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Habla todos los días por videoconferencia con su esposo, un joven cubano que llegó en 2015 a Estados Unidos, cruzando fronteras desde Ecuador. “Él no quiso que me arriesgara a irme ilegal”, cuenta a CiberCuba Jeidyta Juvier, una de las decenas de madres cubanas que a día de hoy están a la espera de culminar el proceso migratorio de reunificación familiar.
Con 29 años y a punto de cumplir 30 en agosto, Jeidyta vive en el populoso barrio habanero de El Cerro con sus dos hijos, una niña de diez y un niño de cinco. Ella está reclamada desde agosto de 2017, tres meses después de que a su marido le llegara la residencia en Miami.
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Ayer, por fin, las autoridades migratorias le confirmaron que su caso queda cerrado a la espera de la entrevista de la visa en Guyana. Le quedan por delante, mínimo otros 15 meses de espera, pero ella lo celebró en el grupo de Facebook Cubanos por la Reunificación Familiar con Estados Unidos como si fuera a abrazar mañana mismo a su esposo. Ese día lo tiene idealizado en su cabeza. “Cuando hablamos del reencuentro le digo que me espere con flores y globos para mis hijos”, explica por teléfono.
El pequeño apenas tenía seis meses cuando su padre se marchó de Cuba. “Mi niño sólo le dice, Papá, cuándo vienes. Papá, te amo”.
El padre trata de estar en Cuba para las fechas importantes, pero este año la crisis del coronavirus le impidió viajar a La Habana para acompañar a su mujer en la larga enfermedad de su abuela, que falleció el 30 de marzo pasado. “Es un dolor muy grande no tenerla, pero él no pudo estar conmigo por la pandemia. Han sido unos meses duros porque mi esposo es mi todo. Él me apoya como nadie. Me levanta de los dolores más fuertes. Esto que yo vivo, lo viven miles de familias en Cuba que, como yo, sólo desean llegar a ese gran país. Te juro que si pudiera le suplicaría al presidente de Estados Unidos que nos ayude; que somos muchos los que no vivimos porque del lado de allá tenemos a alguien que nos espera”.
“Todo es legal. Queremos irnos para encaminarnos y trabajar duro, para que a los nuestros no les falte de nada. Ahora dependemos de Guyana”, aclara.
Su único sueño es estar juntos. Sabiendo que podría estar con su marido y sus dos hijos en Miami, y con la escasez que vive toda la Isla, la espera se le está haciendo cuesta arriba. “La situación es bien difícil. Mi familia me ayuda. Somos muy unidos. Mi esposo es incondicional, pero esta separación es muy triste”.
“Sólo hablamos por videoconferencias del dolor que sentimos. Ya sólo nos queda esperar que un milagro suceda. No hay una noche que no llore su ausencia. Él en ocasiones me dice que siente que se va a volver loco porque no nos tiene. Es un hombre súper bueno. Nunca nos ha abandonado a pesar de la distancia. Él dice que nunca nos separaremos. Nada puede con nosotros”, concluye.
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