas para esperar la salida del país, soportando agresiones varias en forma de mítines de repudio del populacho, azuzado por el castrismo que, además, ordenó cortar los servicios de agua, luz, gas y teléfono a las familias sitiadas.
Ya no se trataba de batistianos ni millonarios que huían de una revolución popular, sino de cubanos sencillos, trabajadores y estudiantes, que habían sufrido y compartido temporalmente los embates de un monólogo totalitario que se ha prolongado durante 61 años.
Castro y los representantes del exilio acordaron el establecimiento de un puente marítimo Mariel-Cayo Hueso, que posibilitó la salida de 125 mil cubanos, entre el 15 de abril y el 31 de octubre de hace 40 años, cuando la última de las dos mil lanchas salió de ese puerto del noroeste habanero hacia el sur de Estados Unidos.
Si el impacto del éxodo de Mariel fue enorme en Cuba, Miami sufrió una conmoción porque su población aumentó un diez por ciento, en un mes, según datos oficiales.
Unos 100 mil marielitos se quedaron en Miami, tras una intervención del Gobierno federal, que promovió la relocalización de recién llegados en otros estados. Las autoridades de Miami tuvieron que alojar y mantener a los recién llegados, incluidos doce mil niños que fueron escolarizados en tiempo récord, pese a no saber Inglés.
En los meses siguiente, se disparó el número de desempleados y de pobres, pero el aumento de la criminalidad fue el saldo más negativo del Mariel para Miami.
“La mayoría de los que llegaron eran buenas personas, pero los delincuentes que envió Castro siguieron delinquiendo aquí”, recordó el entonces alcalde Tomás Regalado.
Pese a que solo un dos por ciento de los marielitos delinquieron tras llegar a Estados Unidos, la propaganda del castrismo tildándolos de escoria, junto a series y películas como Scarface, distorsionaron la imagen de los nuevos emigrados cubanos.
Un incremento notable de los delitos reforzó esa percepción negativa e hizo que la administración de la ciudad contratase a muchos policías sin un chequeo meticuloso de antecedentes, provocando el mayor escándalo de corrupción de la historia de Miami.
Decenas de policías fueron detenidos por el FBI porque muchos de los nuevos agentes apresaban a los narcotraficantes, se quedaban con la droga incautada y los mataban, según actas judiciales y testimonios de la época.
La Pequeña Habana, zona de Miami colonizada por los cubanos emigrados, se degradó y la gente dejó de pasear y comprar allí por temor a la delincuencia, que golpeó el barrio durante unos cuatro años.
La avalancha de marielitos produjo una factura entre cubanos del primer exilio (histórico) y los que han ido llegando a partir de 1980, sostiene el antropólogo Jorge Duany, director del Cuban Research Institute.
Con el paso del tiempo, esta mala imagen se ha atenuado, y la mayoría de los marielitos están integrados en Estados Unidos sin ningún problema, pero aún se percibe ciertos recelos hacia ellos, aseguró Duany en varias declaraciones a medios de prensa.
Curiosamente, los balseros llegados a Miami (1994), en otra crisis migratoria, tienen mejor imagen no solo en la sociedad estadounidense, sino en la propia comunidad cubana, resaltó el experto.
El gobierno cubano asumió su derrota con inflamados discursos de desprecio a quienes se marchaban, hizo pingües negocios con la flotilla de Mariel y vació cárceles de criminales y hospitales psiquiátricos, muchos de los cuales fueron a parar a prisiones federales, bajo la categoría de Excluibles y al hospital psiquiátrico Saint Elizabeths, en Washington, D.C., inaugurado en 1855.
Pese la animosidad que la Casa Blanca albergó contra el intento de engaño del Palacio de la Revolución, la embajada norteamericana en México estableció una ronda de "contactos informales" para negociar la devolución de dos mil 674 indeseables que habían entrado con el resto de marielitos.
A finales de 1984 los contactos bilaterales dieron frutos y, casi inmediatamente llegaron a la isla los primeros 201 excluibles que, en su inmensa mayoría, se habrían beneficiado de una amnistía decretada por el gobierno cubano.
El cumplimiento de aquel pacto, que estableció además una cuota anual de 20 mil visados norteamericanos para cubanos, fue interrumpido por el castrismo, en protesta por el inicio de transmisiones de Radio Martí, el 20 de mayo de 1985.
Para La Habana, la puesta en marcha de la estación radial era una prueba de la agresividad de la Casa Blanca y "no se justificaba continuar con esfuerzos de buena voluntad, como el pacto sobre devolución de los 'indeseables' desde Estados Unidos a Cuba.
Tras la reanudación del pacto bilateral, sendos grupos de marielitos presos en Luisiana y Atlanta se amotinaron, en noviembre de 1987, en protesta por la decisión de la Casa Blanca de devolver a tres mil 800 excluibles a Cuba obligando a las autoridades norteamericanas a suspender las deportaciones, y tras alcanzar un acuerdo con la mediación del obispo auxiliar de Miami, Agustín Román.
Pero el epílogo de aquella crisis migratoria, ocurrida hace 40 años, no está en La Habana ni Miami de 1980, sino en Lima de abril de 1989, cuando viajaron los dos últimos cubanos refugiados en la Embajada de Perú en Cuba, donde vivieron nueve años.
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