Hace algunos años, la revista Marie Claire, de Francia, me pidió un texto sobre las mujeres cubanas; yo mantenía una excelente relación con una de sus redactoras y le había contado que Víctor Hugo había escrito una hermosísima carta dirigida a las mujeres cubanas, elogiosa de su valor, durante la Guerra de Independencia.
Aquella carta le sorprendió e impresionó tanto que pidió a la Redactora jefa que me encargara un artículo al respecto. La jefa prefirió confiarme un texto más ambicioso, de manera general, sobre las sobresalientes mujeres cubanas que habían incidido en el desarrollo de la isla. Respondí que necesitaba más días para escribirlo pues, aunque conocía bastante del tema, prefería investigar a profundidad.
Tuve razón al tomarme el tiempo necesario. Creía yo que conocía y, en verdad, mucho me faltaba para entender el rol tan importante que habían jugado mujeres increíbles en la historia de Cuba, en diferentes ámbitos como la educación, la justicia, la cultura, y la política.
He estado buscando el fruto de aquella investigación, mi artículo publicado, y no lo he hallado en Internet, aunque conservo un ejemplar físico del número de la revista.
No voy a reiterar aquí lo descubierto, sería dilatar el sentido de esta columna; pero, entre otras cosas comprobé que la mujer cubana gozó del derecho al voto mucho antes que las mujeres de otros países de la región, por lo que había luchado a brazo partido la periodista, poeta y feminista, María Collado Romero (1885-1968), fundadora del Partido Democrático Sufragista Cubano; además, en Cuba se creó -primero que en otros países- un movimiento feminista no excluyente de los hombres, por supuesto, con himno y todo cuento, cuya autora fue Lesbia Soravilla.
El Club Femenino de Cuba estaba compuesto por mujeres de alcurnia, y de pensamiento: Mercedes de Acosta, de las más célebres guionistas del Hollywood dorado, cubana de pura cepa, había retomado desde el exterior la antorcha encendida y llevada por María de las Mercedes Santa Cruz y Montalvo, Condesa de Merlín, por Martha Abreu, por Marie de Heredia, Lilita Sánchez Abreu, Gertrudis Gómez de Avellaneda, entre otras grandes damas cubanas o de origen cubano.
Pese a esa fabulosa herencia de mujeres dignas, nacidas desde antes de la República y en la República misma, el destino de la mujer cubana varió brutalmente a partir de 1959 con el advenimiento forzado del triunfo castrista.
Una revolución que pretendió dedicarse por entero a la causa femenina y feminista lo que hizo fue coartar sus libertades, encasillar sus ambiciones, controlar los movimientos, desde una organización que intentó englobarnos y marcarnos como a reses de un ganado servil: la Federación de Mujeres Cubanas dentro de la Revolución reconocida por su grosero método de represión desde su estreno.
Nunca la mujer ha sido menos libre que durante estos más de sesenta y un años de comunismo. Humillación, manipulación, represión, encarcelamientos, torturas, han sido las formas adoptadas por la tiranía para envilecer las vidas, la esencia de la mujer. Las madres, las abuelas cubanas, han resistido como han podido, pese a que han sido ellas las que más han padecido y enfrentado la dominación por hambre a la que el régimen ha sometido al pueblo cubano.
Cuántas veces he debido sostener discusiones con franceses, españoles, con extranjeros, que empuñan verbalmente la candanga emanada desde el mismísimo Comité Central del Partido Comunista de Cuba de que en épocas anteriores mi país era el burdel de Estados Unidos, situando desde luego a las cubanas como putas en el centro protagónico de ese burdel.
No sólo por defender a las mujeres de mi familia, que trabajaron honestamente en otros gobiernos, sino además por dejarle un legado a mi hija, y por limpiar la honra de la mujer cubana, he tenido que mostrar aquel insultante y famoso discurso de Fidel Castro de inicios de los años noventa, en el que elogiaba con descaro de macho alevoso la prostitución en la isla, crecida y multiplicada durante su mandato hasta hoy, en el que se desaguacató con aquello de que “sus putas tristes” (parafraseando a su amigo Nobel, el Gabo) y hambrientas eran las más cultas, las más sanas, y las más baratas del mundo…
De ser entonces (para algunos) el “burdel de USA” pasamos a convertirnos el burdel del mundo entero, acoto frente a esos defensores del después frente al antes. Cualquier ‘patato mexiqueque’ se llevaba a la mulata más sabrosona por la mitad de un bocadillo. Una auténtica vergüenza, un abuso más. avalado por la principal figura del régimen.
No ha habido mujer más luchadora, en el día a día, que la mujer cubana. No hay mujer más gloriosa que las antiguas abuelas cubanas, verdaderas maestras de la verdad de la historia de Cuba. Ni más heroicas que esas madres que perdieron a sus hijos, como Clara Abraham de Boitel, madre de Pedro Luis Boitel, y Reina Loida, la madre de Orlando Zapata Tamayo, asesinados ambos en las cárceles castristas, Laura Pollán, Líder de las Damas de Blanco, cuya sospechosa muerte no tiene otro origen que su lucha incansable por la libertad de Cuba.
El hambre, las carencias, la pobreza extrema, la desolación, la soledad frente a la indiferencia planetaria, han sido también factores de ninguneo y exterminio moral y real de la mayoría de la población.
Hoy, una nueva imposición, en medio de simulados cambios y promesas de pacotilla, atenta contra la dignidad de la mujer trabajadora, la “falsa moneda” de las tiendas en dólares, a precios desorbitados (ni en el peor de los mundos capitalistas) en las que un pomo de espárragos en conservas cuesta ¡68 dólares!
Cuba no será libre hasta que las mujeres cubanas no alcen su voz exigiéndole al mundo libre una intervención real que acabe de cuajo con el castrismo. No existen voces con mayor razón que la que le asisten a esas heroínas hundidas en la desesperanza y la abulia, en el dolor acosadas por la infamia. La cubana es mucho más que “perla del Edén”, es el diamante sin pulir de una perspectiva futura.
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