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La Iglesia Católica de Cuba mantiene un inexplicable silencio en una hora crucial para la nación, desperdiciando su sólida estructura territorial, dando por bueno el haber podido pontificar en radios y televisiones estatales en Semana Santa con coronavirus y contemplando impasible el avance de congregaciones evangélicas y Testigos de Jehová, que han conquistado espacios.
El silencio católico podía entenderse mientras la curia cubana guardaba luto por el Cardenal Ortega Alamino, intentando aliviar su torpeza política y teológica de fiarse de Raúl Castro Ruz, creyendo que el embullo Obama sería suficiente para mover al paquidermo castrista; pero, a 10 meses de su fallecimiento, su sustituto sigue haciendo mutis por el foro.
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El Cardenal Juan de la Caridad García Rodríguez es un hombre del ala conservadora de la iglesia, que no vio con buenos ojos el entusiasmo de Ortega Alamino con los mensajes que le trasmitía Caridad Bello, en nombre de sus jefes.
Pero culpar solo al fallecido implicaría desconocer la gran vocación izquierdista de la Iglesia Católica cubana, la misma que salvó a Fidel Castro Ruz en un varaentierra próximo a Santiago de Cuba, tras el ataque a los cuarteles Moncada y de Bayamo; y luego asistió callada y doliente a la negación del salvado de sus salvadores; orquestando la Operación Sarría para desconocer el papel crucial de Monseñor Enrique Pérez Serantes en la sobrevida del futuro comandante en jefe.
La misma iglesia que atacaba al demócrata cristiano José Ignacio Rasco, musitando entre sotanas: Que asco da Rasco, en alusión a su vertical oposición anticastrista, con la ventaja de que conocía al jefe del experimento más duradero en la historia de Cuba, casi desde chiquitico.
Quizá la Iglesia cubana no se haya percatado de que los tiempos de tacticismos, que les han permitido hacerse con la mayor cartera de colegios y centros asistenciales privados en Cuba, ya pasó y que la nación está urgida de un discurso claro de la cúpula católica, aún cuando siga creyendo que la política es asunto de laicos, con los que luego se enfadan; y que ellos están para tramitar únicamente los asuntos del Altísimo.
A veces, curas como el Padre José Conrado y el jesuita Jorge Cela ponen el grito en el cielo y aflora lo que piensa una parte de la cúpula católica cubana, que parece no ponerse de acuerdo en cómo y que mensaje alumbrar a los cubanos que padecen.
Padre José Conrado: Yo creo que para la mayoría de mis feligreses venir a misa el domingo es un favor que le hacen a Dios. Pero, !con qué facilidad dejan plantado al Altísimo! ¡Nada se diga cuando están de por medio los negocios! Trinidad, ciudad eminentemente turística, con cerca de 2.000 familias que alquilan para el turismo, está llena de estos esclavos voluntarios del "turista-Dios". "Tuve que ponerle el desayuno a mis turistas" es una excusa que oigo más de lo que yo quisiera cuando las personas han faltado el domingo a la misa.
Padre Jorge Cela: Tenemos el riesgo de vivir el síndrome del éxodo, añorando los ajos y cebollas de Egipto, cuando tenemos la oportunidad de caminar hacia la libertad (...) Vivimos en un mundo dividido entre hombres y mujeres, izquierda y derecha, creyentes y ateos, blancos y negros, ricos y pobres, nacionales y extranjeros (...) Que la pandemia nos enseñe a organizar el poder y la economía de otra manera en la casa, en el mercado, la iglesia, la nación y la comunidad internacional.
Obviamente, la Iglesia Católica no hará ruido sobre ambos pronunciamientos, reiterará su postura de que siempre estaremos y queremos acompañar a las personas... tibieza que se explica por el temor improbable, pero inolvidable de volver a ver las parroquias vacías, con el sacerdote y cuatro viejecitas entrañables que nunca traicionaron su fe.
Pero ocurre que ya el peligro de vaciamiento no viene del Palacio de la Revolución, tranquilo ante la paciencia episcopal, sino de las congregaciones evangélicas y sectas como los Testigos de Jehová que han encontrado espacios en la angustia de los cubanos y los púlpitos abandonados por la jerarquía católica en ese mezcla de miedo al pasado no resuelto aún y el autogol de Ortega Alamino queriendo hacer política de altos vuelos frente a un gallero contumaz como Raúl Castro Ruz.
Evangélicos, bautistas, pentecostales y otras congregaciones religiosas plantaron semillas durante años, alejados del ruido de sables de cardenales y pastores por la paz; y ahora recogen los frutos de una labor casi anónima, sufriendo represiones y encarcelamientos; mientras jefes religiosos de variado signo pasilleaban por el Consejo de Estado y la Oficina de Asuntos Religiosos del Comité Central del Partido Comunista de Cuba.
Sería oportuno que la Iglesia Católica de Cuba recuerde a los cubanos el abandono de su fe, asustados frente al totalitarismo castrista, la exacerbación de la brujería como invento sincrético emocional y el retorno arrepentido con las manitas tendidas en busca de alivio a la crisis económica de los años 90 del siglo XX.
¿El Vaticano? Demasiados líos para fijarse en esa parroquia de pocos creyentes sinceros; ya hizo bastante con el deshielo Obama y sufrió lo suyo con la apuesta tan arriesgada de Ortega Alamino, creyendo que con dos que se quieran basta; pese a que Raúl Castro nunca se fío ni un versículo.
La Iglesia Católica seguirá llevando, en su pecado, la penitencia.
Cuando Cuba se libre del nasobuco, la curia asumirá el riesgo de seguir viviendo en lo que sufre y calla; lo único que ha cambiado es que el Cardenal García Rodríguez no levantará el teléfono para azotar -Obispo mediante- a los sacerdotes Conrado y Cela; como hacía Ortega Alamino, cuando algunas ovejas se descarriaban y ponían en peligro su estrategia política, de la que ahora todos abjuran, en silencio, para no incordiar demasiado y seguir llevándose bien con la izquierda, su adversario natural por fines, público y votos de silencio y pobreza.
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