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La prensa oficialista ofreció soluciones para mejorar la mala calidad de las albóndigas de pescado que el Estado vende en el municipio especial Isla de la Juventud, y que así la población local pudiera deglutirlas con mayor “placer”.
En lugar de exigir mejoras al fabricante o denunciar directamente a los responsables, una nota del periódico Victoria que pormenoriza las deficiencias del producto, hace una serie de recomendaciones para su cocción y que, en consecuencia, mejore antes de llegar al estómago exprimido por el hambre.
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Antes de plantear las “recetas” o métodos, el texto explica, en tono irónico, que las albóndigas vienen en una forma “arbitraria”. “No parecen albóndigas”, dice, apuntando que el producto parece no presentar la forma esférica que debería caracterizarlo.
“Su salida al mercado estuvo obligada por la urgencia, pero tenerlas es una carrera importante ganada al comienzo mismo de la contienda. Constituyen un recurso más, un cárnico, para enfrentar al desabastecimiento y complementar las opciones disponibles”, sostiene en defensa de las susodichas albóndigas.
“¿Qué faltó en este propósito logrado a tiempo y bien intencionado? Justamente su forma. Y ahora veremos por qué. Al freírlas, tal como vienen, quedan con un centro mal cocido que da una consistencia esponjosa y una impresión al paladar de que algo quedó crudo y no toda recibió la adecuada cocción”, explica.
“Quizá se pensó que llegarían frías al comprador y este podría amasarlas y darles la forma conveniente, pero no sucede así. En casi todos los casos se ofertan congeladas. Al llevarlas al extremo opuesto resultan aguachosas, sin plasticidad para su nueva compactación”, agrega.
En esta especie de agradecimiento por el maltrato, el autor del texto dice que hay maneras de darle otros usos al producto y, al cabo, menciona “un aporte culinario de primera mano que ya comienza a ser popular en La Fe, donde con ingenio se gana la batalla diaria por los alimentos en la familia”.
Seguidamente, propone desmenuzar “parte de las albóndigas” y darle “un ligero hervor en una salsa de tomate condimentada”.
“Déjelas refrescar y páselas por la batidora, agregando cualquier tipo de caldo o agua hervida, hasta darle la consistencia de pasta para untar. Acompáñelas de galletas, pan o tostadas y le aseguro que será una excelente opción para todos en casa. Lo tengo comprobado”, sugiere.
Al comienzo del artículo, el autor subraya que las albóndigas en cuestión son un aporte ante “la batalla por los alimentos que nos impone la COVID-19” que se debe “afrontar a largo plazo”.
La incapacidad del régimen cubano ha vuelto a conducir al pueblo hacia el abismo del hambre y la precariedad, donde algunos todavía sienten que deben agradecer al gobierno y sus organismos en función por las minucias que sigue garantizando en medio de la debacle que ellos mismos han facilitado.
Si bien la crisis internacional por el coronavirus ha reforzado la escasez general y la falta de alimentos en la isla, los cubanos han tenido que lidiar con la carestía por varias generaciones, a la espera de una promesa de tiempos mejores que no acaba de cumplirse mientras la desesperanza se instala en las personas y muchas optan por emigrar en busca de un futuro más promisorio o, al menos, de un futuro, que ya es algo.
El presente, en cambio, es agobiante y cíclico en el alma colectiva de los cubanos, quienes deben luchar casi desesperadamente todos los días para intentar subsistir. Viejas prácticas se han retomado en el archipiélago ante la escasa alimentación, por ejemplo, la caza y consumo del majá de Santamaría, considerado el mayor ejemplar de boa del país antillano.
“Metiéndonos pa'l monte buscando majá porque tengo un hambre que no veo”, expresó uno de los captores en un material divulgado en redes sociales. En provincias como Santiago de Cuba, el hambre preocupa tanto como el riesgo a contraer el coronavirus.
Tal vez temiendo la llegada de una situación de dimensiones incalculables, el régimen de La Habana pidió a los ciudadanos cubanos que donaran dinero para cofinanciar la producción de alimentos en todo el territorio nacional, incluyendo la Isla de la Juventud.
A finales de abril, organizaciones independientes lanzaron una campaña para pedir al Gobierno de Cuba que adoptara una serie de medidas con el fin de evitar una catástrofe alimentaria en la Isla. La Liga de Campesinos Independientes y el capítulo cubano de la Federación Latinoamericana de Mujeres Rurales (FLAMUR) se unieron en este reclamo, dado a conocer bajo el título “Sin Campo no hay País”.
Por su parte, el oficialismo ha tenido la desfachatez de comentar sobre una supuesta falta de alimentos en países desarrollados como Estados Unidos y España, debido a la pandemia del coronavirus. En particular, la periodista Irma Shelton, en aparente estado de sobriedad, hizo estos señalamientos antes de ser ridiculizada por varios cubanos en el exilio que colgaron materiales en redes sociales a modo de respuesta, demostrando la cantidad de productos disponibles en los mercados, muy distinto, sin dudas, del panorama que atraviesa hoy la isla.
Con todo, Shelton recibió un galardón después de su comentario. El portal del Canal Caribe celebró el premio calificándolo de “merecido” y expresó su solidaridad “con esta periodista, víctima de la manipulación, la mentira y el odio de criminales que, desde Miami, han tratado de denostar, recientemente, su trabajo ejemplar”.
Pero más ridículo aún fue el reciente llamado del gobernante Miguel Díaz-Canel, con su mascarilla o nasobuco chovinista, a producir jugos, guarapo, limonada y masa de pizza en la isla para hacer frente a la falta de alimentos. Su frase “La limonada es la base de todo”, ha sido motivo de burla hasta la saciedad.
Es, a pesar de lo novedoso que pueda parecer, una vieja y repetida historia que en Cuba parece interminable, como el hambre y el absurdo. La moringa de Fidel Castro, el avestruz de Guillermo García Frías, la limonada de Díaz-Canel…y la necesidad que no se aplaca, que siempre trepa por las paredes del cuerpo hasta ahogarse en un grito desesperado de silencio.
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