Los religiosos cubanos hoy festejan a la Virgen de Regla, Yemayá en la tradición yoruba. Esta es una ocasión singular para celebrar su día en La Habana, pues el aislamiento social impuesto para frenar los contagios del coronavirus prohíbe las ceremonias y fiestas en que se congreguen muchas personas.
Esta celebración suele reunir cada año a miles de cubanos en el Santuario Nacional de Nuestra Señora de Regla. La ermita abre sus puertas y recibe a creyentes de distintas latitudes que viajan hasta ella por tierra y por mar, a través de la Bahía de La Habana.
La iglesia de la Virgen de Regla fue construida en 1811 y su torre se terminó en 1818. Es un templo humilde donde resalta la imagen de una virgen negra, que viste de azul con encajes blancos. El Santuario de Nuestra Señora de Regla se declaró Monumento Nacional en 1987.
El 7 de septiembre, el altar de la virgen se llena de flores y velas mientras sus fieles se agolpan para verla unos minutos, aunque sea desde lejos y dirigir una plegaria a esta figura de rostro sereno que sostiene a su hijo en brazos, como quien lo muestra con orgullo al mundo.
Su cara negra de finos rasgos recuerda el sincretismo de la religión cubana, conduce a Yemayá, a la orilla del mar, al ruido de la ola, a la espuma blanca y al miedo a los misterios del mar oscuro y profundo.
Este año los festejos a la Virgen de Regla, patrona de la Bahía de La Habana y del municipio que lleva su nombre, serán muy diferentes. No habrá peregrinación, ni se podrá sacar a la Virgen a recorrer las calles.
Reinará el silencio en las calles, pero en miles de hogares se encenderán las velas y se alzarán las voces en devoción porque Yemayá, en sus múltiples caminos, muestra la fuerza del género humano, su capacidad para superar los malos tiempos y su infinito amor.
Patakí de Olofin y Yemayá
Estaba Olofin disgustado con los humanos porque lo habían olvidado. Decidió castigarlos y les negó la lluvia. Hubo una sequía tan prolongada que los ríos comenzaron a desaparecer y las cosechas a destruirse, creció la hambruna, el dolor y la muerte entre las personas.
Llevaba un giro tan terrible el planeta que los orisha decidieron intervenir. Alguien debía hablarle a Olofin y pedir perdón para los humanos. Acordaron que iría Yemayá y así se hizo.
La madre del mundo emprendió su camino cuesta al cielo, subiendo la empinada cumbre que lleva hasta la morada de Olofin. Recorrió la angosta senda durante varios días, sin beber, ni comer.
Al llegar al jardín de Olofin era tanta su sed que, al ver un charco de barro, se tiró al suelo y bebió del agua sucia que quedaba en él.
Olofin vio un intruso y se acercó a descubrir quién era. Al ver a Yemayá arrodillada en la sucia charca, sintió una gran compasión, perdonó a los hombres y desde entonces los yorubas ofrecen agua a los santos cuando vienen.
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